Dando honor y toda credibilidad a lo que la Palaba de Dios afirma acerca de la entrada del pecado y muerte al mundo, afirmando absolutamente con las Escrituras la descripción del estado caído de todo hombre, siendo conscientes de la estructura del mundo, de lo que es, de sus filosofías, debemos decir que el mundo ha tomado esta epidemia, para entenderlo, asimilarlo, y tomar resoluciones como mundo caído. Si bien, reconocemos que bienes verdaderos pero relativos pueden ser hechos en medio del mundo, este ha sabido tomar cualquier cosa, por buena que sea y la ha entendido, asumido y vivido con una mente carnal. Lo ha hecho con el mensaje infalible y prefecto del evangelio ¿qué no hará con las demás cosas? Hoy tenemos en la epidemia una realidad, pero al venir a este mundo, esta ha sido entendida con la visión de un mundo enemistado con Dios, que en su mejor caso es humanista. Ningún hombre del mundo puede llegar a ser objetivo en esto; aquí hay presupuestos, filosofías, tendencias, fundamentos, que hacen que el mundo haya actuado de tal forma y no de otra. Eso no es nuevo, solo quiero advertir en contra de lo que muchos cristianos han asumido: Que el mundo, en esto, es objetivo, cabal, justo, sin ninguna tendencia a hacer sino lo bueno, lo correcto; que todas las medidas que han tomado son razonables, adecuadas, casi que asumiendo que, en la pandemia, el hombre caído habla infaliblemente la voz de Dios y que nadie la puede cuestionar.
Permítame hacer unas preguntas
¿Hacia dónde, moral y espiritualmente, nos están llevando las disposiciones
actuales derivadas de los cuidados por la epidemia? ¿Qué tipo de individuo está
promoviendo las medidas que se han tomado en la epidemia? ¿Qué clase de persona
se viene formando bajo el continuo bombardeo publicitario de cuidados y medidas
en medio de la epidemia? ¿Cuáles son los rasgos de carácter del individuo de la
“nueva normalidad”? Y con esto, debemos preguntar ¿Qué tipo de cristiano es el
que se está promoviendo actualmente?
EL INDIVIDUO DE LA “NUEVA
NORMALIDAD”
Eclesiastés 1:9 nos ofrece una
máxima que nadie puede rebatir si la observa muy bien: «¿Qué es lo que fue?
Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada
hay nuevo debajo del sol». Usted puede ver nuevos ropajes, nuevas
tecnologías, pero debajo de lo que se ve ¿hay algo que vivamos hoy que sea
completamente novedoso? Pero a la luz de
lo que podemos observar hoy, ¿existen algunos rasgos indiscutibles de los
individuos hoy? ¿Se pueden distinguir algunos rasgos prominentes que hoy
parecen asentarse en la conciencia de los hombres bajo la presión de adoptar
una “nueva normalidad”? ¡Por supuesto! Y si fuéramos a sintetizar en un
enunciado el rasgo general de los hombres hoy, y que se está promoviendo,
publicitando y atornillando a la conciencia de los hombres es el de vivir en un
antropocentrismo salvaje en medio de una degradación vertiginosa y ateísmo
práctico. Lo que quiero decir es que hoy se vive en un ambiente donde se
promueve un antropocentrismo crudo y brusco, en el contexto de un menosprecio a
la verdadera humanidad de los individuos y el desprecio expreso al Dios de la
Biblia.
Todos hoy se preguntan qué es
lo mejor para la humanidad, y en general, nadie se está preguntando hoy ¿Cuáles
son los derechos de Dios sobre su mundo? Esto no es nuevo, pero el énfasis que
se ha dado, al ver el riesgo la vida del hombre, hace que todo en absoluto guie
en torno a nosotros, convenientemente, amañadamente, pero el eje es el hombre.
¿Con qué principios se rigen los destinos de los hombres hoy? Con los
principios de los hombres. ¿La palabra de quien prevalece? ¿Quién provee el
miedo, el temor o la esperanza? ¿Quién está proveyendo el remedio? ¿Quién será
exaltado al final? ¡El hombre, quien es hoy la medida de todas las cosas! Todos
los mensajes esperanzadores que se escuchan de todos lados son para resaltar la
solidaridad, la unión, el heroísmo, el poder de la resiliencia, donde Dios es
solo un subordinado en este asunto, aun donde debería reinar más visiblemente,
donde ha dado a su Hijo como Cabeza: la iglesia. Esto es antropocentrismo
salvaje, crudo, arrollador. La gente se vuelve más hacia sí misma, y por eso,
sin duda, como un derivado del humanismo cruel, tenemos un creciente aumento
del egoísmo y la individualidad. Esto no es novedoso, pero el aumento y la
recalcitrante publicidad hace que olvidemos el tejido de solidaridad y
prefiramos sacar al perro a sus necesidades que visitar y asistir en sus
necesidades más profundas de compañía y aprecio a un anciano ¿No es así? ¿Con
qué pretexto hemos llegado hasta aquí?
Si usted encontraba gente
alienada, sumergida en su propio mundo día a día, la “nueva normalidad” trae
consigo el aislamiento salvaje. Las medidas de aislamiento no se detuvieron en
el asunto del cuerpo, y cunden el alma. La insensibilidad, distanciamiento
personal de la sociedad, la deshumanización en la epidemia, hace que se
prefiera, a conveniencia, lo individual.
Considere el trato deshumanizante
a los ancianos, a los niños, a la libertad del trabajo, a los enfermos y a los que partieron de este
mundo, donde las familias perdieron todo derecho a asistir a su familiar
difunto y a decidir los asuntos de su última morada, y obligados a aislarse de
los dolientes; mientras los perros tienen derechos más esclarecidos en la
sociedad y donde a la par del trágico sistema de salud que debemos cuidar de no
colapsar, el aborto jamás se puede negar por ser un derecho constitucional.
El internet ha provisto el
sofisma de compensar la pérdida del ser social que tenemos como imagen de Dios,
tal y como fuimos creados. Iglesias sin congregarse por convicción, sin hacer
ningún esfuerzo por restaurar los derechos de Dios sobre su iglesia, rendidas
al espíritu egoísta e individual, son testimonio de hasta dónde cunde al
espíritu de la “nueva normalidad”. Separar a los hombres de las realidades de
la vida, -en el caso de los creyentes de la realidad de la iglesia, su
comunión, adoración, su llamado y sus tareas- está creando a un individuo más
desconsiderado, más insensible y apático, que todo mide poniéndose él en el
centro, apartándose de la exhortación a amar al prójimo como a sí mismo, y
olvidado en la práctica del Dios de la Biblia. Claro, el principio de amor al
prójimo ha sido hoy día y bajo la epidemia, astutamente trastocado para que se
mire como señal de amor precisamente lo que evidencia su falta.
Lejos de ver más un contexto
donde pueda correr la piedad, verá que el individuo de la “nueva normalidad” es
más materialista, más sensual, más distraído y entretenido. Eso es lo que
llamamos un ateísmo practico. Y es que a pesar que Dios es famoso en las
crisis, su Hijo no es tan afamado. La gente busca a Dios, pero a otro novel, en
otro entendimiento, con toda seguridad es un paganismo y pragmatismo lo que
lleva a considerar supuestamente a Dios. Los valores que siempre han sido
inversos en su alma, hoy se asientan con fuerza. Cristianos han perdido
completamente de vista que la añadidura, incluyendo el comer, beber y todos los
asuntos temporales, son secundarios a la hora de buscar el reino de Dios y su
justicia. ¿A nombre de qué se ha hecho este cambio de paradigmas cristianos?
Los creyentes han sabido como ahora vivir una vida cristiana humanista sin
ruborizarse, hay mundanalidad, liviandad, falta de fe, confianza. El cristiano
de hoy echó al olvido su creencia en el poder y la soberanía de Dios. Al
parecer, Dios sí tenía límites, y ningún poder específico para la protección
del pueblo que ha reclamado como posesión suya. El cristiano de hoy es
desconfiado, temeroso, más dispuesto a creer la especulación, las teorías de
conspiración, las voces de ¡paz, paz! O de ¡guerra, guerra! Que lo que lee en
su propia Biblia.
Pero ¿ha visto algo sumamente
extraño? No solo en las personas del mundo, sino en los mismos cristianos, al
fin es un prototipo de “nueva normalidad” que está dada para todos. Es penoso
ver la subordinación conveniente que se usa. Gente que prefiere no contagiarse
y no contagiar a nadie en el trabajo, en la visita a sus ancianos, son los
mismos que luego se abarrotan en fiestas, ofertas de multinacionales, marchas,
campeonatos de futbol, y más. Doble moral aplicada sin ruborizarse. Pero ¿y los
cristianos? Conocemos a muchos con gigantes prevenciones solo el Día del Señor,
evitando a la iglesia, sus reuniones, la socialización, que se han montado en
avión, buses, flotas, camiones, para hacer largos viajes, se han zambullido en
piscinas, han ido a pasear, y lo han hecho en su libertad razonable entre su
vida social y el cuidado personal. Pero el Domingo, allí hay otra ética, otra
moral, eso sí es peligroso, adverso, imprudente. Gente se cuida del Domingo,
pero el lunes amigos y hermanos hay que salir a laborar. Creyentes que temen y se
abstienen de las reuniones de la iglesia, a la par, mantienen una vida familiar
y social amplia y nutrida. Esto es subordinación conveniente. Al fin, no es la
conveniencia de las cosas de Dios, al fin y al cabo, es un antropocentrismo
salvaje en el contexto de la deshumanización de los individuos y un ateísmo
práctico.
Le pregunto a usted,
afanosamente, directamente ¿Está afirmando estos rasgos de carácter, que antes
se hubiera negado a dejar correr en su corazón, pero que ahora justifica por
las medidas tomadas en la epidemia y apoyado en cuidar su salud? ¿Se ha
detenido a evaluar cuáles son los principios en los que hoy anda?
EL CRISTIANO Y LA “NUEVA
NORMALIDAD”
Si la característica creciente
en los individuos de hoy es el de vivir en un antropocentrismo salvaje en medio
de una degradación vertiginosa y ateísmo práctico, el cristiano debe volver a
vivir una vida teocéntricamente determinante en medio de una piedad creciente y
sensibilidad verdadera. Hoy Dios es famoso, más que su Hijo Jesucristo; es
invocado, popular en la jerga del hombre común, por la situación, por las
enfermedades y muertes. Pero ¿Es el Dios de la Biblia amigos? No lo es, porque
este Dios de la Biblia nos ha hablado por el Hijo, el Dios de la Biblia es solo
conocible por Jesucristo quien le ha dado a conocer (Jn.1:18; Hb.1:1-3). Dios
es tan verdaderamente famoso como su Hijo lo sea. Y ¿qué encuentra hoy acerca
de Jesucristo como Salvador?
El incesante ruido de los
vaivenes, publicidad e información, se han puesto como gruesas nubes negras que
no dejan pasar los rayos del Sol de justicia, que es Jesucristo. La gente
parece que medita y espera de Dios una respuesta, pero ¿Qué Dios? ¿Qué
respuesta? Su Hijo es menospreciado, es olvidado. Si ya no era considerado,
ahora está más lejos de las consideraciones de los hombres. En el mundo
cristiano no es diferente. Hoy las palabras: sujeción, consuelo, prudencia,
cuidados son el Cristo de muchos pulpitos ¿Dónde están los derechos de Dios
sobre su iglesia? ¿Quién aboga aquí por los derechos de Cristo como Cabeza de
la iglesia?
Dios debe volver al centro de
todo y esto será posible cuando Cristo sea el centro de todo. Juan 5:23: «para
que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no
honra al Padre que le envió». Ese terrible mal entendimiento de Dios, ese
uso de Dios para las cosas vanas, es solo producto del desprecio de Jesucristo
como Señor y Salvador. La gente estaría más dispuesta a creer hoy en Dios
porque este le puede ayudar en su vida temporal y puede ayudar a conseguir una
cura, que lo que está dispuesta a creer en Jesucristo para la salvación. El
creyente debe mirar las filosofías de la “nueva normalidad” con prevención
porque esta, como todas las “normalidades” que vienen del hombre, es una
estructura que pone al verdadero Dios y a su Hijo como siervos de los hombres,
cuando no, los echan al olvido. Jeremías 14:8: «Oh esperanza de Israel,
Guardador suyo en el tiempo de la aflicción, ¿por qué te has hecho como
forastero en la tierra, y como caminante que se retira para pasar la noche?». Hoy debemos orar con las palabras del Salmo
7:7: «Te rodeará congregación de pueblos, y sobre ella vuélvete a sentar en
alto». El creyente verdadero debe quitar del eje de su vida, existencia y
atención al virus, sus temores y sus afanes y poner de nuevo a Jesucristo, y
solo entonces podrá vivir una vida teocéntricamente determinante.
¿Qué significa vivir una vida
teocéntricamente determinante? Una vida verdaderamente centrada en Jesucristo,
es que la vida gire apasionadamente en torno al hermoso y precioso heredero de
las naciones, el Cordero de Dios. Es vivir desplazando cualquier miedo, temor y
angustia y poner de nuevo allí a nuestro Dios en Jesucristo. Isaías 8:11-13: «Porque
Jehová me dijo de esta manera con mano fuerte, y me enseñó que no caminase por
el camino de este pueblo, diciendo: No llaméis conspiración a todas las cosas
que este pueblo llama conspiración; ni temáis lo que ellos temen, ni tengáis
miedo. A Jehová de los ejércitos, a él santificad; sea él vuestro temor, y él
sea vuestro miedo». Se vive una vida teocéntricamente determinante al
desplazar del centro lo que el mundo quiere que pensemos, anhelemos y hagamos.
Pues nuestra vida no se trata de vivir en torno y para el virus, para
esquivarlo o para encontrar su cura ni para hacer de lo que nos conviene o no
nos conviene el centro de nuestra existencia, pues Romanos 14:7-8 nos recuerda:
«Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si
vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues,
sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos». ¿Se nos ha olvidado esto?
¿Cuándo aceptamos la “nueva normalidad” olvidando el antiguo llamado del
evangelio?
El creyente afronta la vida y
se para firme en contra de la “nueva normalidad”, confiando en Dios con más
fuerza y determinación, reposando en su soberanía, esperanzado en sus promesas.
El creyente se enfrenta al tsunami de malas noticias, de informes pesimistas
firme en el Salmo 46:1-3: «Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro
pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra
sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar; aunque bramen y se
turben sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su braveza», sin un
temor paralizante a lo que la gente considera su mayor peligro, pues para
nosotros el mayor peligro no es la muerte sino el pecado y eso Cristo ya pagó
por ellos. Por eso vivimos con esperanza pues 2 Corintios 5:1 nos recuerda: «Porque
sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere,
tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos».
Con este escudo el creyente resiste el embate de la “nueva normalidad”. El
creyente enfrenta las filosofías malignas de la “nueva normalidad” no olvidando
las prioridades de su vocación, donde primero está la búsqueda del reino de
Dios y su justicia y que considera la añadidura como esto. Lucas 12:29-31: «Vosotros,
pues, no os preocupéis por lo que habéis de comer, ni por lo que habéis de
beber, ni estéis en ansiosa inquietud. Porque todas estas cosas buscan las
gentes del mundo; pero vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de estas cosas.
Mas buscad el reino de Dios, y todas estas cosas os serán añadidas».
Los hijos de Dios por la fe en
Jesucristo, enfrentamos los recalcitrantes llamados a adoptar una “nueva
normalidad” con sus filosofías inherentes, en medio de una obediencia
razonable, bíblica y usando el discernimiento, pues no olvidamos que la única
obediencia absoluta y sin derecho a ser cuestionada es la de Dios, huyendo de
ser ingenuamente sumisos, y menos, convenientemente sumisos, estando dispuestos
a defender los derechos de Dios, y las ordenanzas de la creación del
matrimonio, el trabajo y el Día del Señor, con humildad, prudencia y
discernimiento, mirando cada medida con la convicción de Hechos 4:19-20: «Juzgad
si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no
podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído»; pero estando dispuestos
a sufrir la afrenta y la presión «Porque mejor es que padezcáis haciendo el
bien, si la voluntad de Dios así lo quiere, que haciendo el mal» (1 Pd.3:17).
Esperanzados, confiados en que si «también si alguna cosa padecéis por causa
de la justicia, bienaventurados sois. Por tanto, no os amedrentéis por temor de
ellos, ni os conturbéis» (1 Pd.3:14). Muchos que han esquivado la iglesia
se han contagiado en los contextos del paseo, de la reunión familiar, del
trabajo, y nos preguntamos si esta era la mejor manera de sufrir o si era mejor
arriesgarse como todos hicimos, por la mejor y más grande causa. El creyente
pone sus prioridades en orden «para no vivir el tiempo que resta en la
carne, conforme a las concupiscencias de los hombres, sino conforme a la
voluntad de Dios» (1 Pd.4:2).
Pero el creyente se enfrenta a
la “nueva normalidad” expresando el carácter de Cristo siendo verdaderamente
compasivo, sensible y dispuesto a compartir el único mensaje verdaderamente
compasivo que existe, el evangelio, viendo en esta ocasión una de las mejores
oportunidades para compartirlo desde nuestra fe. Hablo de ‘verdaderamente’,
pues hoy día existe una idea, puesta y definida por el mundo, de lo que es el
amor, la compasión y la sensibilidad. El creyente no deja endurecer su
carácter, es dulce, esperanzador, compasivo, generoso, y lo es exactamente en
donde se espera que lo sea. No es acaparador, injusto, desconsiderado, sino que
recuerdan que según 1 Pedro 3:8, deben ser: «compasivos […] misericordiosos,
amigables», y se apersonan del cuidado de sus hermanos, pues así serán
recordados en al día final. Mateo 25:35-40: «Porque tuve hambre, y me
disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me
recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la
cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor,
¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber?
¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O
cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey,
les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis
hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis». ¿Es este tipo de sensibilidad la
que hoy define al pueblo de Dios? Sabemos de congregaciones donde nadie sabe
que tal o cual hermano ha enfermado o pasa necesidad ¿Es esto una iglesia? ¿No
es esto la “nueva normalidad” asimilada, y aplicada?
Queridos hermanos, son Dios
días oscuros, pero jamás debemos permitir que la “nueva normalidad” haga surco
en nuestra alma, eso es potestativo solamente de Dios. Considere, que el
creyente bajo la “nueva normalidad”, debe ser el creyente que la Biblia jamás
nos ha dejado de enseñar. El mundo, sus crisis y sus vaivenes, no deben ser
nuestra Biblia ni nuestro eje. Tenemos un Dios, y un Señor Jesucristo, y hemos
sido traídos a estar en Él para ya no ser nuestra y para ya no vivir para
nosotros mismos, sino para Aquel que murió y resucitó por nosotros. Que Dios tenga
misericordia de nosotros y nos ayude a vivir con el viejo evangelio en esta
“nueva normalidad”.
Sermón completo:
https://www.youtube.com/watch?v=qKqgQVtlyAQ
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