Por Thomas Case [1] (1653)
Extracto
“The Rod and the Word, A Treatise on Afflictions”
Tomado y traducido por Iglesia Bautista Reformada de Suba©
La
vara
Este
es el consejo del Espíritu Santo: «Castiga a tu hijo en tanto que hay
esperanza; Mas no se apresure tu alma para destruirlo» (Prov.19:18). He
aquí que Dios os aconseja a ustedes que nos padres, que hagan con sus hijos lo
mismo que Él hace con los suyos: que utilicen sabiamente la disciplina de la
vara, antes de que las disposiciones viciadas de sus hijos se conviertan en
hábitos, y la necedad esté tan profundamente arraigada que la vara de la
corrección no la pueda expulsar.
“El
error y la necedad”, dice uno muy bien, “son las cuerdas de Satanás con las que
ata a los pecadores a la hoguera para ser quemados en el infierno”. Estas
cuerdas son más fáciles de cortar si se hace a tiempo. Si lastimas al niño al
cortar esas ataduras, que eso no te cohíba; pues así se deduce: «Castiga a
tu hijo en tanto que hay esperanza; Mas no se apresure tu alma para destruirlo»
(Prov.19:18). No solo es una tontería, sino una cruel piedad, renunciar a la
corrección por unas cuantas lágrimas infantiles; hacer que tu hijo se lamente
en el infierno por el pecado, evitándole derramar unas cuantas lágrimas por
evitarlo. Los padres y madres necios llaman a esto amor, pero el Padre de los
Espíritus lo llama odio: «El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; Mas
el que lo ama, desde temprano lo corrige» (Prov.13:24). Seguramente no hay
nada tan mal perdonado, como aquello por lo cual el niño podría ser mejor si se
corrige. Tal misericordia es odio; y si usted odia a sus hijos al no
corregirlos hoy, ellos pueden llegar a odiarlo al final por no corregirlos.
Pero
esto no es todo. La indulgencia de los padres al disciplinar, da paso a la
severidad de Dios. Tenerle piedad a la carne del niño es crueldad para su alma
[…] La indulgencia insensata de los padres puede ser la muerte del niño, y a
menudo es su muerte eterna. Los padres así perdonan a sus hijos en su
insensatez, hasta su destrucción tanto del cuerpo como del alma.
Y
esto puede ayudarnos a explicar ese otro texto paralelo: «No rehúses
corregir al muchacho; Porque si lo castigas con vara, no morirá» (Prov.23:13).
El significado puede entenderse como que la corrección no lo matará; la vara no
romperá los huesos. Esto reprende la tonta y pecaminosa blandura de los padres,
que piensan que, si corrigieran a sus hijos, éstos morirían de inmediato por
ello. Tienen tanto miedo de usar la vara como si esta fuera una espada. Pero el
Espíritu Santo dice: ¡No, no temáis la corrección, porque he aquí que los
golpes de la vara no son golpes de muerte! Es una vara, no una serpiente, puede
herir, pero no aguijoneará con veneno. Para calmar el temor de los padres en
este caso, Dios mismo da su palabra al respecto: «No morirá».
Pero el
significado que más bien concibo de este texto puede ser el extraído del fruto
de la corrección: «No rehúses corregir al muchacho». ¿Por qué? Porque, en
otras palabras, la disciplina puede ser, y es a menudo (a través de la
bendición divina que la acompaña) un medio para prevenir la muerte. Puede
prevenir la primera y segunda muerte, a la que el niño está expuesto por la
indulgencia pecaminosa de los padres.
Alguien
dice que la palabra empleada en este lugar parece señalar una inmortalidad; de
modo que «no morirá», es como si el Espíritu Santo hubiera dicho: “Vivirá para
siempre”, la vara en la carne será un medio para salvar el alma en el día del
Señor Jesús. «Mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que
no seamos condenados con el mundo». (1 Corintios 11:32). Como dice David en
otro lugar: «Que el justo me castigue, será un favor, y que me reprenda será
un excelente bálsamo que no me herirá la cabeza» (Sal.141:5). Y tales
reprimendas están tan lejos de quebrar la cabeza, que serán un excelente aceite
que curará y dará vida. Incluso el filósofo podría decir: “La corrección es una
especie de medicina para los niños”.
¡Ay!,
nuestros niños están enfermos, y esa misericordia que les permitirá morir -aun
eternamente- antes que curar sus paladares con un poco de medicina amarga, es cruel.
Son monstruos en forma de padres y madres, aquellos que abrazan así a sus pequeños
hasta la muerte. Son infanticidas en lugar de padres; de los cuales podemos
decir, como una vez dijo el emperador romano de Herodes, cuando se enteró de
que había asesinado a su propio hijo entre el resto de los infantes en Belén,
para poder estar seguro de destruir al Rey de los Judíos: “¡Seguramente es
mejor ser los cerdos de esa gente, que sus hijos!”. ¡Oh, odiosa indulgencia y
despiadada piedad: condenar a un niño por falta de corrección! Tales padres
arrojan a la vez la vara y el hijo al fuego. Arrojan la vara al fuego de la
chimenea, y al niño al fuego del infierno. Esto no se hace como Dios, «Porque
el Señor al que ama, disciplina, Y azota a todo el que recibe por hijo» (Hb.12:6),
y así lo hace todo padre sabio y amoroso. «El que detiene el castigo, a su hijo
aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige» (Prov.13:24).
Como
las polillas se sacan del vestido con una vara, así deben sacarse los vicios
del corazón de los niños. Por falta de este amor disciplinario, ¡cómo algunos
hijos han acusado a sus padres en su lecho de muerte, sí no es que en la misma horca!
Y cuántos maldicen y maldecirán a sus padres en el infierno, como supone
Cipriano que hacen algunos: “¡El malvado cariño de nuestros padres nos ha
llevado a estos tormentos! ¡Nuestros padres y madres han sido nuestros
asesinos! ¡Aquellos que nos dieron nuestra vida natural, nos han privado de la
vida eterna! Los que no querían corregirnos con azotes, ahora nos han arrojado
a ser atormentados con escorpiones”.
Sí,
incluso en esta vida, cuántos padres piadosos y sabios tuvieron ese cariño
indulgente por sus hijos y no los entristecieron por su locura. Elí y David no
quisieron ni siquiera reprender a sus hijos, y Dios les dio
reprimendas en sus hijos. Se le dijo a Elí: «Y le mostraré que
yo juzgaré su casa para siempre, por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos
han blasfemado a Dios, y él no los ha estorbado» (1 Sam.3:13). El hebreo
dice: “No les frunció el ceño”. ¡Qué triste es destruir un alma, por falta de
un ceño fruncido!
Mucho
me temo que esta indulgencia anticristiana y malvada de los padres, es la
fuente de toda la confusión bajo la cual nuestro país [2] en este momento se
tambalea, y se tambalea como un borracho. Y por este mismo pecado (al menos por
este entre otros, y por este por encima de otros) Dios está visitando a todas
las familias del país, desde el trono hasta la más pobre cabaña. Tales padres
indulgentes han puesto los cimientos de sus propias penas, de la ruina de sus
hijos, y la destrucción de la nación, al negar la disciplina adecuada a ellos.
Por esa
causa, Dios nos atraviesa en nuestros justos deseos; hemos caminado, incluso en
este punto, excesivamente en contra de Dios y de su disciplina; y por eso Dios
está caminando en contra de nosotros, y nos está castigando siete veces más por
esta iniquidad. Por lo que, ojalá, los padres se despierten para seguir tanto
el modelo como el precepto de su Padre celestial, quien, así como “Corrige a
los que ama”, les ordena corregir amorosamente a sus hijos. «No rehúses
corregir al muchacho; porque si lo castigas con vara, no morirá» (Prov.23:13).
Además,
vale la pena observar que la misma palabra en el original, que se traduce como ‘rehusar’,
significa también ‘prohibir’; señalando otra destemplanza en los padres, que
así como ellos mismos no corrigen a sus hijos, también prohíben que otros, bajo
cuya tutela los ponen, los corrijan. Es como si temieran que sus hijos no
tuvieran suficiente pecado aquí, ni suficiente infierno en el futuro, y que
pusieran reparos a los medios que Dios ha santificado para su corrección.
Padres, tengan cuidado de que, cuando encomienden sus hijos a las manos de
otros, no se las sujeten mientras tanto. Si ustedes los juzgan imprudentes ¿por
qué los eligen para que cuiden a sus hijos? Si los eligen, ¿por qué no confían en
ellos? Pues bien, si la corrección está en tu mano, no la retengas; si está en
la mano de tu amigo, no la prohíbas.
Ciertamente
hay tanta necesidad de este deber, que el Espíritu de Dios lo inculca con
frecuencia a lo largo de los Proverbios.
La
Instrucción
Si
quieres que tus hijos sean bendecidos, añade la instrucción a la corrección.
Imita a Dios también en esta parte de la disciplina paterna. Que el castigo y la
instrucción vayan juntos; es lo que el Espíritu Santo le insta a hacer: «Criadlos
en la disciplina y amonestación del Señor» (Ef.6:4).
Hay
dos palabras relacionadas con estos dos deberes de los padres; en la crianza y
amonestación se añade, “del Señor”. Es decir, el primer deber, del que ya nos
hemos ocupado, y lo que el Señor ordena a los padres terrenales que ejerzan
hacia sus hijos es el castigo. Y luego hay otra palabra, que indica el fin y el
propósito de la corrección de los padres, que es la “amonestación” o
instrucción del Señor, consejos e instrucciones tomados de la Palabra de Dios,
o que son aprobados por Dios. El resumen es que, mientras castigamos la carne,
debemos esforzarnos por informar y formar la mente y el espíritu, infundiendo
principios correctos, presionando e instando sobre sus tiernos corazones el
consejo, la reprensión y la instrucción según lo requiera el asunto.
Este
es el deber de los padres, imitar a Dios, dejar que la instrucción explique la
corrección; y con una vara en la mano, y una palabra en la boca, puedan educar
a sus hijos para la vida eterna.
Una
vara silenciosa no es más que una disciplina bruta, y ciertamente dejará a los
hijos más insensatos de lo que los encontró. El castigo sin enseñanza puede
quebrar los huesos antes que el corazón. El castigo solo puede mortificar la
carne, pero no la corrupción. El castigo solo puede controlar la naturaleza,
pero nunca engendrar la gracia. Pero la vara y la corrección dan sabiduría. Así
como la instrucción sumada a la corrección hace excelentes cristianos, también
hace buenos hijos.
Hay
padres que son bastante severos y malhumorados con sus hijos; no escatiman en
golpes. En lugar de quebrantar su voluntad mediante una corrección sabia y
moderada, están dispuestos en sus airadas pasiones a romperles los huesos, y a
veces también el cuello. Pero no les importa la otra rama de la disciplina
paterna: la instrucción y la amonestación.
Supongo
que el apóstol habla de tales padres: «Por otra parte, tuvimos a nuestros
padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no
obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? Y aquéllos,
ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero
éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad» (Hb.12:9-10).
No está hablando de todos los padres, pero lo que quiere decir es que hay tales
hombres y mujeres en el mundo que no se parecen en nada a Dios, y que al
castigar a sus hijos se complacen más a sí mismos que a sus hijos. Dios
disciplina para nuestro beneficio, pero ellos disciplinan para dar rienda
suelta a su pasión y satisfacer su rabia y furia vengativas. ¿Y cuándo es eso? En
verdad, cuando la vara y la reprensión no van juntas, es una prueba de que en
tales castigos hay más pasión que sabiduría, y más crueldad que amor. Tales
padres prefieren traicionarse con su propia insensatez, antes que tomar el
camino para hacer sabios a sus hijos.
«La
vara y la corrección dan sabiduría»
(Prov.29:15). Ninguna de las dos cosas por sí sola lo hará. La vara sin la
reprensión, endurecerá el corazón y enseñará a los hijos a odiar a sus padres
antes que a odiar el pecado. Mientras que la reprensión sin la vara, a menudo
no dejará ninguna impresión. Solo la verdad divina debe ser el instrumento que
obre la gracia salvadora en el corazón: «Santifícalos en tu verdad; tu
palabra es verdad» (Jn.17:17). Es un gran elogio a la madre de Timoteo, que
desde su niñez le haya instruido en las Escrituras: «las cuales te pueden hacer
sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús» (2 Ti.3:15). Cuando
la instrucción de la Palabra está en la boca de la vara, trae consigo sabiduría
y vida.
¡Que
los padres imitaran al Padre de los Espíritus en esta bendita área de la
disciplina paterna, uniendo la palabra de instrucción a la vara de la
corrección, y enseñando al mismo tiempo que castigando!: «que prediques la
palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta
con toda paciencia y doctrina» (2 Ti.4:2). ¡Oh, que todo niño tenga motivos
para dar a sus padres ese elogio que Agustín le dio una vez a su madre!: “Mi
madre trabajó para mi salvación eterna con más ternura y dolor que como trabajó
para mi primer nacimiento”. Ojalá que los padres naturales pudieran hablar del
fruto de sus lomos, como Pablo habla de sus gálatas: «Hijitos míos, por los
cuales vuelvo a sufrir dolores de parto hasta que Cristo sea formado en
vosotros» (Gá.4:19); para que se regocijaran más en el segundo nacimiento
de sus hijos que en el primero.
Amados,
esto se hace mediante la Palabra y la vara. «Corrige a tu hijo, y te dará
descanso, y dará alegría a tu alma» (Prov.29:17). Qué mayor deleite que ver
a nuestros hijos caminando en la verdad, y llegar a pensar así: que cuantos
hijos Dios nos ha dado, todos los hemos criado para Dios, los mismos herederos que
hemos dejado para el reino de los cielos. Pues bien, castíguenlos y enséñenles
la Palabra de Dios, y sus hijos serán bendecidos.
Toma
una pequeña precaución más, y es:
La
oración
Añade
la oración a la instrucción. Así como la enseñanza debe acompañar al castigo,
la oración debe acompañar a la enseñanza. Pablo puede plantar, y Apolos puede
regar, pero Dios es quien debe dar el crecimiento (1 Co.3:6). De la misma
manera con nosotros, el padre puede corregir, la madre puede instruir, ambos
pueden hacer ambas cosas, pero Dios debe dar la bendición. Por lo tanto, los
padres cristianos, mientras añaden la instrucción a la corrección, deben añadir
la oración a la instrucción. Los medios son nuestros, el éxito es de Dios. Por
lo tanto, pongamos la vara en la mano de la instrucción, y la instrucción en la
mano de la oración, y todo en la mano de Dios.
Oren
y enseñen a sus hijos a orar, para que Dios bendiga la corrección y la instrucción,
para que ambas los hagan a ustedes y a sus hijos bendecidos. Amén.
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[1] Thomas
Case (1598-1682) fue un ministro inglés de creencias presbiterianas, miembro de
la Asamblea de Westminster. Participó en la conferencia de Saboya de 1661, pero
fue expulsado por su no conformidad en el momento de la Ley de Uniformidad de
1662.
[2] Lit.
Inglaterra