¿Y qué de los casados y su servicio a
Dios?
Con toda certeza, en las Escrituras
vemos que el tema del matrimonio es tratado con cierta amplitud. Desde su bella
institución en Génesis, su protección en el decálogo, su deleite y gozo en
libros como Cantar de los Cantares, sus principios rectores en general en toda
la Biblia, sus ejemplos, su modelo y más, se revelan tanto en el antiguo como
en el Nuevo Testamento. De hecho, aunque la Biblia no tenga como tema central
el matrimonio, es una de aquellas instituciones que vienen desde la creación,
que nos hacen ver, hasta cierto punto, el interés de Dios con respecto al tema.
Aprovechando tan vastos recursos, solo
deseo apuntar hacia las expectativas que como iglesia tenemos de los
matrimonios cristianos y su servicio a Dios. Seguramente hemos escuchado la
frase: Primero Dios, segundo la familia, luego la iglesia y lo demás. Son tal
vez frases que hemos intuido como ciertas y por supuesto, en ellas reconocemos
cierto grado de verdad, aunque de otro lado, ponemos en duda que sea eso lo que
las Escrituras indican. Que Dios sea lo prioritario, eso es innegable, pero que
Dios ponga a enfrentarse, casi a modo de rivalizar, dos instituciones que Él
mismo creó, es lo que no suena correcto.
Para muchos casados, el matrimonio ha
sido un escape justificado para aislarse y ausentarse del servicio a Dios. Como
para otros, el servicio a Dios y en su iglesia, ha sido la justificación
perfecta para abandonar sus roles y responsabilidades matrimoniales. No hay
nada que la Biblia no conozca y por ello en 1 Cor. 7, nos ayuda a entender que
nadie, bajo excusas de servir a Dios, puede dejar de cumplir su papel de
conyugue. Pero que nadie, bajo el principio de responsabilidad marital, debe
dejar a un lado el servicio a Dios. El que creó dichas instituciones, ha dejado
principios, deberes y nos ha mostrado su expectativa hacia el creyente tanto en
medio de su familia como en la iglesia.
Y es aquí donde se requiere sabiduría de
parte del hijo de Dios, pues no puede vivir su profesión cristiana bajo la idea
de lo uno o lo otro, sino mas bien, lo uno sin dejar de hacer lo otro. La frase
de Pablo hacia los solteros: quisiera que estuvieses sin congoja (1
Cor.7:32), pudiera sugerir que, de cierta manera, el matrimonio trae una
especie de sufrimiento, al ver, según el contexto, que el servicio a Dios puede
verse estorbado por algunas dificultades propias de un matrimonio y eso frustra
porque el deseo primordial del creyente es: buscar primeramente el reino de
Dios y su justicia, o al menos, eso es lo que se asume.
Muchos matrimonios en la actualidad, han
hecho de sí mismos, un fin. Dichos matrimonios se han encerrado en sí mismos, y
se han anulado para el servicio al Señor. Hombres y mujeres cristianos, que
siendo solteros mostraron dedicación a la oración, el estudio Bíblico, el
servicio en los ministerios de la iglesia, la generosidad, el evangelismo,
ahora como casados, se han perdido entre el común de las personas, solo
sosteniendo una exposición y dedicación que se cuenta en minutos a la semana. Esta
forma de proceder sugiere que lo que más anhelaban era casarse y ahora lo han
conseguido para después dejar de buscar a Dios y servirle.
Matrimonios que tienen todo a su favor
para vivir más fielmente los caminos del Señor, porque la providencia de una
compañía legitima, de la misma fe, convicción, prioridades y deseos, pudiera
hacer que cada conyugue experimentara un crecimiento en el servicio a Dios más
firmemente, se han visto minimizados a causa de las expectativas mundanas sobre
ellos. Estos matrimonios se han desenfocado de su solemne llamamiento, pues
antes de que cada conyugue sea ‘esposo’ o ‘esposa’, fueron llamados como hijos
de Dios, profesión que han abandonado por una confusa profesión marital. Y no
solo eso, aun estando casados, nunca deberían poner una bendición divina como obstáculo
para el servicio en el reino de Dios. El apóstol inspirado dice: Pero esto
digo, hermanos, que el tiempo es corto; resta, pues, que los que tienen esposa
sean como si no la tuviesen (1 Cor.7:29).
¿Cómo llega a estas palabras si
también nos dice que: el casado o casada
tienen cuidado de las cosas de este mundo de cómo agradar a sus
conyugues? (1 Cor.7:33-34). La respuesta no es sencilla por la tensión que esto
produce en la mente y en la práctica. Nos hubiese sido más cómodo que se nos
dijera qué sí o qué no. Pero el hermano casado debe considerar que su
existencia debe estar enmarcada en su prioridad máxima, prioridad que la puso
el Señor a quien sirve y es: Cristo, su reino y su justicia. Estando
orientado y en procuras del reino, no debe abandonar sus responsabilidades ni
gozos de su matrimonio. Su matrimonio debe evidenciar que está por encima del
matrimonio del mundo, al concentrarse en el Señor de una manera que el matrimonio
se vea beneficiado y el reino de Dios promovido crecientemente.
El apóstol estaba lejos de sugerir, que
el ‘ocuparse’ del conyugue significa correr tras sus caprichos. La realidad de
algunos matrimonios, lamentablemente es esa. Esposos que crearon un nivel de
vida que ahora los presiona y obliga a correr a un lado su prioridad como
cristianos y ni promueven el reino y paso a paso abandonan sus
responsabilidades matrimoniales. Matrimonios que van tras sus caprichos de
‘tener’, ‘progresar’, ‘conseguir’. Finalmente la cultura ha hecho que bajo
engaños, se saque al creyente casado, de los asuntos del reino y luego de su
matrimonio, porque aceptémoslo, ese círculo es interminable. Esposos que
persiguen lo que el común de los matrimonios persiguen, una casita promedio donde
vivir, un estrato medio, un pequeño carro, una estabilidad económica promedio,
la tranquilidad promedio, salir, cenar, vacaciones y todo esto en detrimento de
su servicio a Dios. Esto pasa año tras año, luego vienen los hijos y el asunto
está hecho. Una familia promedio, viviendo en las cosas promedio, en la
espiritualidad promedio, la mejor forma de desaprovechar la profesión de fe e
inutilizarse como cristianos.
¿Eso es el propósito y fin del
cristiano? ¿Haber conocido a Cristo y servirle por un tiempo para luego
perderse en el promedio? ¿Se trata de esto la vida? ¿En eso consiste la vida
cristiana matrimonial? ¡Claro que no! Si bien, el matrimonio nos arroja a
varias responsabilidades que harán que servir a Dios, por un lado sea
desafiante, por otro lado, la providencia ha juntado a dos creyentes que viven
juntos para la gloria de Dios que se animan en la fe y pueden servir a Dios con
más eficacia. Luego, tendría que verse un doble resultado. Es decir, si como
creyente individual doy fruto, ¿Cuánto fruto daré si soy ayudado por mi
conyugue? Si como creyente individual crezco ¿Cuánto creceré si soy animado y
edificado por otro, mi conyugue? Se esperaría que los matrimonios cristianos
muestren más dedicación a sus devociones, a la iglesia, al evangelismo, sin
dejar de alimentar su matrimonio.
Habría un gran provecho a favor del
reino de Dios, si cada matrimonio se encausara con fidelidad a su solemne
llamado cristiano. Sabemos que nuestro peor enemigo vive en nuestro matrimonio,
es nuestra propia carnalidad que procurará que nunca nos aunemos a los
propósitos divinos. De hecho, es más fácil para el esposo, mirar hacia el otro
lado y no reparar en la profesión de fe de su esposa, porque de cierta manera
le conviene que ella no sea ‘tan comprometida con Dios’ (ni con su hogar) y así,
él mismo promueve una organización familiar que hace que palabras como
crecimiento, progreso, conseguir, procurar, sean enmarcados por el mundo en
perjuicio de la obediencia de su esposa. Es más fácil par la esposa mirar hacia
otro lado y no reparar en la profesión de fe de su esposo, porque de cierta
manera le conviene que no sea ‘tan dedicado al Señor’ pues esto le traería un
ajusta de carácter donde él sería más sobrio en gastos, en servicio, y no
estaría corriendo tras el mundo para tener contenta a su familia. Pero hermanos,
no estamos aquí para lo fácil sino para lo correcto.
Pero que diferente puede llegar a ser
para la iglesia y el mismo matrimonio al recordar nuestras prioridades.
Recordemos que el matrimonio es una unión e institución solemne pero es temporal,
mientras que como creyentes hacemos tesoros en el cielo donde ni la polilla
ni el orín corrompen. No sería sabio haber usado tan bella bendición como
una excusa para no trabajar en el reino de Dios, bendición que Dios nos dio,
como una solemne oportunidad para servirle en otro contexto y con la recompensa
diaria de tener a la persona más amada bajo el cielo, procurando mi mayor bien:
Que me conforme al carácter de Cristo.
P. Jorge Castañeda
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