Todo creyente podría afirmar que la
paternidad es una bendición demandante. Es lo mismo que dice la Biblia acerca
de ello, pues los hijos son vistos como herencia del Señor y algo de mucha
estima, una preciosa corona o como flechas en manos de un cazador. En fin,
grandes apelativos se dan a los hijos, al reconocer que no son producto de una
ciega unión celular provista por la naturaleza, sino que vienen como producto
de la voluntad de Dios al conceder la vida.
Pero como todos los dones de Dios ¡Cómo
se ha visto amenazada la paternidad! De hecho, el mundo ha sido hábil en
presentar la paternidad como algo distinto de lo que es y al hacerlo, ha
querido –con mucha eficacia-, quitar el privilegio de la crianza de los hijos a
sus propios padres y reemplazarlos por sustitutos que desfiguran completamente
lo que antes fue un don de Dios. El mensaje que se recibe de la sociedad hoy es
que los padres no son los más adecuados para ver por la crianza de sus hijos,
por lo cual, entre más temprano en la vida se pueda, el hijo debe dejarse en
manos de tutores ajenos, a los que Dios no les dio la responsabilidad de la
crianza de ellos y que en algunos casos, ni siquiera comparten la fe que es en
Cristo.
Y aunque sé que el asunto es polémico
ahora, la organización familiar de muchos creyentes, provoca que ninguno de los
padres crie a sus hijos en persona. Se pretende que los hijos pueden ser
criados ‘a distancia’ o a través de un ‘intermediario’. Pero crianza y
distancia son dos cosas que no se llevan de la mano y solo en casos realmente
justificables, (Como puede ser el caso de las madres solteras o una situación
providencial muy adversa) es una opción que se toma, pero donde se es consciente
que lo ideal, es decir, que los padres críen a sus propios hijos, no se toma en
cuenta. Seguramente los principios de una sociedad moderna ha hecho que los
padres miren su paternidad de manera distinta y que, en el caso de las familias
constituidas regularmente, las madres se hayan dado el permiso de pretender
‘desarrollarse’ por fuera de su hogar, delegando a un tercero, lo que
corresponde directamente a su rol.
Así, lo que es una oportunidad, y quizás
una de las más grandes, de adelantar el reino de Dios en otras personas, se ve
minimizado por dirigirse a un estándar que el mundo puso y no el sencillo
proceder de las Escrituras. Pero allí no termina todo, los padres cristianos,
absorbidos en este círculo, saben que su responsabilidad hacia sus hijos es muy
grande, pero en la práctica, sus fuerzas no alcanzan para responder por todas
las cosas fielmente. Ellos llegan cansados del trabajo y el tiempo y las
fuerzas que les resta tienen que dedicarlas a sus hijos. Y esta práctica
continua, obviamente dejará sin tiempo ni energía a los creyentes para
adelantar asuntos a favor del reino de Dios por fuera de su hogar.
No me mal entienda. No estoy diciendo
que tener una organización familiar adecuada, hará que el servicio a Dios, automáticamente
se vea energizado. Pero si puedo decir que una organización familiar donde los
roles sean observados y los padres puedan criar a sus propios hijos, proveerá
de un ambiente más favorable para que esta tarea sea más eficiente, a la vez
que no caeremos en la tentación de hacer rivales la paternidad y el servicio a
Dios. Seguramente en el seno del hogar, la madre puede influir evangélicamente de
interminables maneras a sus hijos al convivir con ellos a diario y a cada
momento. El padre puede verse más enfocado al llegar a casa después de trabajar
y así suplir a su familia lo que es propio de su rol como guía espiritual. Y
bajo esta organización, seguramente habrá más tiempo y ánimo para orar,
estudiar la Palabra de Dios, asistir a las reuniones de la iglesia, trabajar en
los ministerios eclesiásticos, evangelizar y otras cosas más.
Entendemos así, que la resolución valiente
del profeta Samuel, evidenciaba unas prioridades definidas a la vez que una
organización que le permitiera asegurar que él con toda su casa servirían al
Señor y le serían fieles. Y es el llamado a los padres que tomen una resolución
valiente el día de hoy. Si meditamos bien, una organización familiar sencilla
pero obediente, hará familias fuertes que a su vez, serán la fortaleza de
iglesias firmes. Y si un hogar bíblico, pudo, por el esfuerzo valiente y
obediente de sus padres, promover el bienestar de la iglesia y por ende del
reino de Dios, entonces la paternidad valió la pena y se elevó por encima de
los estándares comunes de la familia, porque no solo se miró por la educación
en valores y moralidad de los hijos ni por su supervivencia física, sino que
fue una herramienta a favor de lo que es eterno.
Seguramente la iglesia tiene grandes
expectativas para los padres de familia que la componen. Desea verles asumiendo
una paternidad lo mas bíblica posible, como un bendito medio para adelantar el
reino de Dios en su familia, por medio de una obediencia viva y unas devociones familiares constantes que a su vez
dirijan y enmarquen un servicio a Dios más determinante fuera del hogar, y por
supuesto en la iglesia. Pero no usando la paternidad como su mayor excusa para
el servicio en sus ministerios. Y como es sabio hacer, no poniendo en aprietos
el principio al plantear: O lo uno o lo otro, sino más bien saber, que esto es
necesario hacer sin dejar de hacer lo otro.
P. Jorge Casatñeda
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