Aquí está hablando un inmigrante digital, es decir, (según la categoría que en 2001 el escritor y conferencista norteamericano Marc Prensky acuñó en la revista “On The Horizon”) un individuo que no nació bajo el influjo de las nuevas tecnologías sobre las que hoy el mundo parece andar.
A esta generación "inmigrante" que fue siendo introducida al internet y a las diversas las plataformas y redes sociales, le siguió una generación conocida como los "nativos digitales", quienes nacieron de hecho, cuando estos medios ya estaban andando. Así que, si usted nació antes de 1995, se le considera un inmigrante digital y comprenderá un poco más el sentido de este articulo; pero si es un nativo, podrá comprender que antes de todo esto, vivíamos sin el internet y sin las redes sociales, por lo que espero que entienda el porqué pedimos ayuda para hacer lo que usted, como natural de estas tierras, hace con naturalidad.
Cuando empezó a ingresar el teléfono celular, y los correos electrónicos, muchos de nosotros tuvimos que verlos a la distancia y recurrir a quienes "en tierra de ciegos eran tuertos". Así creamos nuestro primer correo electrónico, principio de una avalancha de plataformas que empezaron a pedir nuestro nombre y fecha de cumpleaños, y una que otra información confidencial más. En todo esto primó la buena fe. Usted reconocerá un inmigrante porque, entre otras cosas aparte de no entender muy bien qué es una IP, usamos nombres y apellidos completos en nuestras redes, y entregamos más información que la que debimos haber suministrado y que, seguimos dando una y otra vez, cuando nos piden datos por esa vía. Nada extraño que nos sigan estafando por esos medios aprovechando nuestra ingenuidad, porque para nosotros, el dar nuestra información en las redes, nos evocó el sentido de honestidad que usábamos cuando llenábamos una hoja de vida para un trabajo o algo así.
Pero aquí, resalto el hecho que al ir madurando en nuestro entendimiento de lo que son, o se han venido convirtiendo, las redes sociales, y en sí, todo el manejo de las plataformas digitales, hemos aprendido muy lentamente a ver de qué se trata todo, y a su vez, madurando en la conciencia de los peligros que afrontamos, y donde vemos que los nativos corren varios peligros, pues, a pesar que nacieron allí, no los han podido evitar. Lejos de ser más entendidos, parece que se sumergen con más ingenuidad en este océano.
Ahora, en honor a la justicia hay que aclarar, eso sí, que nosotros no nos hemos sumergido con ingenuidad en este océano digital hasta hacer del teléfono un apéndice, por la vía del discernimiento sino de desconocimiento. Esa es la realidad en general. Gente como quien escribe, con el tiempo ha empezado a unir ciertos puntos, la mayoría de los cuales no alcanzamos a dimensionar desde nuestra perspectiva.
Sin embargo, es bueno entender que básicamente, todo este embrollo corresponde a un mega negocio, un descomunal monstruo de hacer dinero, con una mentalidad cuasi maquiavélica, a saber, (háyalo o no dicho Maquiavelo literalmente), donde el fin justifica los medios. Estas plataformas, sean cuales sean, no se dedican a la buena fe ni son entidades sin ánimo de lucro; ellos poseen una moneda de oro de dos caras crecientemente acreditada. He aquí el Jano, las dos caras: La cara hacia el usuario, y la otra cara, que es la más rentable: hacia sus creadores y compradores.
De un lado se ofrece un servicio, principalmente donde somos más proclives a acceder: Anhelo de información, socialización y entretenimiento. Se nos hace ver que el asunto es tan gratuito como la salvación del alma, y sin embargo, es tan costoso como el poder. Si bien, todos nos hemos beneficiado de la simplificación del acceso al conocimiento, la vida social y la diversión; donde han corrido a la par lo bueno y lo malo; también es necesario advertir que la otra cara, casi inescrupulosamente, ha sabido recolectar la información que le hemos dado, y que por ingenuidad, le seguimos dando.
El negocio de estas plataformas es la información, que luego es ofrecida al mejor postor, sin ningún reparo de cuales sean sus intenciones al acceder a ella. Así, cada clic, que para los de la cara social de la moneda, es una mera expresión de la vida personal, alimenta, por otro lado, la capacidad de conocimiento e intuición de la humanidad, que luego es transformada en pirámides de dinero para quienes quieren acceder a las tendencias de lo que la gente busca, anhela, y está dispuesta a invertir. Si el mejor postor es un gobierno, una multinacional o un pedófilo, el asunto es el mismo. Se han subido sobe la información que les hemos dado a lo largo de los años, en los videos reproducidos, los “me gusta”, y las suscripciones a los canales de nuestro interés. Este es el juego que se ve y me parecería justo, si es que los usuarios de este lado de la moneda, fuéramos enterados con más claridad de las reglas de este Jumanji.
Para no hacer tedioso el asunto, individuos como yo, que en un tiempo vivimos sin esto, los mismos que luego fuimos inducidos a un mundo que nos atrapó, ahora queremos ir sacando la nariz, y deseamos entender las reglas y tomar medidas. De obvio, jamás creemos que con nuestra pequeña daga vamos a derrotar este leviatán, pero al menos, entre más y mejor nos aprendamos a manejar en este tsunami, estaremos advertidos, precavidos y podemos ayudar al nativo, que difícilmente hoy ve más allá de su pantalla. Por eso, y solo por eso, deseamos revertir en micro, lo que hemos alimentado en macro.
No pusimos las reglas, las aceptamos. Y en este asunto pedimos sabiduría a Dios para poder usar las cosas para su gloria y nuestro bien, y deseamos dar tantos pasos como sea posible para no ser usados por ellas ni ser incautos e ingenuos o con la administración que Dios nos dio. Al fin, todo va a pasar, pero no aquello por lo que vamos a dar cuenta el día final, donde esperamos que el mejor escondedero de quienes vamos allí no tenga el tamaño de un teléfono, sino el broquel de la justicia de Cristo y el de una vida vivida con sabiduría para su gloria.
Bendiciones,
J.E. Castañeda, inmigrante digital
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