Bajo el titulo: Hermanos, centren la
atención en la esencia de la adoración, no en la forma, un reconocido autor cristiano- a
quien además respeto en otros campos -, dice lo siguiente:
Pocas personas nos hemos dado el lujo de escapar a las “Guerras de adoración”. Las “guerras” se libran generalmente sobre formas y estilos, no sobre la esencia de lo que es la adoración…Centren la atención en la esencia, no en la forma. Si tienen éxito en educar a la iglesia que experimente la esencia, es probable que sobrevivan a las guerras y estarán en condiciones de guiarlos a través de aguas más tranquilas.
El ejemplo citado arriba, nos sirve de
muestra clara de la manera muy concurrida en la actualidad de abordar algunas
discusiones que competen con la vida y desarrollo de la iglesia de Cristo y
aquí en especial al espinoso tema de la adoración pública. Sin duda creo
entender el afán de no hacer de este tema un asunto de guerra santa, pues el
loable acto de adoración comunitaria debería estar rodeado de admiración,
humildad y devoción y no de confrontación y enemistad. Pero sin duda, al ser
parte de nuestro desarrollo como iglesia de algo que ha sido revelado en la
Palabra de Dios, no debemos menos que atender y siempre avanzar en nuestra
comprensión del tema, por la misma razón que es un loable ejercicio.
Es común encontrar que la importancia de
tales asuntos se diluye al poner sobre la mesa la diferencia entre la esencia y
la forma, o de otra manera lo central y lo periférico. Así muchas discusiones
han terminado aceptando la existencia entre asuntos fundamentales o esenciales
y la libertad dada por sentado en cuanto a las formas. Como lo propone el
ejemplo citado, la solución está en centrar la atención a la esencia y relegar
las formas a asuntos bien secundarios, si es que es eso es importante. De esta
manera, la discusión sobre la adoración queda en el vacío o más bien con
asuntos muy básicos a los que apelar como esenciales.
Sin embargo me pregunto si hacer tan
simple el asunto es lo que honra nuestra profesión. ¿Es legitimo usar ese
lenguaje en estas discusiones tan relevantes que se presentan en lo que tiene
que ver con la iglesia de Cristo? ¿No será una manera muy facilista de
deliberar? Lo que ocurre con el simple planteamiento de diferenciar esencia y
forma o en atender a la esencia y evitar las discusiones en cuento a la forma, es
que en ocasiones se demarca bajo criterios muy subjetivos la línea entre fondo
y forma a la vez que despoja a la esencia de su consecuencia inmediata. Apelar a
tal diferenciación -para dirimir que cosa es el fondo y otra la forma- ¿No será
una fraseología que esconde el temor de llevar hasta las últimas consecuencias
las doctrinas bíblicas? ¿No es una especie de relativismo al declarar que si
bien conocemos la doctrina nada sabemos de las formas y si las hay nadie puede
hablar de ellas como normativas?
Soy consciente de lo que puede
representar las formas en la adoración, sin embargo la respuesta a este dilema no
nos debe llevar a reconocer el mínimo común de acuerdo entre todos y lo demás
atribuirlo a las formas para sacarnos con diplomacia la responsabilidad de
ahondar en un estudio exegético, histórico de las Escrituras, en este y en
otros temas. Realmente no es tan fácil trazar dicha línea divisoria y vale la
pena pensar ¿Lo debemos hacer? Mi preocupación es que planteado así, el único
esfuerzo que se nos requeriría como iglesia es el de dejar caer en el lado
adecuado cada cosa, cada doctrina, cada implicación. En un lado en el cajón de
la esencia donde hay un cartel de: Indispensable, urgente, necesario y lo demás
dejarlo caer en el cajón de las formas con un cartel de: secundario, creativo,
no importante.
Si seguimos evitando el esfuerzo
exegético y las implicaciones necesarias, el esfuerzo de la iglesia se
reduciría solo desarrollando la habilidad de distinción entre lo uno y lo otro.
Sin embargo, dicho esfuerzo puede enfocarse de una mejor manera si reconocemos
que el fondo o esencia de una cuestión da a luz las formas, es decir, las
formas solo son un reflejo acorde y consecuente del fondo mismo. Así la tarea eclesiástica
no será la de la simple distinción, sino la de la implicación consecuente. Las
implicaciones de lo fundamental no deben verse como secundarias sino como
continuaciones necesarias de un entendimiento más profundo de lo que llamamos
lo esencial, lo que requiere verdadero estudio, dedicación y una mente cada vez
más precisa en la mente de Cristo.
Podemos afirmar sin dudas que formas de
adoración descuidadas y mundanas delatan vacios en lo fundamental, y que mayor
entendimiento en la esencia de la adoración debería arrojarnos a unas formas
más elevadas y precisas de culto corporativo y no a una insipiencia y palidez
que también delata vacíos en la comprensión de lo esencial. No podemos reposar
tranquilos en entender mejor la esencia de la adoración y ver que nuestros
cultos se hunden en el formalismo y en el mínimo involucramiento menta y
emocional, peligro tan grande como la mundanalidad abierta. La adoración
corporativa no es un asunto secundario, corresponde a lo que debemos hacer como
iglesia y nunca debemos dar por sentado que en ese aspecto, no somos
susceptibles a seguir reformándonos.
P. Jorge Castañeda
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