jueves, 12 de diciembre de 2019

LA AUTORIDAD CIVIL


UN ENTENDIMIENTO BÍBLICO - CONFESIONAL

Todos los creyentes, mientras vivamos en este mundo, nos encontraremos involucrados de muchas maneas en los asuntos civiles, en nuestros propios países y estados. Sin embargo, la manera de acercarnos a dichos asuntos no es igual a la de aquellos que no han reconocido el señorío de Cristo por medio del evangelio, en arrepentimiento para con Dios y la fe en su sacrificio en sustitución.

Debido a que el creyente tiene otra ciudadanía que la de su nacimiento físico (Fil.3:20), un Rey supremo al que le rinde toda y absoluta sujeción (Is.9:6), una constitución más alta que la de su propio país (Mt.24:35), entonces está en la capacidad de juzgar las cosas, no como los que están enemistados con Dios, ajenos a las realidades completas y espirituales, sino como quienes disciernen las cosas con la Palabra de Dios siendo ellos mismos gente espiritual (1 Cor.2:14.15). Esto les permite acercarse sobre otro fundamento que el meramente humano a todos los asuntos civiles, de manera que lo que ahora vivía en la carne, lo viva en la fe del Hijo de Dios (Gal.2:20), y en estricta lealtad a las Sagradas Escrituras.

Esto le concede un entendimiento y discernimiento más agudo que el simple hecho de declararse de derecha, centro o izquierda y las miles de variedades de estructuras sociales y políticas elaboradas e inventadas por el hombre caído. Esto le ha permitido al cristianismo sobrevivir bajo regímenes autoritarios, monarquías, democracias y otras, aunque haya podido disfrutar o a veces sufrir en manos de unas más que en otras, pero jamás depender de algunas de esas estructuras para desarrollarse. Por eso el creyente, no se avergonzará en coincidir o no, con una o con otra política, no en virtud de su afiliación política sino en virtud de la identificación de tal o cual política o ideal con la Palabra de Dios. Esto también le permitirá coincidir a veces con la autoridad civil y otras veces ser crítico de ella, en la medida que esta se alinee o no a las Escrituras. Su sometimiento o criticidad, siempre se darán, no en la carne ni con las armas de humana sabiduría, sino con las que otorga Dios a su pueblo para los fines establecidos (2 Cor.10:3-6).

No es sabio que los hijos de Dios, obremos carentes de las implicaciones de nuestra vocación espiritual en los asuntos civiles, y nos dejemos llevar ciegamente por los caminos propuestos por la humanidad caída y llena de sus propios intereses. La única manera de no quedar en la mitad del fuego cruzado de las tendencias políticas, es andar en fidelidad a las Escrituras, honrando a Dios antes que a los hombres (Hch.4:19-20; 5:29), aunque al hacerlo quede expuesto a toda la estructura del mundo y su persecución, porque es el mundo, no importa de qué tendencia política, el que está en contra de Dios y de su Cristo, y por supuesto, de todo aquel que ha renunciado al mundo y sigue al fielmente al Salvador (Sal.2:1-3).

Nuestra lealtad absoluta como hijos del Reino es solo a Dios y a su Palabra; la lealtad civil, solo se debe dar en cuanto a su identificación a los principios de las Sagradas Escrituras y en cuanto a lo que ellas han determinado como legitimo para la autoridad civil.

 CONFESIÓN BAUTISTA DE FE DE LÓNDRES 1689
DE LAS AUTORIDADES CIVILES

1. Dios, el supremo Señor y Rey del mundo entero, ha instituido autoridades civiles para sujetarse a él y gobernar al pueblo [1] para la gloria de Dios y el bien público [2] y con este fin, les ha provisto con el poder de la espada, para la defensa y el ánimo de los que hacen lo bueno, y para el castigo de los hacen el mal [3].

[1]. Sal. 82:1; Lc. 12:48; Ro. 13:1-6; 1 P. 2:13,14.
[2]. Gn. 6:11-13 con 9:5,6; Sal. 58:1,2; 72:14; 82:1-4; Pr. 21:15; 24:11,12; 29:14,26; 31:5; Ez. 7:23; 45:9; Dn. 4:27; Mt. 22:21; Ro. 13:3,4; 1 Ti. 2:2; 1 P. 2:14.
[3]. Gn. 9:6; Pr. 16:14; 19:12; 20:2; 21:15; 28:17; Hch. 25:11; Ro. 13:4; 1 P. 2:14.


EL RECONOCIMIENTO
«Porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas».

Hablar de un acercamiento correcto del creyente y la iglesia a la autoridad civil, no debe ser visto como una negación de la soberanía de Dios sobre todas las áreas de la vida. Hemos de cuidarnos de quienes reclamando el dominio de Dios sobre cada pulgada de la creación, implican que la iglesia debe ser igual de soberana en su involucramiento civil, procurando que esta se inmiscuya en todos los vaivenes de las estructuras del mundo supuestamente adelantando el reino de Dios.

Sin embargo, en consonancia con las Sagradas Escrituras, no solo aceptamos que las autoridades civiles vienen de Dios, ni que son permitidas por el ejercicio soberano, sino  reconocemos que ellas son divinamente instituidas, que ellas derivan su autoridad de Dios mismo quien las levantó para el cumplimiento de asuntos específicos en ese orden que le imprimió a su mundo. En última instancia, por encima de cómo llegan los individuos a gobernar, si por elección popular, o si por la vía del autoritarismo, sea que, como afirman algunos, las autoridades gobiernen por el consentimiento de los gobernados, quienes en un contrato justo o pacto social, ceden sus derechos pero siempre procurando que los gobernantes representen sus intereses, o sea como en épocas Bíblicas, cuando se hacen los solemnes llamados a la obediencia legitima a los gobernantes, donde estas autoridades  jamás contaron con la aprobación de la ciudadanía, al final y pese al medio usado por Dios, las autoridades son divinamente y soberanamente puestas, y nuestra obligación a la obediencia legitima es porque Dios así lo quiere. El principio de sujeción no varía por el medio que Dios uso para traerlas al poder.

Si bien, esta puede parecer una declaración temeraria porque reconocemos que individuos pueden llegar al poder por vías injustas, reconocemos que muchos individuos llegan a ponerse como autoridades cuya legitimidad general es expugnada (por ejemplo el gobierno de las mujeres), reconociendo aún que muchos individuos ejercen una autoridad tiránica, el punto a resaltar aquí es que todas las cosas Dios las ha pre-ordenado y solamente su voluntad se cumple. Que esto genere respuestas particulares del pueblo de Dios, será otro tema, pero el reconocimiento del ejercicio soberano no se puede negar sin contradecir la Palabra de Dios. Le recuerdo que la mayor parte del Nuevo Testamento se desarrolló y escribió bajo los gobiernos de hombres impíos, paganos e injustos como Augusto, Tiberio, Calígula y Claudio, cuyas historias pueden ser estudiadas por el lector, donde jamás el principio de sujeción fue abolido. Y ¿Acaso el principio de reconocimiento y obediencia legitima dejó de operar solo porque un hombre como Nerón gobernaba? Recordemos que fue bajo este gobernante que los apóstoles Pablo y Pedro escribieron inspirados acerca de la obediencia y sujeción legitima a ellos (Rom.13:1-6; 1 Pd.2:13,14).

Un acercamiento correcto del creyente a los asuntos civiles debe empezar por el reconocimiento de la institución soberana de ellos de parte de Dios. Los términos «lo establecido por Dios» y «servidor de Dios», nos muestra no solo su origen sino su obligación principal: que están puestas para servir a Dios en el ejercicio de su autoridad. Y que deben servir a Dios precisamente en lo que Él les ha demandado, a saber: La defensa, el ánimo y la vindicación del que anda civilmente bien, como el castigo, el amedrentamiento, la intimidación y el castigo del malhechor. Para el cumplimiento de este deber Dios les concede honra, la obligación de la obediencia de parte de los gobernados, el derecho de pedir tributo, y el uso de la fuerza legítima.

El continuo intento de las poblaciones alejadas de la Palabra de Dios de rebajar el honor del servidor público, de la rebelión a su autoridad, de la mala conciencia con el tributo y la procura de debilitar la espada que Dios les concedió para guardar el orden, la paz y la justicia general, solo lo harán resistiendo a Dios mismo quien las instituyó y les ordenó su rumbo, sino que lo harán para cavar un hoyo para su propia caída.  El gobernado debe esperar de la autoridad lo que ella está supuesta a dar y no esperar de ella lo que Dios no ha querido dispensar por esa vía.  Puede corroborar en el sustento Bíblico de la Confesión de fe, el numeral 2, que las autoridades civiles en general están para la promoción de la justicia y la paz civiles. En esto, debemos conceder con buena y limpia conciencia que a Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que le pertenece.

Quizás con menos ardor natural en la cabeza y con más luz de la Palabra sobre nuestros corazones, podamos entender nuestras responsabilidades para con ellas, moderar nuestras expectativas, dar nuestro apoyo y andar en los asuntos civiles, no como los demás, sino en la fe el Hijo de Dios.

AUTORIDAD
«Porque no en vano llevan la espada».

«Porque [el magistrado] es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo» (Rom.13:4).

«Por causa del Señor someteos a toda institución humana, ya sea al rey, como a superior, ya a los gobernadores, como por él enviados para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen bien» (1 Pd.2:13-14).

Si existe un asunto conflictivo hoy en la mente del ciudadano moderno, es el papel de la fuerza, el castigo, la punición de las conductas civiles que deben ser castigadas por parte de las autoridades. Esto no ha surgido de la nada, sino que es uno de los muchos productos del  aumento de la resistencia a cualquier tipo de autoridad humana que cada generación revela cada vez con más fuerza. Resistimos la autoridad naturalmente, y por supuesto, todos los ejercicios de exigencias, responsabilidades y consecuencias que se derivan de esta, porque de otro lado, exigimos intervención y firmeza cuando de los aspectos agradables, gratificantes y que se acomodan a nuestra particular manera de ver las cosas, se trata. Lo afirmamos por la creciente inconsecuencia de querer debilitar la fuerza de las autoridades para unos asuntos, pero al mismo tiempo exigirles protección.

Pero nuestro punto va más allá de asuntos prácticos, a procurar determinar si es legítimo el uso  de la fuerza por parte de las autoridades civiles. Si es que todo uso de la fuerza es legítimo y si acaso esto tiene un límite o si es absoluto. Por supuesto que damos por sentado que entendemos que el uso  de la fuerza (o la espada) es cualquier medio por el que las autoridades civiles amenazan, reprimen, detienen y castigan algunas conductas, sea físicamente por la fuerza o sea por la fuerza de las leyes elaboradas con ese fin.

Ámbitos
La autoridad civil es un elemento  completamente legítimo, y habíamos observado que no puede tener otro sello de aprobación más alto que el hecho de haber sido puestas por Dios. Son establecidas por el Señor con propósitos definidos y al aceptarlo así, aceptamos también las implicaciones de su autoridad cuando esta se ejerce. Ya que entendemos que es función de las autoridades civiles mantener la justicia y la paz púbicas, civiles, y de bien común, entonces el uso de la fuerza es legítimo en tanto estos sean los elementos a defender y cuidar. Cuando el apóstol Pablo refirió de los magistrados civiles «no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo», estaba, entre otras cosas, delimitando el ámbito de la autoridad civil y sus recursos. La esfera de la autoridad civil, como aclara el comentarista de la Confesión de fe, es la esfera civil. La espada no se usa para disciplinar los hijos ni para la disciplina de los cristianos impenitentes. Pero es adecuada para refrenar la injusticia y la criminalidad civil y para detener y desanimar a quienes amenacen estos bienes públicos de la paz y justicia. Puede corroborar los textos que la Confesión de fe provee para sustentar el punto de la legitimidad en el uso de la fuerza o espada para estos fines (Gn.9:6; Pr.16:14; 19:12; 20:2; 21:15; 28:17; Hch.25:11; Ro.13:4; 1 Pd.2:14).

Legislaciones modernas, bajo la idea de llevar al progreso la humanidad, la están deshumanizando. Ellos afirman que no es la penalización del criminal sino su rehabilitación la meta de la justicia. Sin embargo, la idea obvia de la justicia civil es la repartición a cada uno según su merecimiento, el bien recompensando con el bien, el mal con el mal. Trastocar este principio de sentido común y de sanción divina, no puede llevar a más justicia y paz. Interesante que en otras áreas todos exigiríamos lo justo como la norma más básica de trato, pero cuando del ejercicio de la autoridad civil para imponer penas al criminal, esta norma es altamente expugnada en la actualidad por individuos ingenuos que asumen que la respuesta de las autoridades al malhechor, es darle oportunidades y no equilibrar la balanza. Esto está creando lo que hoy llaman la “revictimización” del que ha sido injustamente tratado, al primero, ser víctima de una injusticia, y segundo, tener que vivir viendo a su victimario sin la consecuencias de haber obrado mal y dándole oportunidad para que doble su crimen. Así, como bien afirma el Comentarista, existe hoy una preocupación anti bíblica por el malvado y demasiada poca preocupación bíblica por los rectos. Pretendiendo progreso alientan cada día la impunidad y animan a que el mal se acrecenté  y esto en debilitamiento continuo de la autoridad.

¿Todo vale?
El uso de la fuerza por parte de las autoridades legítimas, es válido pero tiene un obvio límite. El apóstol Pablo llamó a las autoridades “sus siervos”, lo que nos indica que es en los lineamientos dados por Dios que la autoridad tiene legitimidad. Cuando la autoridad puesta por Dios excede los límites puestos por Él a quien deben servir, se hacen motivo de reproche, censura y deben acarrearse consecuencias porque: «Abominación es a los reyes hacer impiedad, porque con justicia será afirmado el trono» (Prov. 16,12). Pero el uso de la fuerza para reprimir la maldad es algo que Dios les ordenó. Juan Calvino refiriéndose a este texto dice: “Porque, como dice san Pablo, no en vano llevan la espada, pues son servidores de Dios, vengadores para castigar al que hace lo malo (Rom. 13,4). Por ello, si los príncipes y los demás gobernantes comprendiesen que no hay cosa más agradable a Dios que su obediencia, si quieren agradar a Dios en piedad, justicia e integridad, preocúpense de castigar a los malos […] Así que, si su verdadera justicia es perseguir a los impíos con la espada desenvainada, querer abstenerse de toda severidad y conservar las manos limpias de sangre mientras los impíos se entregan a matar y ejercer violencia, es hacerse culpables de grave injusticia; tan lejos están al obrar así de merecer la alabanza de justicieros y defensores del derecho.”.

Por supuesto que el uso de la fuerza, sea esta fisca o mediante leyes dadas para el desánimo del malo y de las injusticias, no es el aval para el exceso de fuerza o fuerza a cualquier costo. Sin duda que el  uso de la fuerza debe verse y sentirse como tal pues de eso se trata, pero puede suceder que la fuerza desproporcionada conlleve a otros males más que los que deseó reprimir. Así el reformador nos recuerda: “Sin embargo, entiendo esto de tal manera que no se use excesiva aspereza, y que la sede de la justicia no sea un obstáculo contra el cual todos se vayan a estrellar. Pues estoy muy lejos de favorecer la crueldad de ninguna clase, ni de querer decir que se puede pronunciar una sentencia justa y buena sin clemencia, la cual siempre debe tener lugar en el consejo de los reyes, y que, como dice Salomón, sustenta el trono (Prov. 20,28) […] Pero es preciso que el magistrado tenga presentes ambas cosas: que con su excesiva severidad no haga más daño que provecho, y que con su loca temeridad y supersticiosa afectación de clemencia no sea cruel, no teniendo nada en cuenta y dejando que cada uno haga lo que quiera con grave daño de muchos. Porque no sin causa se dijo en tiempo del emperador Nerva: Mala cosa es vivir bajo un príncipe que ninguna cosa permite; pero mucho peor es vivir bajo un príncipe que todo lo consiente».

Finalmente, todos los cristianos reconocemos que las autoridades están puestas por Dios, aceptamos la implicaciones y derivaciones que la autoridad civil trae como la búsqueda de la justicia y paz civiles por leyes y por la espada, y la amenaza, represión, castigo y penalidad a quienes expugnan estos bienes públicos, es legítima y verdaderamente obvia. Pero no estamos de acuerdo con la autoridad ciegamente, haga lo que haga, por el simple hecho de ser autoridad. Los excesos, las injusticias, la maldad de los gobernantes y las autoridades civiles, no hacen parte de lo que nos toca aceptar por el hecho de haber sido perpetradas por agentes que Dios puso.

Pero así como no apoyaríamos la destrucción de la familia porque algunos padres o madres son irresponsables y esta institución sirve en algunos casos para el mal, no abogaríamos por la disolución de la paternidad por el hecho de hijos rebeldes, así como no apoyaríamos la disminución o la abolición de la figura del matrimonio porque ciertos cónyuges son infieles o maltratadores, no apoyaríamos ni avalaríamos la destrucción de las libertades civiles solo porque algunos ciudadanos, quizás muchos, la usan para su maldad, tampoco vamos a apoyar o querer la destrucción o el acabamiento de la fuerza en las autoridades civiles, la fuerza pública, porque algunos la usan mal. Los excesos y defectos deben ser censurados y corregidos pero de allí a expugnar la autoridad y la fuerza bajo este pretexto, es como acabar con la medicina solo porque algunos la usan mal y hasta se hacen daño con lo que está puesto para hacer bien.

De allí que un acercamiento bíblico a las autoridades civiles seguirá siendo el medir todo  bajo la Palabra de Dios. Lo justo es justo hágalo quien lo haga, no por quien lo realiza sino por su alineamiento bajo las Escritoras. Lo correcto es correcto no por quien lo establece o defiende, sino por su identificación con la Palabra de Dios. Lo bueno es bueno o lo malo es malo no por quien realice la acción sino por la sanción de Dios en su Palabra. Es la mejor manera de no polarizar las cosas en bandos sino en establecer una cosmovisión bajo principios, los más altos y sabios, los de las Palabra santa de único Dios que existe.

RESISTENCIA Y OPOSICIÓN
«De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos».

Sin duda que los últimos acontecimientos que rodean el mundo nos ha presentado una nueva realidad: que los ciudadanos unidos, sea legitima o ilegítimamente pueden llegar a poner en estrecho los gobiernos constituidos. Es lamentable ver que buscando mejores condiciones, las revueltas y resistencias violentas dañen las pocas buenas condiciones que tenemos. Esta actitud beligerante, violenta, belicosa de ciudadanos comunes enfrentándose de manera armada, poniendo fuego en  la ciudad, poco bien traerá, pues es una apartamiento completo de los deberes de la ciudadanía a la autoridad civil. «Los hombres escarnecedores ponen la ciudad en llamas; Mas los sabios apartan la ira» (Prov.29:8). Comentando este texto George Lawson dice: “El hombre arrogante suscita rencillas (Prov.28:25); y el fuego que enciende no está confinado al estrecho círculo de sus propias relaciones inmediatas, sino que suele extenderse con furia por todos los rincones de la ciudad donde habita. Los arrogantes son incendiarios públicos que quieren que todo se haga a su manera porque, si su orgullo y su honor no quedan satisfechos, suscitan un desorden general, y arrastran tanta gente como pueden a través de todas las formas del fraude y la villanía para que se ponga de su parte, y provocan a los demás hombres con su conducta, hasta que se produce una especie de guerra civil en las entrañas de la sociedad a la cual pertenecen, y a ciudad, y el país, corre el grave peligro de quedar destruida. Estos hombres arrogantes y escarnecedores son la pesadilla del lugar donde viven”.

Asombroso que profesos cristianos apoyen, promuevan y participen en revoluciones armadas, resistiendo así la autoridad civil por las vías desautorizadas expresamente por las Escrituras que dicen obedecer. Una lectura superficial de Rom.13:2 nos habla de ‘oposición’ y ‘resistencia’ a las autoridades civiles, asuntos prohibidos por el apóstol inspirado por el Espíritu Santo. Por supuesto que el texto implica aquellos asuntos que generan inconformidad en la población porque ¿Qué otra cosas resistiría el pueblo sino aquello que viera con inconformidad? ¿Por qué resistirían las leyes a menos que las vieran imperiosas sobre ellos? El texto da por sentado que algunas decisiones de la autoridad civil no dejarán tranquilos a los ciudadanos, lo que los inclinará a oponerse y resistir la autoridad de manera violenta. El texto es claro en prohibir tal conducta agresiva.

No desconocemos que la obediencia a la autoridad civil no es absoluta. Si ha seguido los escritos anteriores a este, se han dado los principios suficientes para aclarar que la obediencia a la autoridad civil es en aquello que es licito. Y ¿Qué define lo que es lícito? La Palabra de Dios únicamente. Sin embargo, la actitud del creyente bajo los lineamientos del gobierno no puede ser una que haga chocar la ética bíblica expresa, es decir, cualquiera que pueda llegar a conformar la respuesta del cristiano frete a las políticas de su gobierno, deben regularse por los textos Bíblicos que expresamente nos hablan de nuestra posición frente a la autoridad civil. El Comentario a la Confesión Bautista de fe (Com.CBF1689 en adelante) señala en este punto:

“Nótese que no hay precedente en la Biblia para que el cristiano manifieste una actitud beligerante y rebelde hacia la autoridad civil. La respuesta de Pedro en Hch.4:19 es notablemente mansa cuando se compara con la beligerancia de ciertos sectores del cristianismo profesante en nuestro tiempo. Hay un ejemplo instructivo de tal beligerancia en Hch23:1-5. Allí Pablo se disculpa prontamente ¡Aun cuando fue provocado a ellos por un error judicial! Las actitudes beligerantes y la conducta deliberada e innecesariamente provocativa nunca son adecuadas cuando los cristianos deben rendir obediencia”. Puede que hoy día la población tenga más recursos legítimos para mostrar su postura y censurar aquello que es incompatible con los dictados de la paz y justicia que los gobiernos deben seguir y promover. Pero jamás la resistencia violenta es uno de esos métodos, que ni es permitido por los gobiernos ni menos, por la Palabra de Dios. Hablando de las revoluciones violentas a los gobiernos civiles el Com.CBF1689 vuelve a puntualizar:

“El trasfondo de Romanos 13:1-7, y la razón  por la que Pablo trata el tema de la subordinación a las autoridades romanas es la campaña violenta y anti romana del siglo I d.C., de los judíos que luchaban por su libertad. Estos personajes violentos y revolucionarios estaban escondidos detrás de muchas delas escenas del Nuevo Testamento. Ellos fueron los responsables, unos diez años después de escribirse la epístola a los Romanos, de la rebelión que devastaría a Jerusalén y el judaísmo [...] La afirmación básica del pasaje es que las autoridades civiles romanas estaban establecidas por Dios. Ciertamente, dice el apóstol Pablo, no existen autoridades civiles excepto las ordenadas por Dios. Tal afirmación es tanto más asombrosa a los oídos modernos por cuanto  la autoridad romana era dictatorial y el carácter de la autoridad romana era corrupto y pronto sería perseguidor.  De hecho, esto había sido cierto en  cuanto a los tres últimos emperadores, contando al que reinaba en el tiempo en que Pablo escribía: ¡Calígula, Claudio y Nerón!”.

Entendiendo que Dios ha ordenado su mundo de muchas maneras y ha concedido en última instancia las diferentes formas de gobierno de los pueblos, el deber es el mismo, sea que cristianos vivan bajo monarquías, dictaduras o democracias. Aquí la Biblia demuestra que va por encima de los aparejos humanos y nos señala la voluntad de Dios que atraviesa toda cultura y época. Juan Calvino, quien adelantaría para nuestro mundo mucho de la autoridad civil como la concebimos hoy, afirma en ese sentido: “Mas, si quienes por voluntad de Dios viven bajo el dominio de los príncipes y son súbditos naturales de los mismos, se apropian tal autoridad e intentan cambiar ese estado de cosas, esto no solamente será una especulación loca y vana, sino además maldita y perniciosa”.

Por eso es necesario que la ética civil del cristiano sea regulada por los principios Bíblicos que por las diversas y complejas situaciones civiles que vivimos. No podemos amarrar nuestra manera de vivir a la cultura o a las condiciones civiles siempre cambiantes, sino anclar nuestra vida y principios a las Escrituras. El  Com.CBF1689 yendo más al significado de las Palabras del apóstol enseña: “Pablo [con este mandato de subordinación] no hubiera querido que [los cristianos] obedecieran siempre a tales dirigentes […] Lo que realmente dice a los cristianos romanos es que deberían estar ‘subordinados’, ponerse bajo la autoridad de las autoridades romanas, tomar su lugar bajo ellos como gobernantes dados por Dios […] Ambas palabras [que usa en Romanos 13] (‘opone’ y ‘resiste’) describen original y propiamente el uso de fuerzas armadas contra un oponente militar. Lo que Pablo quiere decir es que los cristianos no deben nunca tomar las armas contra las autoridades civiles. Más específicamente, los cristianos romanos no han de ser arrastrados al movimiento judío de resistencia […] No han de tomar la espada contra ella y acabar sufriendo como asesinos (1 Pd.4:15)”.

Es Calvino el que puntualiza la razón de esta no resistencia y oposición violenta contra la autoridad civil: “Que nadie se engañe aquí. Porque como quiera que no se puede resistir al magistrado sin que juntamente se resista a Dios, aunque a alguno le parezca que puede enfrentarse al magistrado y salir airoso porque no es tan fuerte; no obstante, Dios es mucho más fuerte y está perfectamente armado para vengar el menosprecio de su disposición”.

Muchos cristianaos podrían objetar que su oposición beligerante a los gobiernos se debe a aquellas injusticias civiles que la hacen necesaria, a lo que respondemos que el creyente puede discordar de las autoridades civiles, que aún puede usar los medios establecidos, primero por la Palabra de Dios, y segundo, por sus propias autoridades para hacer saber sus inconformidades, pero jamás puede traspasar la Palabra de Dios para hacerlo ni el orden justo de las leyes de los hombres. Nuevamente el Com.CBF1689 dice: “Si esta ha de ser nuestra relación con la autoridad civil, no debe haber una ‘revuelta contra los impuestos’ o una ‘actitud de revuelta’ contra la misma. Rehusar pagar impuestos es una forma de rebelión incipiente”. Y finaliza: “No existe ningún ejemplo de revolución autorizada contra la autoridad civil en la Biblia. Los claros deberes que se requieren de los cristianos con referencia a la autoridad civil son, implícitamente, contrarios a la misma. El pasaje clásico de Romanos 13 es un rechazo sistemático de las actitudes y practicas revolucionarias”. Por este mismo principio el mismo Calvino también señala: “Porque aunque la corrección y el castigo del mando desordenado sea venganza que Dios se toma, no por eso se sigue que nos la permita y la ponga en manos de aquellos a quienes no ha ordenado sino obedecer y sufrir”.     
Sin duda que este escenario es el camino largo, el  camino tedioso y a veces lleno de ingratitud, pero la revuelta social, la violencia contra el servidor público, el daño a la infraestructura, el atentado a los servicios comunes, que parecen la vía más rápida y eficaz de conseguir las cosas, deshonra a Dios y crea a mediano y largo pazo una ética de la violencia, el odio, y la vía del camino fácil a costa de los principios de orden y rectitud. Calvino afirma acerca de la obediencia de los subordinados y su apego a los debidos procesos que: “Además de esto, bajo el nombre de obediencia comprendo la modestia que todos los particulares han de guardar por lo que se refiere a los asuntos del bien común; es decir, no mezclarse en negocios públicos, no censurar temerariamente lo que hace el magistrado, y no intentar cosa alguna en público. Si en el gobierno hay alguna cosa que corregir, no se debe hacer con alborotos ni atribuirse la facultad de poner orden, ni poner manos a la obra, las cuales han de permanecer atadas al respecto; el deber es dar noticia de ello al magistrado, el cual solo tiene las manos libres para ello. Entiendo que no deben hacer ninguna de estas cosas sin que se les mande. Porque cuando tienen mandato de un superior, tienen autoridad pública. Porque así como se suele llamar a los consejeros del príncipe sus ojos y sus oídos, porque él los ha destinado para que vean, oigan y le avisen, así también podemos llamar manos del príncipe a aquellos que él ha constituido para ejecutar lo que se debe hacer”.

Seguramente es una tensión que tendremos que vivir, pero las vías fáciles del “fuego a toda costa”, como la “indiferencia pseudoreligiosa a los asuntos sociales”, no honran el principio Bíblico. Los cristianos somos ciudadanos de este mundo, pero somos primeramente súbditos del Señor quien nos gobierna por Su Palabra. Bajo ella y solo bajo ella, podemos apreciar y ponderar nuestra libertad, ver o no lo que es justo y saber cómo actuar en cada caso. Concluimos con una palabra de ánimo que el reformador Calvino señaló: “Mas en la obediencia que hemos enseñado se debe a los hombres, hay que hacer siempre una excepción; o por mejor decir, una regla que ante todo se debe guardar; y es, que tal obediencia no nos aparte de la obediencia de Aquel bajo cuya voluntad es razonable que se contengan todas las disposiciones de los reyes, y que todos sus mandatos y constituciones cedan ante las órdenes de Dios, y que toda su alteza se humille y abata ante Su majestad. Pues en verdad, ¿Qué perversidad no sería incurrir en la indignación de Aquel por cuyo amor debemos obedecer a los hombres a fin de contentarles? Por tanto el Señor es el Rey de reyes, el cual, apenas abre sus labios, ha de ser escuchado por encima de todos. Después de Él hemos de someternos a los hombres que tienen preeminencia sobre nosotros; pero no de otra manera que en Él. Si ellos mandan alguna cosa contra lo que Él ha ordenado no debemos hacer ningún caso de ella, sea quien fuere el que lo mande. Y en esto no se hace injuria a ningún superior por más alto que sea, cuando lo sometemos y ponemos bajo la potencia de Dios, que es la sola y verdadera potencia en comparación con las otras”.


VOCACIÓN, LIMITACIÓN, PRERROGATIVAS -
«Ya a los gobernadores, como por él enviados para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen bien».







CONFESIÓN BAUTISTA DE FE DE LÓNDRES 1689

DE LAS AUTORIDADES CIVILES


2. Es lícito para los cristianos aceptar cargos dentro de la autoridad civil cuando sean llamados a ocuparlos [1]; en el desempeño de dichos cargos deben mantener especialmente la justicia y la paz, según las buenas leyes de cada reino y estado; y así, ahora con este propósito, bajo el Nuevo Testamento, pueden hacer lícitamente la guerra en ocasiones justas y necesarias [2].

[1]. Ex. 22:8,9,28,29; Daniel; Nehemías; Pr. 14:35; 16:10,12; 20:26,28; 25:2; 28:15,16; 29:4,14; 31:4,5; Ro. 13:2,4,6.
[2]. Lc. 3:14; Ro. 13:4.

Un acercamiento  bíblico al tema de la autoridad civil, como en todos los demás asuntos, debe hacerse teniendo en cuenta todo el consejo de Dios. Muchos individuos hacen su teología solo basados en algunos apartes de la Escritura y desconociendo los contextos de los pasajes que se estudian. Esto ha traído paradojas innecesarias y énfasis peligrosos a la hora de sugerir una teología. Específicamente hablando del tema que nos compete, muchas personas hacen una regla de tres simple y afirman que ya que Dios es soberano, la iglesia debe militar en todas las cosas de igual manera, de forma que todo quede bajo el señorío de Cristo, incluyendo por supuesto, la política. La otra regla de tres, en el otro extremo del cuadro, afirma que el señorío de Dios está restringido a la iglesia, y que lo demás no importa, sacando así a Dios de su injerencia en los asuntos temporales.

Por supuesto que trazar la línea correcta es un asunto bastante complejo, pero reconociendo los extremos podemos avanzar en una distinción importante. Y aunque en este tema de la autoridad civil no llegamos a todas las concusiones que Calvino llegó y nos apartamos de él en algunas implicaciones, reconocemos que bastante alumbró con sus conceptos precisos. Si bien creemos que Dios es soberano sobre todo, no hacer las correctas distinciones en cuanto al reino de Dios, llevará a conclusiones desacertadas. Esta es la distinción de los dos reinos que hace Calvino hablando de la Autoridad civil:

“Primeramente, antes de entrar más adelante en materia, será necesario traer a la memoria la distinción que ya hemos establecido, a fin de que no nos suceda lo que comúnmente suele acontecer a muchos, que inconsideradamente confunden estas dos cosas, aunque son totalmente diversas. Porque cuando oyen que en el Evangelio se promete una libertad que, según se dice, no reconoce ni Rey ni Roque entre los hombres, sino solamente a Cristo, no pueden comprender cuál es el fruto de su libertad mientras ven alguna autoridad sobre ellos. Y así no creen que las cosas vayan bien, si el mundo entero no adopta una nueva forma, en la que no haya juicios, ni leyes, ni magistrados, ni otras cosas semejantes con que estiman que su libertad es coartada.

“Mas quien sabe distinguir entre el cuerpo y el alma, entre esta vida transitoria y la venidera, que es eterna, comprenderá a la vez con ello muy claramente que el reino espiritual de Cristo y el poder civil son cosas muy diferentes entre sí. Y puesto que es una locura judaica buscar y encerrar el reino de Cristo debajo de los elementos de este mundo, nosotros, pensando más bien - como la Escritura manifiestamente enseña - que el fruto que hemos de recibir de la gracia de Dios es espiritual, tenemos mucho cuidado de mantener dentro de sus límites esta libertad que nos es prometida y ofrecida en Cristo.

“A pesar de ello, esta distinción no sirve para que tengamos el orden social como cosa inmunda y que no conviene a cristianos. Es verdad que los espíritus utópicos, que no buscan sino una licencia desenfrenada, hablan de esa manera actualmente y afirman que, puesto que hemos muerto por Cristo a los elementos de este mundo y hemos sido trasladados al reino de Dios entre los habitantes del cielo, es cosa baja y vil para nosotros e indigna de nuestra excelencia ocuparnos de estas preocupaciones inmundas y profanas concernientes a los negocios de este mundo, de los cuales los cristianos han de estar apartados y muy lejos. ¿De qué sirven, dicen ellos, las leyes sin juicios ni tribunales? ¿Y qué tienen que ver los cristianos con los tribunales? Si no es lícito al cristiano matar, ¿de qué nos servirían las leyes y tribunales? Mas, así como poco hace hemos advertido de que este género de gobierno es muy diferente del espiritual e interior de Cristo, debemos también saber, que de ninguna manera se opone a él”. Hasta aquí Calvino.

Esta precisión es necesaria para que no invadamos las esferas en las que el señorío de Cristo se manifiesta, sus herramientas particulares, sus propósitos definidos y las armas de la milicia que Dios le ha concedido a cada una. Las distinciones son necesarias y sobre todo, bíblicas, de lo contrario buscaremos la imposición del reino espiritual de Cristo por la espada o algo similar a este cuadro equivocado.

La Confesión de fe afirma en este párrafo, que es completamente legítimo que verdaderos cristianos, que tengan la vocación de servidores públicos, tengan cargos en la autoridad civil. Una vocación temporal es un llamado de Dios a su servicio de una manera singular. Así como se espera que todo creyente reconozca la suya, aquellos que tienen vocación de servidores públicos no enfrentan esencialmente más providencias que los que son llamados a médicos, abogados, constructores o ganaderos, etc. Aunque reconocemos que la altura de su llamado los expone a providencias singulares, el punto es que no se debe ver su vocación espiritual como una violación a su llamado a Cristo. Ser llamado a Cristo, a un reino espiritual con una ciudadanía singular no compite en principio, con responder a su llamado temporal, a su respectiva vocación.

Por supuesto que como toda vocación, debe ser hecha en los lineamientos Bíblicos, según las expectativas del Señor. Por eso, el servidor público en este caso, debe procurar ser muy entendido en cuál es su propósito en su cargo y cuáles son los límites que no debe sobrepasar ni quedar debiendo. Por esto la Confesión aclara que su deber corresponde a: “mantener especialmente la justicia y la paz, según las buenas leyes de cada reino y estado”. Como hemos repetido, la esfera de la autoridad civil es el bien civil, la justicia y la paz externas, y esto, según se aclara aquí, dentro de las buenas leyes de cada reino, que es otra manera de decirnos que su búsqueda de justicia y paz se deben dar en el marco de todo aquello que se alinee con la Palabra de Dios para estos propósitos específicos (Rom.13:1-7).

Aquí hay otra precisión importante, y es que reconocer los límites de la vocación civil, no se prestará para la invasión de esferas que tanta confusión generan. El Comentario a la Confesión de fe de 1689 responde a la objeción de: Si es deber de las autoridades civiles mantener la justicia y paz bajo la palabra de Dios ¿Por qué no se castigan las transgresiones de la primera tabla de la ley de Dios así como la segunda?:

“Es reamente cierto que la autoridad civil está sometida a la Palabra de Dios, pero esto no significa que sea el deber de la autoridad civil hacer cumplir cada parte de la Palabra de Dios con su propia autoridad […] Citando a John Murray dice: “Si la autoridad civil intentara, en su capacidad de autoridad, llevar a cabo las demandas de la Escritura que le conciernen en otras capacidades, o las demandas de la Escritura sobre otras instituciones, serían inmediatamente culpables de violar sus prerrogativas y de contravenir los requisitos de las Escrituras […] La esfera de la iglesia es distinta a la de la autoridad civil […] La iglesia no está subordinada al Estado, ni el Estado está subordinado a la iglesia. Ambos están subordinados a Dios y a Cristo […] Tanto la iglesia como el Estado están bajo la obligación de reconocer esta subordinación y la correspondiente coordinación de sus respectivos campos de acción en la institución divina”.

Positivamente hablando, la autoridad civil (No entes particulares ni personas individuales), tiene la potestad de hacer guerras si es que estas son justas. Entiéndase que la Biblia enseña ser pacificadores pero jamás enseña el pacifismo. Un mal entendido en la historia y la teología de la redención hará que procuremos vivir en este mundo post-lapsariano (después de la caída), como si estuviéramos en el Edén, y su equivocación amiga, la de pretender vivir socialmente con las herramientas que Dios le ha dado a la iglesia. Muchos quieren persuasión espiritual donde Dios ha dado la espada. Pero ¿Puede llamarse alguna guerra justa? Por supuesto que en el mundo después de la caída, la guerra es un instrumento externo para refrenar males externos y muchas veces la justicia y la a paz, solo serán posibles con la espada.

Sobre esto el comentarista Williamson afirma: “Los que apoyan la política que básicamente exige que nuestro gobierno nacional renuncie al poder de la espada y que renuncie a sus esfuerzos por ser un terror al malhechor, y que renuncie a la ejecución de la venganza sobre ellos, piden nada menos que la destrucción del mandato de Dios (Rom.13:1-5) […] Este pecado debe ser denunciado como lo que realmente es. Es un pecado contra Dios, y es un pecado contra nuestro gobierno”.

TRES RESPONSABILIDADES CRISTIANAS PARA CON LA AUTORIDAD CIVIL-
«Honrad a todos. Amad a los hermanos. Temed a Dios. Honrad al rey».

CONFESIÓN BAUTISTA DE FE DE LÓNDRES 1689

DE LAS AUTORIDADES CIVILES


3. Habiendo sido instituidas por Dios las autoridades civiles con los fines ya mencionados, se les debe rendir sujeción [1] en el Señor en todas las cosas lícitas [2] que manden, no sólo por causa de la ira sino también de la conciencia; y debemos ofrecer súplicas y oraciones a favor de los reyes y de todos los que están en autoridad, para que bajo su gobierno vivamos una vida tranquila y sosegada en toda piedad y honestidad [3].

[1]. Pr. 16:14,15; 19:12; 20:2; 24:21,22; 25:15; 28:2; Ro. 13:1-7; Tit. 3:1; 1 Pd. 2:13,14.
[2]. Dn. 1:8; 3:4-6,16-18; 6:5-10,22; Mt. 22:21; Hch. 4:19,20; 5:29.
[3]. Jer. 29:7; 1 Ti. 2:1-4

Uno de los asuntos más valiosos de la Palabra de Dios es que no se sitúa por debajo de las leyes humanas sino que las supera. Al ser un mensaje provisto por revelación divina, entonces corresponde al código más alto, al estándar de todas las cosas. Es por la Palabra de Dios que podemos catalogar y clasificar las cosas como buenas o malas, morales o no, correctas o no. Los gobiernos humanos siempre han pretendido poner al hombre y su pensamiento en el lugar que deberían ocupar los principios de las Escrituras. Esto se ve en las leyes y metas que se proponen. ¿Qué sino es esto lo que se podría afirmar de los famosos Derechos Humanos?

Como afirma un autor: “Los clásicos creían en una ley natural que era el fundamento para todo sistema legal humano y que representaba una norma universal a la que todo el mundo tenía que someterse. La democracia moderna coloca en lugar de la ley natural los Derechos Humanos. El estado existe para defender los derechos del ciudadano, y estos derechos se convierten en el fundamento de todo el sistema legal del país. El concepto de la ley natural presupone una norma trascendental, algo que está por encima de los seres humanos y los obliga. El concepto de los Derechos Humanos presupone al ser humano mismo como la meta trascendental […] La Biblia nos dice que la fuente de toda justicia es Dios mismo. Él es quién da una norma trascendental. Los derechos humanos presuponen la autonomía del ser humano […] “el  libre desarrollo de la personalidad” es la meta trascendental de la vida” (Posmodernidad y fe).

Pero los cristianos, quienes obedecemos a las autoridades en los asuntos lícitos y por causa de la conciencia, precisamente lo hacemos sobre la base de la norma más alta, la Palabra de Dios, de otra manera no sabríamos qué son las cosas licitas ni sabríamos sobre qué fundamento firme anclar nuestras conciencias. Entonces es sobre las Sagradas Escrituras y solo sobre ellas, que como creyentes nos acercamos a las estructuras del mundo, las estructuras temporales, a sus leyes, y así calificamos todo. Por supuesto que sobre las Escrituras bien interpretadas y con los principios que le aplican al creyente del Nuevo Pacto, que tendrá circunstancias y por ende, algunos principios distintos, con el habitante del Antiguo Pacto.

Ahora a nivel general, ¿Cuáles son las responsabilidades que este párrafo del Confesión de fe nos señala para con las autoridades civiles, para el cristiano común? Decimos cristiano común para distinguirlo de aquel que por vocación, tiene la oportunidad de involucrarse de otras maneras como gobernante. Al menos vemos tres responsabilidades, que como supondrá, incluyen muchas más bajo ellas.

1. La Sujeción en todas las cosas Licitas
“Se les debe rendir sujeción en el Señor en todas las cosas lícitas que manden”. Esta expresión nos libra de la arbitrariedad de los gobiernos y de la nuestra. Si hay algo licito, ya sea que se encuentre explícito en la Palabra de Dios, como si va en la misma dirección de lo que la Palabra de Dios enseña, como si en muchos casos no contradice la Palabra de Dios, el creyente debe presentar una subordinación general. Para eso es útil recordar el  alcance y los límites de los gobiernos, para no llegarlos a desconocer en el ejercicio legítimo de su llamado, como de llegar a conceder su involucramiento en lo que no corresponde a su esfera. Pero en asuntos que no contienen una sanción bíblica explicita, el creyente debe responder adecuadamente. No  existe una respuesta fácil y explicita, por ejemplo, al problema del desempleo, al déficit fiscal, a la recesión económica, a la inflación  y más. Las medidas de los gobiernos deben ser, en este caso, atendidas en el marco de nuestra profesión de fe, mostrando nuestro apego y amor a Dios y a prójimo.

Y ¿Si algún gobierno de manera ilegítima, vuelca su poder para dañar a la población? ¿Se tiene el derecho a la revolución? ¿Existe algo como el derecho a la rebelión? No hay respuestas fáciles aquí, sobre todo por el alto nivel de subjetivismo con que hoy se miden las cosas. Muchos cristianos parecen afirmar el tener la razón a rebelarse porque no encuentran diferencia entre la muerte física injusta propinada por un gobierno arbitrario y los altos impuestos que “nos van matando poco a poco”. Razonamientos así alejarán el buen discernimiento para buenas determinaciones. Quizás ver el proceder de la iglesia en sus primeros siglos nos puede dar una muy buena línea de conducta, sobre todo por la motivación con la que hacían las cosas. En esos días también había la posibilidad de revueltas, de pequeñas guerrillas, y los creyentes en  general nunca optaron por la rebelión armada, aunque dejaron bien  en claro que no obedecerían a sus gobernantes si ellos pretendían regir en contra de Cristo. Valdría la pena pensar un poco más este asunto, pero el creyente debe discernir las cosas que dañarían la vida, honra y bienes de forma directa, de lo que es un mal indirecto. Es decir, que el creyente  debe saber distinguir lo que corresponde a aquellas políticas de parte de los gobiernos, como cuando de manera directa los judíos fueron blanco del gobierno alemán, de lo que es un perjuicio indirecto. Aquí, en palabras de los apóstoles, insubordinación debe ser vista como algo diferente a rebelión armada.

2. La Oración Perseverante
Que la iglesia no tenga el derecho ni el deber de la militancia política (puede profundizar este tema aquí), no significa que no pueda involucrarse a la manera divina. La oración corresponde al espectro de sus responsabilidades. La continua oración y ruego por aquello que están en eminencia es un deber de todo creyente y de todas las iglesias de Jesucristo. Esto jamás debe verse como una reducción de nuestros deberes ni debe disminuir nuestro ánimo, a menos que pensemos que nuestra militancia es más efectiva que el obrar de Dios en los corazones de los hombres y en el designio de las naciones. Para los creyentes que cuestionan ¿Solo obedecer y orar?, les preguntaría si en verdad hemos sido el tipo de ciudadano luz en el mundo y de oraciones acordes a las demandas de los eminentes. Cada cristiano debe confesar que ni siquiera hemos puesto a rodar los métodos de Dios como para saber qué tanto efecto pueden tener y concluir que no sirven. Hemos sido débiles cristianos, de testimonio tibio y oraciones frías.

¿Podemos orar de manera imprecatoria por los gobernantes? Las oraciones imprecatorias en la Biblia tienen su razón de ser, pero no por lo que a veces deseamos. Estas fueron reservadas cuando al reino de Dios, el pueblo de Dios y la causa de Dios fueron puestas en estrecho y había peligro real de un daño irreparable. No se trataba de orar pidiendo la destrucción de los gobernantes cuando aumentaban los impuestos o no daban al ciudadano condiciones favorables. Sin embargo, recordemos que como iglesia tenemos labores singulares a favor de estos tiempos, que son los tiempos de la paciencia de Dios para salvación. ¿De qué serviría un gobernante muerto si no es salvo y si en su lugar se levanta otro igual? Quizás pudiéramos orar con más dirección según lo que Dios nos ha ordenado, para que vivamos quieta y reposadamente, y rogando que los misteriosos planes de Dios se lleven a cabo para beneficio de Su causa. Recordemos que bajo una hambruna Dios preservó y aumentó una familia, que bajo la esclavitud en Egipto Dios levantó un Moisés, que bajo el absolutismo romano, Dios levantó al Cristo. No  sabemos lo que Dios está logrando en la manera que Él dirige al mundo, pero confiamos en su soberanía más que en nuestro sentidos. Orar promueve la voluntad de Dios y ella es agradable y perfecta.

3. Vida Piadosa
Cuatro testigos de manera clara y explícita nos afirman que hace arte de las responsabilidades cristiana frente a la autoridad civil, presentar una manera de vivir muy alta, santa y piadosa: Rom.13:3, 7-8; 1 Tim.2:2; Tit.3:1-2; 1 Pd. 2:13-17. Creyentes quieren ver en  sus gobiernos, impíos, lo que ellos aun como cristianos no están dispuestos a hacer. Esto sí que es una contradicción. Deseamos ayuda al necesitado, buenas condiciones, buena administración, que no exista corrupción. Muchos creyentes en sus familias, en sus propias iglesias y en sus trabajos, son tan negligentes que hacen a su medida lo que el gobernante corrupto hace a la suya, dándonos a entender que la única diferencia que hay entre el uno y el otro es la posición que ocupan en el mundo, no sus motivaciones ni su ética. Los cristianos debemos mostrar al mundo que existen otros valores, unos más altos que aquellos que maneja el mundo y la vida política. Pero lo ha de hacer,  principalmente por medio de su manera de vivir.

Sí que debemos hablar, ir a través de todos los recursos legítimos, pero jamás se nos olvide que somos ciudadanos,  primeramente de otro reino, y que es esta la ciudadanía que más ha de pesar y dejarse ver. No conseguimos muchos si denunciamos los ídolos modernos que promueven la  cultura y la política si nosotros ya estamos postrados a ellos. Por ejemplo, en vano cristianos marchan porque no se cambien los paradigmas de la familia tradicional si ellos mismos son los que dejan que sus hijos los críe el estado, si nuestras familias no observan la constitución y roles bíblicos. En vano nos pronunciamos contra el aborto si al final las familias cristianas también tiene reservas para con la procreación y prefieren no tener hijos. Hablamos de creyentes viviendo para buscar solo su propio beneficio sin ninguna consideración ni solidaridad con otros. Esto es más evidente cuando cristianos promueven a otros cristianos al gobierno con el fin de que les favorezca de manera particular. Coma apunta un autor: “Estamos hablando del clientelismo y oportunismo de los evangélicos que procuran sacar ventaja personal y colectiva a sus representantes en el congreso” (Ibid). ¿No es lo mismo que hacen los demás?

Como ve, al llegar a las responsabilidades, el dedo que en un comienzo habíamos usado para señalar las estructuras temporales, se vuelve contra nosotros y nos presiona. Que el Señor nos conceda gracia y conocimiento para andar en esta patria mientras avanzamos hacia la nuestra, la que verdaderamente es nuestra.

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