viernes, 25 de noviembre de 2022

PROPORCIONE A SUS HIJOS LA DEBIDA CORRECCIÓN


Por Thomas Case [1] (1653)

Extracto “The Rod and the Word, A Treatise on Afflictions”

Tomado y traducido por Iglesia Bautista Reformada de Suba©

 

La vara

Este es el consejo del Espíritu Santo: «Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza; Mas no se apresure tu alma para destruirlo» (Prov.19:18). He aquí que Dios os aconseja a ustedes que nos padres, que hagan con sus hijos lo mismo que Él hace con los suyos: que utilicen sabiamente la disciplina de la vara, antes de que las disposiciones viciadas de sus hijos se conviertan en hábitos, y la necedad esté tan profundamente arraigada que la vara de la corrección no la pueda expulsar.

 

“El error y la necedad”, dice uno muy bien, “son las cuerdas de Satanás con las que ata a los pecadores a la hoguera para ser quemados en el infierno”. Estas cuerdas son más fáciles de cortar si se hace a tiempo. Si lastimas al niño al cortar esas ataduras, que eso no te cohíba; pues así se deduce: «Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza; Mas no se apresure tu alma para destruirlo» (Prov.19:18). No solo es una tontería, sino una cruel piedad, renunciar a la corrección por unas cuantas lágrimas infantiles; hacer que tu hijo se lamente en el infierno por el pecado, evitándole derramar unas cuantas lágrimas por evitarlo. Los padres y madres necios llaman a esto amor, pero el Padre de los Espíritus lo llama odio: «El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; Mas el que lo ama, desde temprano lo corrige» (Prov.13:24). Seguramente no hay nada tan mal perdonado, como aquello por lo cual el niño podría ser mejor si se corrige. Tal misericordia es odio; y si usted odia a sus hijos al no corregirlos hoy, ellos pueden llegar a odiarlo al final por no corregirlos.

 

Pero esto no es todo. La indulgencia de los padres al disciplinar, da paso a la severidad de Dios. Tenerle piedad a la carne del niño es crueldad para su alma […] La indulgencia insensata de los padres puede ser la muerte del niño, y a menudo es su muerte eterna. Los padres así perdonan a sus hijos en su insensatez, hasta su destrucción tanto del cuerpo como del alma.

 

Y esto puede ayudarnos a explicar ese otro texto paralelo: «No rehúses corregir al muchacho; Porque si lo castigas con vara, no morirá» (Prov.23:13). El significado puede entenderse como que la corrección no lo matará; la vara no romperá los huesos. Esto reprende la tonta y pecaminosa blandura de los padres, que piensan que, si corrigieran a sus hijos, éstos morirían de inmediato por ello. Tienen tanto miedo de usar la vara como si esta fuera una espada. Pero el Espíritu Santo dice: ¡No, no temáis la corrección, porque he aquí que los golpes de la vara no son golpes de muerte! Es una vara, no una serpiente, puede herir, pero no aguijoneará con veneno. Para calmar el temor de los padres en este caso, Dios mismo da su palabra al respecto: «No morirá».

 

Pero el significado que más bien concibo de este texto puede ser el extraído del fruto de la corrección: «No rehúses corregir al muchacho». ¿Por qué? Porque, en otras palabras, la disciplina puede ser, y es a menudo (a través de la bendición divina que la acompaña) un medio para prevenir la muerte. Puede prevenir la primera y segunda muerte, a la que el niño está expuesto por la indulgencia pecaminosa de los padres.

 

Alguien dice que la palabra empleada en este lugar parece señalar una inmortalidad; de modo que «no morirá», es como si el Espíritu Santo hubiera dicho: “Vivirá para siempre”, la vara en la carne será un medio para salvar el alma en el día del Señor Jesús. «Mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo». (1 Corintios 11:32). Como dice David en otro lugar: «Que el justo me castigue, será un favor, y que me reprenda será un excelente bálsamo que no me herirá la cabeza» (Sal.141:5). Y tales reprimendas están tan lejos de quebrar la cabeza, que serán un excelente aceite que curará y dará vida. Incluso el filósofo podría decir: “La corrección es una especie de medicina para los niños”.

 

¡Ay!, nuestros niños están enfermos, y esa misericordia que les permitirá morir -aun eternamente- antes que curar sus paladares con un poco de medicina amarga, es cruel. Son monstruos en forma de padres y madres, aquellos que abrazan así a sus pequeños hasta la muerte. Son infanticidas en lugar de padres; de los cuales podemos decir, como una vez dijo el emperador romano de Herodes, cuando se enteró de que había asesinado a su propio hijo entre el resto de los infantes en Belén, para poder estar seguro de destruir al Rey de los Judíos: “¡Seguramente es mejor ser los cerdos de esa gente, que sus hijos!”. ¡Oh, odiosa indulgencia y despiadada piedad: condenar a un niño por falta de corrección! Tales padres arrojan a la vez la vara y el hijo al fuego. Arrojan la vara al fuego de la chimenea, y al niño al fuego del infierno. Esto no se hace como Dios, «Porque el Señor al que ama, disciplina, Y azota a todo el que recibe por hijo» (Hb.12:6), y así lo hace todo padre sabio y amoroso. «El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige» (Prov.13:24).

 

Como las polillas se sacan del vestido con una vara, así deben sacarse los vicios del corazón de los niños. Por falta de este amor disciplinario, ¡cómo algunos hijos han acusado a sus padres en su lecho de muerte, sí no es que en la misma horca! Y cuántos maldicen y maldecirán a sus padres en el infierno, como supone Cipriano que hacen algunos: “¡El malvado cariño de nuestros padres nos ha llevado a estos tormentos! ¡Nuestros padres y madres han sido nuestros asesinos! ¡Aquellos que nos dieron nuestra vida natural, nos han privado de la vida eterna! Los que no querían corregirnos con azotes, ahora nos han arrojado a ser atormentados con escorpiones”.

 

Sí, incluso en esta vida, cuántos padres piadosos y sabios tuvieron ese cariño indulgente por sus hijos y no los entristecieron por su locura. Elí y David no quisieron ni siquiera reprender a sus hijos, y Dios les dio reprimendas en sus hijos. Se le dijo a Elí: «Y le mostraré que yo juzgaré su casa para siempre, por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos han blasfemado a Dios, y él no los ha estorbado» (1 Sam.3:13). El hebreo dice: “No les frunció el ceño”. ¡Qué triste es destruir un alma, por falta de un ceño fruncido!

 

Mucho me temo que esta indulgencia anticristiana y malvada de los padres, es la fuente de toda la confusión bajo la cual nuestro país [2] en este momento se tambalea, y se tambalea como un borracho. Y por este mismo pecado (al menos por este entre otros, y por este por encima de otros) Dios está visitando a todas las familias del país, desde el trono hasta la más pobre cabaña. Tales padres indulgentes han puesto los cimientos de sus propias penas, de la ruina de sus hijos, y la destrucción de la nación, al negar la disciplina adecuada a ellos.

 

Por esa causa, Dios nos atraviesa en nuestros justos deseos; hemos caminado, incluso en este punto, excesivamente en contra de Dios y de su disciplina; y por eso Dios está caminando en contra de nosotros, y nos está castigando siete veces más por esta iniquidad. Por lo que, ojalá, los padres se despierten para seguir tanto el modelo como el precepto de su Padre celestial, quien, así como “Corrige a los que ama”, les ordena corregir amorosamente a sus hijos. «No rehúses corregir al muchacho; porque si lo castigas con vara, no morirá» (Prov.23:13).

 

Además, vale la pena observar que la misma palabra en el original, que se traduce como ‘rehusar’, significa también ‘prohibir’; señalando otra destemplanza en los padres, que así como ellos mismos no corrigen a sus hijos, también prohíben que otros, bajo cuya tutela los ponen, los corrijan. Es como si temieran que sus hijos no tuvieran suficiente pecado aquí, ni suficiente infierno en el futuro, y que pusieran reparos a los medios que Dios ha santificado para su corrección. Padres, tengan cuidado de que, cuando encomienden sus hijos a las manos de otros, no se las sujeten mientras tanto. Si ustedes los juzgan imprudentes ¿por qué los eligen para que cuiden a sus hijos? Si los eligen, ¿por qué no confían en ellos? Pues bien, si la corrección está en tu mano, no la retengas; si está en la mano de tu amigo, no la prohíbas.

 

Ciertamente hay tanta necesidad de este deber, que el Espíritu de Dios lo inculca con frecuencia a lo largo de los Proverbios.

 

La Instrucción

Si quieres que tus hijos sean bendecidos, añade la instrucción a la corrección. Imita a Dios también en esta parte de la disciplina paterna. Que el castigo y la instrucción vayan juntos; es lo que el Espíritu Santo le insta a hacer: «Criadlos en la disciplina y amonestación del Señor» (Ef.6:4).

 

Hay dos palabras relacionadas con estos dos deberes de los padres; en la crianza y amonestación se añade, “del Señor”. Es decir, el primer deber, del que ya nos hemos ocupado, y lo que el Señor ordena a los padres terrenales que ejerzan hacia sus hijos es el castigo. Y luego hay otra palabra, que indica el fin y el propósito de la corrección de los padres, que es la “amonestación” o instrucción del Señor, consejos e instrucciones tomados de la Palabra de Dios, o que son aprobados por Dios. El resumen es que, mientras castigamos la carne, debemos esforzarnos por informar y formar la mente y el espíritu, infundiendo principios correctos, presionando e instando sobre sus tiernos corazones el consejo, la reprensión y la instrucción según lo requiera el asunto.

 

Este es el deber de los padres, imitar a Dios, dejar que la instrucción explique la corrección; y con una vara en la mano, y una palabra en la boca, puedan educar a sus hijos para la vida eterna.

 

Una vara silenciosa no es más que una disciplina bruta, y ciertamente dejará a los hijos más insensatos de lo que los encontró. El castigo sin enseñanza puede quebrar los huesos antes que el corazón. El castigo solo puede mortificar la carne, pero no la corrupción. El castigo solo puede controlar la naturaleza, pero nunca engendrar la gracia. Pero la vara y la corrección dan sabiduría. Así como la instrucción sumada a la corrección hace excelentes cristianos, también hace buenos hijos.

 

Hay padres que son bastante severos y malhumorados con sus hijos; no escatiman en golpes. En lugar de quebrantar su voluntad mediante una corrección sabia y moderada, están dispuestos en sus airadas pasiones a romperles los huesos, y a veces también el cuello. Pero no les importa la otra rama de la disciplina paterna: la instrucción y la amonestación.

 

Supongo que el apóstol habla de tales padres: «Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? Y aquéllos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad» (Hb.12:9-10). No está hablando de todos los padres, pero lo que quiere decir es que hay tales hombres y mujeres en el mundo que no se parecen en nada a Dios, y que al castigar a sus hijos se complacen más a sí mismos que a sus hijos. Dios disciplina para nuestro beneficio, pero ellos disciplinan para dar rienda suelta a su pasión y satisfacer su rabia y furia vengativas. ¿Y cuándo es eso? En verdad, cuando la vara y la reprensión no van juntas, es una prueba de que en tales castigos hay más pasión que sabiduría, y más crueldad que amor. Tales padres prefieren traicionarse con su propia insensatez, antes que tomar el camino para hacer sabios a sus hijos.

 

«La vara y la corrección dan sabiduría» (Prov.29:15). Ninguna de las dos cosas por sí sola lo hará. La vara sin la reprensión, endurecerá el corazón y enseñará a los hijos a odiar a sus padres antes que a odiar el pecado. Mientras que la reprensión sin la vara, a menudo no dejará ninguna impresión. Solo la verdad divina debe ser el instrumento que obre la gracia salvadora en el corazón: «Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad» (Jn.17:17). Es un gran elogio a la madre de Timoteo, que desde su niñez le haya instruido en las Escrituras: «las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús» (2 Ti.3:15). Cuando la instrucción de la Palabra está en la boca de la vara, trae consigo sabiduría y vida.

 

¡Que los padres imitaran al Padre de los Espíritus en esta bendita área de la disciplina paterna, uniendo la palabra de instrucción a la vara de la corrección, y enseñando al mismo tiempo que castigando!: «que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina» (2 Ti.4:2). ¡Oh, que todo niño tenga motivos para dar a sus padres ese elogio que Agustín le dio una vez a su madre!: “Mi madre trabajó para mi salvación eterna con más ternura y dolor que como trabajó para mi primer nacimiento”. Ojalá que los padres naturales pudieran hablar del fruto de sus lomos, como Pablo habla de sus gálatas: «Hijitos míos, por los cuales vuelvo a sufrir dolores de parto hasta que Cristo sea formado en vosotros» (Gá.4:19); para que se regocijaran más en el segundo nacimiento de sus hijos que en el primero.

 

Amados, esto se hace mediante la Palabra y la vara. «Corrige a tu hijo, y te dará descanso, y dará alegría a tu alma» (Prov.29:17). Qué mayor deleite que ver a nuestros hijos caminando en la verdad, y llegar a pensar así: que cuantos hijos Dios nos ha dado, todos los hemos criado para Dios, los mismos herederos que hemos dejado para el reino de los cielos. Pues bien, castíguenlos y enséñenles la Palabra de Dios, y sus hijos serán bendecidos.

 

Toma una pequeña precaución más, y es:

 

La oración

Añade la oración a la instrucción. Así como la enseñanza debe acompañar al castigo, la oración debe acompañar a la enseñanza. Pablo puede plantar, y Apolos puede regar, pero Dios es quien debe dar el crecimiento (1 Co.3:6). De la misma manera con nosotros, el padre puede corregir, la madre puede instruir, ambos pueden hacer ambas cosas, pero Dios debe dar la bendición. Por lo tanto, los padres cristianos, mientras añaden la instrucción a la corrección, deben añadir la oración a la instrucción. Los medios son nuestros, el éxito es de Dios. Por lo tanto, pongamos la vara en la mano de la instrucción, y la instrucción en la mano de la oración, y todo en la mano de Dios.

 

Oren y enseñen a sus hijos a orar, para que Dios bendiga la corrección y la instrucción, para que ambas los hagan a ustedes y a sus hijos bendecidos. Amén.

 

_________________________________________________

 

[1] Thomas Case (1598-1682) fue un ministro inglés de creencias presbiterianas, miembro de la Asamblea de Westminster. Participó en la conferencia de Saboya de 1661, pero fue expulsado por su no conformidad en el momento de la Ley de Uniformidad de 1662.

 

[2] Lit. Inglaterra

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