Por J. R. Miller (1886)
Tomado
y Traducido por Iglesia Bautista Reformada de Suba©
«Después
subió el varón Elcana con toda su familia, para ofrecer a Jehová el sacrificio
acostumbrado y su voto. Pero Ana no subió, sino dijo a su marido: Yo no subiré
hasta que el niño sea destetado, para que lo lleve y sea presentado delante de
Jehová, y se quede allá para siempre. Y Elcana su marido le respondió: Haz lo
que bien te parezca; quédate hasta que lo destetes; solamente que cumpla Jehová
su palabra. Y se quedó la mujer, y crió a su hijo hasta que lo destetó» (1 Sam.1:21-23).
Tenemos
ante nosotros la imagen de una madre de los tiempos antiguos. La historia de
Ana está revestida de un interés poco común. Este es uno de esos relatos cuyo
encanto es su sencillez sin adornos. Aunque vivió hace tanto tiempo, cuando el
mundo era más joven, esta madre sigue siendo, en el espíritu radiante de su
vida, en la claridad de su fe, en la devoción de su maternidad, un modelo para
las madres cristianas de estos tiempos más recientes.
Hay
cosas que envejecen y pasan de moda, pero la maternidad no. Es siempre la misma
en sus deberes, sus responsabilidades, sus privilegios sagrados y sus
posibilidades de influencia. Este viejo cuadro es nuevo y fresco, por lo tanto,
útil en cada época, para cada madre de verdadero corazón que lo mira.
⸞
Por un lado, Ana, como madre, era entusiasta⁓.
No
era una de esas mujeres que piensan que los niños son un estorbo indeseable. No
se consideraba a sí misma, en sus primeros años de casada, especialmente
afortunada por estar libre de los cuidados y responsabilidades de la
maternidad. Creía que los hijos eran una bendición del Señor, que la maternidad
era el más alto honor posible para una mujer; y pidió a Dios, con reverencia y
mucho empeño, el privilegio de estrechar a un niño en su seno y llamarlo suyo. En
estos días, cuando los niños no siempre son considerados como bendiciones del
Señor, ni siquiera siempre son bienvenidos, no debemos pasar por alto este
trazo de esta antigua pintura.
⸞ Por
otra parte, cuando llegó el hijo de Ana, ella consideró que era parte de su
piadoso deber alimentarlo y cuidarlo⁓.
Por
lo tanto, en lugar de ir a Silo para asistir a todas las grandes fiestas
religiosas, como había hecho antes, se quedó en casa durante algún tiempo, para
dar atención personal al pequeño que Dios le había dado, y que era todavía
demasiado joven para ser llevado con seguridad y comodidad en viajes tan
largos. Sin duda, ella suponía que estaba adorando a Dios tan aceptablemente al
hacer esto, como si hubiera ido a todas las grandes reuniones religiosas. ¿Y
quién puede decir que no tenía razón?
⸞ Las
primeras obligaciones de una madre son para con sus hijos; no puede tener
deberes más santos y sagrados que los que se refieren a ellos⁓.
Ninguna
cantidad de servicio religioso público compensará el descuido de estos. Puede
correr a las reuniones sociales y misioneras, y abundar en toda clase de
actividades caritativas, y puede hacer mucho bien entre los pobres, llevando
bendiciones a muchos otros hogares, y siendo una bendición para los hijos de
otras personas, a través de la escuela dominical o la escuela misionera; pero
si mientras tanto deja de cuidar a sus propios hijos, difícilmente puede ser
elogiada como una madre cristiana fiel. Ha pasado por alto sus primeros y más
sagrados deberes, mientras da su mano y su corazón a los que no son más que
secundarios para ella.
El
camino de Ana era evidentemente el verdadero. Más vale extrañar a una madre en
la iglesia […] que en su propia casa [1]. Algunas cosas deben ser excluidas de
toda vida seria, pero lo último que debe ser eliminado de la vida de una madre
debe ser el cuidado fiel y amoroso de sus hijos. El predicador puede instar a
que todos hagan algo en la obra general de la iglesia, y puede pedir maestros
para la escuela dominical; pero la madre misma debe decidir si el Maestro
quiere que ella se ocupe de alguna obra religiosa fuera de su propio hogar.
Para la obra allí, ella es ciertamente responsable; para la que está fuera,
ella no es responsable hasta que su responsabilidad hacia sus hijos esté bien
hecha, y ella tenga tiempo y fuerza para nuevos deberes.
⸞ Otra
cosa sobre Ana era que cuidaba a su propio bebé⁓.
Ella
misma se encargaba de la lactancia. No contrataba a ningún tipo de “niñera” y
luego confiaba a su tierno hijo a su cuidado, para poder tener “libertad” para
fiestas y visitas y óperas, y deberes sociales y religiosos. Era lo
suficientemente anticuada como para preferir amamantar a su propio hijo. No
parece haber sentido ninguna gran privación personal por el hecho de mantenerse
bastante cerca de su casa durante uno o dos años por ese motivo. Incluso parece
haber pensado que era un gran honor y un distinguido privilegio ser madre y
hacer con sus propias manos los deberes de una madre. Y cuando pensamos en lo
que este niño que ella amamantó llegó a ser en años posteriores, cuál fue el
resultado de todos sus dolores, abnegaciones y esfuerzos, ciertamente parece
que Ana tenía razón.
No es
probable que alguna vez se arrepintiera de haberse perdido algunas fiestas y
otros privilegios sociales —para poder amamantar y cuidar a Samuel en su tierna
infancia— cuando vio a su hijo en la plenitud y el esplendor de su poder y
utilidad. Si algo, aunque sea la mitad de bueno, resulta de la maternidad fiel,
hay ciertamente pocas ocupaciones abiertas a las mujeres, incluso en estos días
“avanzados” del siglo XIX, que produzcan resultados tan satisfactorios al final
como la sabia y verdadera crianza de los hijos. Muchas mujeres suspiran por ser
distinguidas en las profesiones, o como autoras, o artistas, o cantantes; pero,
después de todo, ¿hay alguna distinción tan noble, tan honorable, tan digna y
tan duradera como la que gana una verdadera madre cuando ha criado a un hijo
que ocupa su lugar en las filas de los hombres piadosos?
¿Podría
María, la madre de Jesús, en cualquier siglo, haber encontrado alguna misión más
grande que la de amamantar y cuidar al santo Niño que fue puesto en sus brazos?
O, si ese ejemplo es demasiado elevado, ¿podrían las madres de Moisés, de
Samuel, de Agustín, de Washington, haber hecho más por el mundo, si se hubieran
dedicado al arte, o a la poesía, o a la música, o a cualquier tipo de “profesión”?
⸞ Quizás
Ana tenía razón; y, si es así, la maternidad antigua es mejor que la nueva, y
la propia madre es la mejor enfermera de su hijo⁓.
Una
mujer contratada puede ser muy hábil; pero seguramente no puede ser la mejor
para moldear el alma del niño, y despertar y sacar sus facultades y afectos
latentes. La madre puede, al emplear tal sustituto, quedar libre para seguir el
mundo de la moda, de la cena y el vestido, de la diversión y los compromisos
sociales; pero mientras tanto, ¿qué se hace de esa pequeña vida tierna e
inmortal en el hogar, esa guardería así dejada prácticamente sin madre, para
ser alimentada y entrenada por un extraño asalariado? Y, además, ¿qué pasa con
la sagrada misión de la maternidad, que justamente el nacimiento de cada niño
impone a aquella que le dio la vida?
Un
escritor reciente, refiriéndose a este tema, pregunta: “¿Hay alguna mala
práctica del oficio, como ésta? Nuestras mujeres abarrotan las iglesias, para
inspirarse en la religión para sus deberes diarios, y luego se muestran rebeldes
con la primera de todas las lealtades, la más solemne de todas las
responsabilidades. Oímos a las madres jóvenes de moda jactarse de que no están
atadas a la maternidad, sino que son libres de deambular por la antigua vida
alegre, como si no hubiera vergüenza para el alma femenina que hay en ella”.
Tal
jactancia es una de las confesiones más tristes que una madre puede hacer. La
gran necesidad de esta época es que las madres vivan con sus propios hijos y
arrojen sobre sus tiernas vidas todo el poderoso poder de sus propias
naturalezas ricas, cálidas y amorosas. Si podemos tener una generación de Anas,
entonces tendremos una generación de Samueles creciendo bajo su sabia y devota
crianza.
⸞ Hay
otra característica en esta antigua madre que no debe ser pasada por alto. Ella
cuidó a su hijo para el Señor⁓.
Desde
el primer momento lo consideró como un hijo venido de Dios, no de ella, y se
consideró a sí misma como la nodriza de parte de Dios, cuyo deber era educar al
niño para una vida y un servicio santos. Es fácil ver la dignidad y el
esplendor que esto le dio a toda la agotadora sucesión de tareas y deberes
maternos, que los días posteriores trajeron a su mano. Era un hijo venido de
Dios el que cuidaba, y lo estaba educando para el servicio del Señor en dos
mundos. Nada le parecía monótono; ningún deber para con su pequeño era duro o
desagradable, con este pensamiento siempre brillando en su corazón. ¿Necesita
alguna mujer una inspiración más elevada o más poderosa para el trabajo y el
olvido de sí misma que ésta?
¿Y
hay alguna madre que no tenga la misma inspiración, mientras realiza su ronda
de tareas comunes del cuidado de sus hijos? ¿Era Samuel un hijo venido de Dios,
en un sentido más elevado, cuando Ana lo amamantaba, que los pequeños que yacen
en los brazos de miles de madres hoy en día? En los oídos de toda madre, cuando
un bebé es depositado en su seno, se oye el santo susurro del Señor, si ella
tuviera oídos para escuchar la voz divina: “¡Toma a este niño y críalo para mí!”.
Dios
quiere que las madres cristianas eduquen a sus hijos para una vida pura y
noble, y para labores santas. Toda madre está, por la propia suerte de la
maternidad cuando le toca, consagrada al sagrado servicio de amamantar, moldear
y formar una vida infantil para Dios. Ana comprendió esto, y encontró su tarea
llena de gloria. Pero, ¿cuántas, incluso entre las madres cristianas, no lo
comprenden y, sin estar sostenidas por la conciencia de la dignidad y la
bendición de su elevado llamado, consideran sus deberes y abnegaciones como
tareas dolorosas, un cumulo de trabajo pesado y agotador?
Valdría
la pena que cada madre se sentara tranquilamente junto a Ana y tratara de
aprender su secreto. Cambiará la habitación de bebé más humilde en un santuario
sagrado; y transformará los deberes más comunes y humildes de la maternidad en
servicios tan espléndidos como los que realizan los ángeles radiantes ante el
rostro del Padre.
_________________________
Nota del
Editor
[1]
El autor no está contraponiendo los deberes religiosos de la mujer como hija de
Dios, congregándose, orando con la iglesia y observando el día del Señor. Ciertamente
está considerando, aquella costumbre, antigua y nueva, de poner en conflicto la
obra de Dios fuera de la casa y el servicio a Dios en casa. Aun cuando Dios no
puso como rivales a la iglesia y a la familia, muchas veces familias son descuidadas
por un celo mal dirigido y una mala enseñanza acerca del servicio cristiano,
que desemboca en activismo.
Muchas
madres hoy día en detrimento de sus propios hogares, maridos e hijos, dan su
tiempo a las causas de una organización, conferencias, misiones, y piensan que
es mejor servir a otros que a aquellos a los que están unidos a ella de forma
natural y por mandamiento. Así, piensan ellas, el reino de Dios avanza mejor. Madres
así han lamentado haber perdido la oportunidad de ser misioneras en sus propias
casas y de haber usado su tiempo mostrándole el camino cristiano a otros, menos
a los suyos, cuando no, lamentado el activismo inútil que ni avanzó el reino ni
bendijo a sus hogares. Hijos rebeldes y maridos apáticos hoy son el
recordatorio triste de la inversión de su rol.
Lamentablemente,
hoy día, la mujer modelo que enseña feminidad Bíblica en grandes convocatorias,
iglesias, organizaciones, conferencias, radio y más, ha tenido que abandonar su
rol de esposas y madres para poderlo hacer. Así, le enseña a otras aquello que
ella ni siquiera práctica. En esto, la historia del pueblo de Dios, la Biblia y
la historia de la iglesia, dan testimonio que la mujer que es de verdadera bendición,
lo es en el ámbito donde Él la puso.
Gracias por cada publicación que edifica nuestras almas. Saludos 🤗
ResponderEliminarGracias por el trabajo realizado, que fue posible la lectura y edificación en un tema que ya conocemos muchos en nuestra iglesia, pero siendo tan débiles en mantener nuestras costumbres, es necesario recordar.
ResponderEliminarWalter Moncada.