UN ENTENDIMIENTO BÍBLICO - CONFESIONAL
Todos los creyentes, mientras vivamos en este mundo, nos
encontraremos involucrados de muchas maneas en los asuntos civiles, en nuestros
propios países y estados. Sin embargo, la manera de acercarnos a dichos asuntos
no es igual a la de aquellos que no han reconocido el señorío de Cristo por
medio del evangelio, en arrepentimiento para con Dios y la fe en su sacrificio
en sustitución.
Debido a que el creyente tiene otra ciudadanía que la de
su nacimiento físico (Fil.3:20), un Rey supremo al que le rinde toda y absoluta
sujeción (Is.9:6), una constitución más alta que la de su propio país
(Mt.24:35), entonces está en la capacidad de juzgar las cosas, no como los que
están enemistados con Dios, ajenos a las realidades completas y espirituales,
sino como quienes disciernen las cosas con la Palabra de Dios siendo ellos
mismos gente espiritual (1 Cor.2:14.15). Esto les permite acercarse sobre otro
fundamento que el meramente humano a todos los asuntos civiles, de manera que
lo que ahora vivía en la carne, lo viva en la fe del Hijo de Dios (Gal.2:20), y
en estricta lealtad a las Sagradas Escrituras.
Esto le concede un entendimiento y discernimiento más
agudo que el simple hecho de declararse de derecha, centro o izquierda y las
miles de variedades de estructuras sociales y políticas elaboradas e inventadas
por el hombre caído. Esto le ha permitido al cristianismo sobrevivir bajo
regímenes autoritarios, monarquías, democracias y otras, aunque haya podido disfrutar
o a veces sufrir en manos de unas más que en otras, pero jamás depender de
algunas de esas estructuras para desarrollarse. Por eso el creyente, no se
avergonzará en coincidir o no, con una o con otra política, no en virtud de su
afiliación política sino en virtud de la identificación de tal o cual política
o ideal con la Palabra de Dios. Esto también le permitirá coincidir a veces con
la autoridad civil y otras veces ser crítico de ella, en la medida que esta se
alinee o no a las Escrituras. Su sometimiento o criticidad, siempre se darán,
no en la carne ni con las armas de humana sabiduría, sino con las que otorga
Dios a su pueblo para los fines establecidos (2 Cor.10:3-6).
No es sabio que los hijos de Dios, obremos carentes de
las implicaciones de nuestra vocación espiritual en los asuntos civiles, y nos
dejemos llevar ciegamente por los caminos propuestos por la humanidad caída y
llena de sus propios intereses. La única manera de no quedar en la mitad del
fuego cruzado de las tendencias políticas, es andar en fidelidad a las
Escrituras, honrando a Dios antes que a los hombres (Hch.4:19-20; 5:29), aunque
al hacerlo quede expuesto a toda la estructura del mundo y su persecución,
porque es el mundo, no importa de qué tendencia política, el que está en contra
de Dios y de su Cristo, y por supuesto, de todo aquel que ha renunciado al
mundo y sigue al fielmente al Salvador (Sal.2:1-3).
Nuestra lealtad absoluta como hijos del Reino es solo a
Dios y a su Palabra; la lealtad civil, solo se debe dar en cuanto a su
identificación a los principios de las Sagradas Escrituras y en cuanto a lo que
ellas han determinado como legitimo para la autoridad civil.
DE LAS AUTORIDADES CIVILES
1. Dios, el supremo Señor y Rey del mundo entero, ha
instituido autoridades civiles para sujetarse a él y gobernar al pueblo [1]
para la gloria de Dios y el bien público [2] y con este fin, les ha provisto
con el poder de la espada, para la defensa y el ánimo de los que hacen lo
bueno, y para el castigo de los hacen el mal [3].
[1]. Sal. 82:1; Lc. 12:48; Ro. 13:1-6; 1 P. 2:13,14.
[2]. Gn. 6:11-13 con 9:5,6; Sal. 58:1,2; 72:14; 82:1-4;
Pr. 21:15; 24:11,12; 29:14,26; 31:5; Ez. 7:23; 45:9; Dn. 4:27; Mt. 22:21; Ro.
13:3,4; 1 Ti. 2:2; 1 P. 2:14.
[3]. Gn. 9:6; Pr. 16:14; 19:12; 20:2; 21:15; 28:17; Hch.
25:11; Ro. 13:4; 1 P. 2:14.
EL RECONOCIMIENTO
–
«Porque no hay
autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas».
Hablar de un acercamiento correcto del creyente y la iglesia
a la autoridad civil, no debe ser visto como una negación de la soberanía de
Dios sobre todas las áreas de la vida. Hemos de cuidarnos de quienes reclamando
el dominio de Dios sobre cada pulgada de la creación, implican que la iglesia
debe ser igual de soberana en su involucramiento civil, procurando que esta se inmiscuya
en todos los vaivenes de las estructuras del mundo supuestamente adelantando el
reino de Dios.
Sin embargo, en consonancia con las Sagradas Escrituras,
no solo aceptamos que las autoridades civiles vienen de Dios, ni que son
permitidas por el ejercicio soberano, sino
reconocemos que ellas son divinamente instituidas, que ellas derivan su
autoridad de Dios mismo quien las levantó para el cumplimiento de asuntos
específicos en ese orden que le imprimió a su mundo. En última instancia, por
encima de cómo llegan los individuos a gobernar, si por elección popular, o si
por la vía del autoritarismo, sea que, como afirman algunos, las autoridades
gobiernen por el consentimiento de los gobernados, quienes en un contrato justo
o pacto social, ceden sus derechos pero siempre procurando que los gobernantes
representen sus intereses, o sea como en épocas Bíblicas, cuando se hacen los
solemnes llamados a la obediencia legitima a los gobernantes, donde estas
autoridades jamás contaron con la
aprobación de la ciudadanía, al final y pese al medio usado por Dios, las
autoridades son divinamente y soberanamente puestas, y nuestra obligación a la
obediencia legitima es porque Dios así lo quiere. El principio de sujeción no varía
por el medio que Dios uso para traerlas al poder.
Si bien, esta puede parecer una declaración temeraria
porque reconocemos que individuos pueden llegar al poder por vías injustas,
reconocemos que muchos individuos llegan a ponerse como autoridades cuya
legitimidad general es expugnada (por ejemplo el gobierno de las mujeres),
reconociendo aún que muchos individuos ejercen una autoridad tiránica, el punto
a resaltar aquí es que todas las cosas Dios las ha pre-ordenado y solamente su voluntad
se cumple. Que esto genere respuestas particulares del pueblo de Dios, será
otro tema, pero el reconocimiento del ejercicio soberano no se puede negar sin contradecir
la Palabra de Dios. Le recuerdo que la mayor parte del Nuevo Testamento se
desarrolló y escribió bajo los gobiernos de hombres impíos, paganos e injustos
como Augusto, Tiberio, Calígula y Claudio, cuyas historias pueden ser
estudiadas por el lector, donde jamás el principio de sujeción fue abolido. Y ¿Acaso
el principio de reconocimiento y obediencia legitima dejó de operar solo porque
un hombre como Nerón gobernaba? Recordemos que fue bajo este gobernante que los
apóstoles Pablo y Pedro escribieron inspirados acerca de la obediencia y
sujeción legitima a ellos (Rom.13:1-6; 1 Pd.2:13,14).
Un acercamiento correcto del creyente a los asuntos
civiles debe empezar por el reconocimiento de la institución soberana de ellos
de parte de Dios. Los términos «lo establecido por Dios» y «servidor de Dios»,
nos muestra no solo su origen sino su obligación principal: que están puestas
para servir a Dios en el ejercicio de su autoridad. Y que deben servir a Dios
precisamente en lo que Él les ha demandado, a saber: La defensa, el ánimo y la vindicación
del que anda civilmente bien, como el castigo, el amedrentamiento, la
intimidación y el castigo del malhechor. Para el cumplimiento de este deber
Dios les concede honra, la obligación de la obediencia de parte de los
gobernados, el derecho de pedir tributo, y el uso de la fuerza legítima.
El continuo intento de las poblaciones alejadas de la
Palabra de Dios de rebajar el honor del servidor público, de la rebelión a su
autoridad, de la mala conciencia con el tributo y la procura de debilitar la
espada que Dios les concedió para guardar el orden, la paz y la justicia
general, solo lo harán resistiendo a Dios mismo quien las instituyó y les
ordenó su rumbo, sino que lo harán para cavar un hoyo para su propia caída. El gobernado debe esperar de la autoridad lo
que ella está supuesta a dar y no esperar de ella lo que Dios no ha querido
dispensar por esa vía. Puede corroborar
en el sustento Bíblico de la Confesión de fe, el numeral 2, que las autoridades
civiles en general están para la promoción de la justicia y la paz civiles. En
esto, debemos conceder con buena y limpia conciencia que a Dios lo que es de
Dios y al Cesar lo que le pertenece.
Quizás con menos ardor natural en la cabeza y con más luz
de la Palabra sobre nuestros corazones, podamos entender nuestras responsabilidades
para con ellas, moderar nuestras expectativas, dar nuestro apoyo y andar en los
asuntos civiles, no como los demás, sino en la fe el Hijo de Dios.
AUTORIDAD –
«Porque no en vano
llevan la espada».
«Porque [el
magistrado] es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme;
porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para
castigar al que hace lo malo» (Rom.13:4).
«Por causa del
Señor someteos a toda institución humana, ya sea al rey, como a superior, ya a
los gobernadores, como por él enviados para castigo de los malhechores y
alabanza de los que hacen bien» (1 Pd.2:13-14).
Si existe un asunto conflictivo hoy en la mente del
ciudadano moderno, es el papel de la fuerza, el castigo, la punición de las
conductas civiles que deben ser castigadas por parte de las autoridades. Esto
no ha surgido de la nada, sino que es uno de los muchos productos del aumento de la resistencia a cualquier tipo de
autoridad humana que cada generación revela cada vez con más fuerza. Resistimos
la autoridad naturalmente, y por supuesto, todos los ejercicios de exigencias,
responsabilidades y consecuencias que se derivan de esta, porque de otro lado,
exigimos intervención y firmeza cuando de los aspectos agradables,
gratificantes y que se acomodan a nuestra particular manera de ver las cosas,
se trata. Lo afirmamos por la creciente inconsecuencia de querer debilitar la
fuerza de las autoridades para unos asuntos, pero al mismo tiempo exigirles
protección.
Pero nuestro punto va más allá de asuntos prácticos, a
procurar determinar si es legítimo el uso
de la fuerza por parte de las autoridades civiles. Si es que todo uso de
la fuerza es legítimo y si acaso esto tiene un límite o si es absoluto. Por
supuesto que damos por sentado que entendemos que el uso de la fuerza (o la espada) es cualquier medio
por el que las autoridades civiles amenazan, reprimen, detienen y castigan
algunas conductas, sea físicamente por la fuerza o sea por la fuerza de las
leyes elaboradas con ese fin.
Ámbitos
La autoridad civil es un elemento completamente legítimo, y habíamos observado
que no puede tener otro sello de aprobación más alto que el hecho de haber sido
puestas por Dios. Son establecidas por el Señor con propósitos definidos y al
aceptarlo así, aceptamos también las implicaciones de su autoridad cuando esta
se ejerce. Ya que entendemos que es función de las autoridades civiles mantener
la justicia y la paz púbicas, civiles, y de bien común, entonces el uso de la
fuerza es legítimo en tanto estos sean los elementos a defender y cuidar.
Cuando el apóstol Pablo refirió de los magistrados civiles «no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para
castigar al que hace lo malo», estaba, entre otras cosas, delimitando el ámbito
de la autoridad civil y sus recursos. La esfera de la autoridad civil, como
aclara el comentarista de la Confesión de fe, es la esfera civil. La espada no
se usa para disciplinar los hijos ni para la disciplina de los cristianos
impenitentes. Pero es adecuada para refrenar la injusticia y la criminalidad civil
y para detener y desanimar a quienes amenacen estos bienes públicos de la paz y
justicia. Puede corroborar los textos que la Confesión de fe provee para
sustentar el punto de la legitimidad en el uso de la fuerza o espada para estos
fines (Gn.9:6; Pr.16:14; 19:12; 20:2; 21:15; 28:17; Hch.25:11; Ro.13:4; 1 Pd.2:14).
Legislaciones modernas, bajo la idea de llevar al
progreso la humanidad, la están deshumanizando. Ellos afirman que no es la
penalización del criminal sino su rehabilitación la meta de la justicia. Sin
embargo, la idea obvia de la justicia civil es la repartición a cada uno según
su merecimiento, el bien recompensando con el bien, el mal con el mal.
Trastocar este principio de sentido común y de sanción divina, no puede llevar
a más justicia y paz. Interesante que en otras áreas todos exigiríamos lo justo
como la norma más básica de trato, pero cuando del ejercicio de la autoridad
civil para imponer penas al criminal, esta norma es altamente expugnada en la
actualidad por individuos ingenuos que asumen que la respuesta de las autoridades
al malhechor, es darle oportunidades y no equilibrar la balanza. Esto está
creando lo que hoy llaman la “revictimización” del que ha sido injustamente
tratado, al primero, ser víctima de una injusticia, y segundo, tener que vivir
viendo a su victimario sin la consecuencias de haber obrado mal y dándole
oportunidad para que doble su crimen. Así, como bien afirma el Comentarista,
existe hoy una preocupación anti bíblica por el malvado y demasiada poca preocupación
bíblica por los rectos. Pretendiendo progreso alientan cada día la impunidad y
animan a que el mal se acrecenté y esto
en debilitamiento continuo de la autoridad.
¿Todo vale?
El uso de la fuerza por parte de las autoridades
legítimas, es válido pero tiene un obvio límite. El apóstol Pablo llamó a las
autoridades “sus siervos”, lo que nos indica que es en los lineamientos dados
por Dios que la autoridad tiene legitimidad. Cuando la autoridad puesta por
Dios excede los límites puestos por Él a quien deben servir, se hacen motivo de
reproche, censura y deben acarrearse consecuencias porque: «Abominación es a los reyes hacer impiedad, porque con justicia será
afirmado el trono» (Prov. 16,12). Pero el uso de la fuerza para reprimir la
maldad es algo que Dios les ordenó. Juan Calvino refiriéndose a este texto
dice: “Porque, como dice san Pablo, no en vano llevan la espada, pues son
servidores de Dios, vengadores para castigar al que hace lo malo (Rom. 13,4).
Por ello, si los príncipes y los demás gobernantes comprendiesen que no hay
cosa más agradable a Dios que su obediencia, si quieren agradar a Dios en
piedad, justicia e integridad, preocúpense de castigar a los malos […] Así que,
si su verdadera justicia es perseguir a los impíos con la espada desenvainada,
querer abstenerse de toda severidad y conservar las manos limpias de sangre
mientras los impíos se entregan a matar y ejercer violencia, es hacerse
culpables de grave injusticia; tan lejos están al obrar así de merecer la
alabanza de justicieros y defensores del derecho.”.
Por supuesto que el uso de la fuerza, sea esta fisca o
mediante leyes dadas para el desánimo del malo y de las injusticias, no es el
aval para el exceso de fuerza o fuerza a cualquier costo. Sin duda que el uso de la fuerza debe verse y sentirse como
tal pues de eso se trata, pero puede suceder que la fuerza desproporcionada
conlleve a otros males más que los que deseó reprimir. Así el reformador nos
recuerda: “Sin embargo, entiendo esto de tal manera que no se use excesiva
aspereza, y que la sede de la justicia no sea un obstáculo contra el cual todos
se vayan a estrellar. Pues estoy muy lejos de favorecer la crueldad de ninguna
clase, ni de querer decir que se puede pronunciar una sentencia justa y buena
sin clemencia, la cual siempre debe tener lugar en el consejo de los reyes, y
que, como dice Salomón, sustenta el trono (Prov. 20,28) […] Pero es preciso que
el magistrado tenga presentes ambas cosas: que con su excesiva severidad no
haga más daño que provecho, y que con su loca temeridad y supersticiosa
afectación de clemencia no sea cruel, no teniendo nada en cuenta y dejando que
cada uno haga lo que quiera con grave daño de muchos. Porque no sin causa se
dijo en tiempo del emperador Nerva: Mala cosa es vivir bajo un príncipe que
ninguna cosa permite; pero mucho peor es vivir bajo un príncipe que todo lo
consiente».
Finalmente, todos los cristianos reconocemos que las
autoridades están puestas por Dios, aceptamos la implicaciones y derivaciones
que la autoridad civil trae como la búsqueda de la justicia y paz civiles por
leyes y por la espada, y la amenaza, represión, castigo y penalidad a quienes
expugnan estos bienes públicos, es legítima y verdaderamente obvia. Pero no estamos
de acuerdo con la autoridad ciegamente, haga lo que haga, por el simple hecho
de ser autoridad. Los excesos, las injusticias, la maldad de los gobernantes y
las autoridades civiles, no hacen parte de lo que nos toca aceptar por el hecho
de haber sido perpetradas por agentes que Dios puso.
Pero así como no apoyaríamos la destrucción de la familia
porque algunos padres o madres son irresponsables y esta institución sirve en
algunos casos para el mal, no abogaríamos por la disolución de la paternidad
por el hecho de hijos rebeldes, así como no apoyaríamos la disminución o la
abolición de la figura del matrimonio porque ciertos cónyuges son infieles o
maltratadores, no apoyaríamos ni avalaríamos la destrucción de las libertades
civiles solo porque algunos ciudadanos, quizás muchos, la usan para su maldad,
tampoco vamos a apoyar o querer la destrucción o el acabamiento de la fuerza en
las autoridades civiles, la fuerza pública, porque algunos la usan mal. Los
excesos y defectos deben ser censurados y corregidos pero de allí a expugnar la
autoridad y la fuerza bajo este pretexto, es como acabar con la medicina solo
porque algunos la usan mal y hasta se hacen daño con lo que está puesto para
hacer bien.
De allí que un acercamiento bíblico a las autoridades
civiles seguirá siendo el medir todo
bajo la Palabra de Dios. Lo justo es justo hágalo quien lo haga, no por
quien lo realiza sino por su alineamiento bajo las Escritoras. Lo correcto es
correcto no por quien lo establece o defiende, sino por su identificación con
la Palabra de Dios. Lo bueno es bueno o lo malo es malo no por quien realice la
acción sino por la sanción de Dios en su Palabra. Es la mejor manera de no
polarizar las cosas en bandos sino en establecer una cosmovisión bajo principios,
los más altos y sabios, los de las Palabra santa de único Dios que existe.
RESISTENCIA Y
OPOSICIÓN –
«De modo que quien
se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten,
acarrean condenación para sí mismos».
Sin duda que los últimos acontecimientos que rodean el
mundo nos ha presentado una nueva realidad: que los ciudadanos unidos, sea
legitima o ilegítimamente pueden llegar a poner en estrecho los gobiernos
constituidos. Es lamentable ver que buscando mejores condiciones, las revueltas
y resistencias violentas dañen las pocas buenas condiciones que tenemos. Esta
actitud beligerante, violenta, belicosa de ciudadanos comunes enfrentándose de
manera armada, poniendo fuego en la
ciudad, poco bien traerá, pues es una apartamiento completo de los deberes de
la ciudadanía a la autoridad civil. «Los
hombres escarnecedores ponen la ciudad en llamas; Mas los sabios apartan la
ira» (Prov.29:8). Comentando este texto George Lawson dice: “El hombre
arrogante suscita rencillas (Prov.28:25); y el fuego que enciende no está
confinado al estrecho círculo de sus propias relaciones inmediatas, sino que
suele extenderse con furia por todos los rincones de la ciudad donde habita.
Los arrogantes son incendiarios públicos que quieren que todo se haga a su
manera porque, si su orgullo y su honor no quedan satisfechos, suscitan un
desorden general, y arrastran tanta gente como pueden a través de todas las
formas del fraude y la villanía para que se ponga de su parte, y provocan a los
demás hombres con su conducta, hasta que se produce una especie de guerra civil
en las entrañas de la sociedad a la cual pertenecen, y a ciudad, y el país,
corre el grave peligro de quedar destruida. Estos hombres arrogantes y
escarnecedores son la pesadilla del lugar donde viven”.
Asombroso que profesos cristianos apoyen, promuevan y participen
en revoluciones armadas, resistiendo así la autoridad civil por las vías
desautorizadas expresamente por las Escrituras que dicen obedecer. Una lectura
superficial de Rom.13:2 nos habla de ‘oposición’ y ‘resistencia’ a las
autoridades civiles, asuntos prohibidos por el apóstol inspirado por el
Espíritu Santo. Por supuesto que el texto implica aquellos asuntos que generan
inconformidad en la población porque ¿Qué otra cosas resistiría el pueblo sino
aquello que viera con inconformidad? ¿Por qué resistirían las leyes a menos que
las vieran imperiosas sobre ellos? El texto da por sentado que algunas
decisiones de la autoridad civil no dejarán tranquilos a los ciudadanos, lo que
los inclinará a oponerse y resistir la autoridad de manera violenta. El texto
es claro en prohibir tal conducta agresiva.
No desconocemos que la obediencia a la autoridad civil no
es absoluta. Si ha seguido los escritos anteriores a este, se han dado los
principios suficientes para aclarar que la obediencia a la autoridad civil es
en aquello que es licito. Y ¿Qué define lo que es lícito? La Palabra de Dios
únicamente. Sin embargo, la actitud del creyente bajo los lineamientos del
gobierno no puede ser una que haga chocar la ética bíblica expresa, es decir,
cualquiera que pueda llegar a conformar la respuesta del cristiano frete a las
políticas de su gobierno, deben regularse por los textos Bíblicos que
expresamente nos hablan de nuestra posición frente a la autoridad civil. El
Comentario a la Confesión Bautista de fe (Com.CBF1689 en adelante) señala en
este punto:
“Nótese que no hay precedente en la Biblia para que el
cristiano manifieste una actitud beligerante y rebelde hacia la autoridad
civil. La respuesta de Pedro en Hch.4:19 es notablemente mansa cuando se
compara con la beligerancia de ciertos sectores del cristianismo profesante en
nuestro tiempo. Hay un ejemplo instructivo de tal beligerancia en Hch23:1-5.
Allí Pablo se disculpa prontamente ¡Aun cuando fue provocado a ellos por un
error judicial! Las actitudes beligerantes y la conducta deliberada e
innecesariamente provocativa nunca son adecuadas cuando los cristianos deben
rendir obediencia”. Puede que hoy día la población tenga más recursos legítimos
para mostrar su postura y censurar aquello que es incompatible con los dictados
de la paz y justicia que los gobiernos deben seguir y promover. Pero jamás la
resistencia violenta es uno de esos métodos, que ni es permitido por los
gobiernos ni menos, por la Palabra de Dios. Hablando de las revoluciones
violentas a los gobiernos civiles el Com.CBF1689 vuelve a puntualizar:
“El trasfondo de Romanos 13:1-7, y la razón por la que Pablo trata el tema de la
subordinación a las autoridades romanas es la campaña violenta y anti romana
del siglo I d.C., de los judíos que luchaban por su libertad. Estos personajes
violentos y revolucionarios estaban escondidos detrás de muchas delas escenas
del Nuevo Testamento. Ellos fueron los responsables, unos diez años después de
escribirse la epístola a los Romanos, de la rebelión que devastaría a Jerusalén
y el judaísmo [...] La afirmación básica del pasaje es que las autoridades
civiles romanas estaban establecidas por Dios. Ciertamente, dice el apóstol
Pablo, no existen autoridades civiles excepto las ordenadas por Dios. Tal
afirmación es tanto más asombrosa a los oídos modernos por cuanto la autoridad romana era dictatorial y el
carácter de la autoridad romana era corrupto y pronto sería perseguidor. De hecho, esto había sido cierto en cuanto a los tres últimos emperadores,
contando al que reinaba en el tiempo en que Pablo escribía: ¡Calígula, Claudio
y Nerón!”.
Entendiendo que Dios ha ordenado su mundo de muchas
maneras y ha concedido en última instancia las diferentes formas de gobierno de
los pueblos, el deber es el mismo, sea que cristianos vivan bajo monarquías,
dictaduras o democracias. Aquí la Biblia demuestra que va por encima de los
aparejos humanos y nos señala la voluntad de Dios que atraviesa toda cultura y
época. Juan Calvino, quien adelantaría para nuestro mundo mucho de la autoridad
civil como la concebimos hoy, afirma en ese sentido: “Mas, si quienes por
voluntad de Dios viven bajo el dominio de los príncipes y son súbditos
naturales de los mismos, se apropian tal autoridad e intentan cambiar ese
estado de cosas, esto no solamente será una especulación loca y vana, sino
además maldita y perniciosa”.
Por eso es necesario que la ética civil del cristiano sea
regulada por los principios Bíblicos que por las diversas y complejas
situaciones civiles que vivimos. No podemos amarrar nuestra manera de vivir a
la cultura o a las condiciones civiles siempre cambiantes, sino anclar nuestra
vida y principios a las Escrituras. El
Com.CBF1689 yendo más al significado de las Palabras del apóstol enseña:
“Pablo [con este mandato de subordinación] no hubiera querido que [los
cristianos] obedecieran siempre a tales dirigentes […] Lo que realmente dice a
los cristianos romanos es que deberían estar ‘subordinados’, ponerse bajo la
autoridad de las autoridades romanas, tomar su lugar bajo ellos como
gobernantes dados por Dios […] Ambas palabras [que usa en Romanos 13] (‘opone’
y ‘resiste’) describen original y propiamente el uso de fuerzas armadas contra
un oponente militar. Lo que Pablo quiere decir es que los cristianos no deben
nunca tomar las armas contra las autoridades civiles. Más específicamente, los
cristianos romanos no han de ser arrastrados al movimiento judío de resistencia
[…] No han de tomar la espada contra ella y acabar sufriendo como asesinos (1
Pd.4:15)”.
Es Calvino el que puntualiza la razón de esta no
resistencia y oposición violenta contra la autoridad civil: “Que nadie se
engañe aquí. Porque como quiera que no se puede resistir al magistrado sin que
juntamente se resista a Dios, aunque a alguno le parezca que puede enfrentarse
al magistrado y salir airoso porque no es tan fuerte; no obstante, Dios es
mucho más fuerte y está perfectamente armado para vengar el menosprecio de su
disposición”.
Muchos cristianaos podrían objetar que su oposición
beligerante a los gobiernos se debe a aquellas injusticias civiles que la hacen
necesaria, a lo que respondemos que el creyente puede discordar de las
autoridades civiles, que aún puede usar los medios establecidos, primero por la
Palabra de Dios, y segundo, por sus propias autoridades para hacer saber sus
inconformidades, pero jamás puede traspasar la Palabra de Dios para hacerlo ni
el orden justo de las leyes de los hombres. Nuevamente el Com.CBF1689 dice: “Si
esta ha de ser nuestra relación con la autoridad civil, no debe haber una
‘revuelta contra los impuestos’ o una ‘actitud de revuelta’ contra la misma.
Rehusar pagar impuestos es una forma de rebelión incipiente”. Y finaliza: “No
existe ningún ejemplo de revolución autorizada contra la autoridad civil en la
Biblia. Los claros deberes que se requieren de los cristianos con referencia a
la autoridad civil son, implícitamente, contrarios a la misma. El pasaje
clásico de Romanos 13 es un rechazo sistemático de las actitudes y practicas
revolucionarias”. Por este mismo principio el mismo Calvino también señala: “Porque
aunque la corrección y el castigo del mando desordenado sea venganza que Dios
se toma, no por eso se sigue que nos la permita y la ponga en manos de aquellos
a quienes no ha ordenado sino obedecer y sufrir”.
Sin duda que este escenario es el camino largo, el camino tedioso y a veces lleno de ingratitud,
pero la revuelta social, la violencia contra el servidor público, el daño a la
infraestructura, el atentado a los servicios comunes, que parecen la vía más
rápida y eficaz de conseguir las cosas, deshonra a Dios y crea a mediano y
largo pazo una ética de la violencia, el odio, y la vía del camino fácil a
costa de los principios de orden y rectitud. Calvino afirma acerca de la
obediencia de los subordinados y su apego a los debidos procesos que: “Además
de esto, bajo el nombre de obediencia comprendo la modestia que todos los
particulares han de guardar por lo que se refiere a los asuntos del bien común;
es decir, no mezclarse en negocios públicos, no censurar temerariamente lo que
hace el magistrado, y no intentar cosa alguna en público. Si en el gobierno hay
alguna cosa que corregir, no se debe hacer con alborotos ni atribuirse la
facultad de poner orden, ni poner manos a la obra, las cuales han de permanecer
atadas al respecto; el deber es dar noticia de ello al magistrado, el cual solo
tiene las manos libres para ello. Entiendo que no deben hacer ninguna de estas
cosas sin que se les mande. Porque cuando tienen mandato de un superior, tienen
autoridad pública. Porque así como se suele llamar a los consejeros del
príncipe sus ojos y sus oídos, porque él los ha destinado para que vean,
oigan y le avisen, así también podemos llamar manos del príncipe a aquellos que
él ha constituido para ejecutar lo que se debe hacer”.
Seguramente es una tensión que tendremos que vivir, pero
las vías fáciles del “fuego a toda costa”, como la “indiferencia
pseudoreligiosa a los asuntos sociales”, no honran el principio Bíblico. Los
cristianos somos ciudadanos de este mundo, pero somos primeramente súbditos del
Señor quien nos gobierna por Su Palabra. Bajo ella y solo bajo ella, podemos
apreciar y ponderar nuestra libertad, ver o no lo que es justo y saber cómo
actuar en cada caso. Concluimos con una palabra de ánimo que el reformador
Calvino señaló: “Mas en la obediencia que hemos enseñado se debe a los hombres,
hay que hacer siempre una excepción; o por mejor decir, una regla que ante todo
se debe guardar; y es, que tal obediencia no nos aparte de la obediencia de
Aquel bajo cuya voluntad es razonable que se contengan todas las disposiciones
de los reyes, y que todos sus mandatos y constituciones cedan ante las órdenes
de Dios, y que toda su alteza se humille y abata ante Su majestad. Pues en
verdad, ¿Qué perversidad no sería incurrir en la indignación de Aquel por cuyo
amor debemos obedecer a los hombres a fin de contentarles? Por tanto el Señor
es el Rey de reyes, el cual, apenas abre sus labios, ha de ser escuchado por
encima de todos. Después de Él hemos de someternos a los hombres que tienen
preeminencia sobre nosotros; pero no de otra manera que en Él. Si ellos mandan
alguna cosa contra lo que Él ha ordenado no debemos hacer ningún caso de ella,
sea quien fuere el que lo mande. Y en esto no se hace injuria a ningún superior
por más alto que sea, cuando lo sometemos y ponemos bajo la potencia de Dios,
que es la sola y verdadera potencia en comparación con las otras”.
VOCACIÓN,
LIMITACIÓN, PRERROGATIVAS -
«Ya a los
gobernadores, como por él enviados para castigo de los malhechores y alabanza
de los que hacen bien».
DE LAS AUTORIDADES CIVILES
2. Es lícito para los cristianos aceptar cargos dentro de
la autoridad civil cuando sean llamados a ocuparlos [1]; en el desempeño de
dichos cargos deben mantener especialmente la justicia y la paz, según las
buenas leyes de cada reino y estado; y así, ahora con este propósito, bajo el
Nuevo Testamento, pueden hacer lícitamente la guerra en ocasiones justas y
necesarias [2].
[1]. Ex. 22:8,9,28,29; Daniel; Nehemías; Pr. 14:35;
16:10,12; 20:26,28; 25:2; 28:15,16; 29:4,14; 31:4,5; Ro. 13:2,4,6.
[2]. Lc. 3:14; Ro. 13:4.
Un acercamiento
bíblico al tema de la autoridad civil, como en todos los demás asuntos,
debe hacerse teniendo en cuenta todo el consejo de Dios. Muchos individuos
hacen su teología solo basados en algunos apartes de la Escritura y
desconociendo los contextos de los pasajes que se estudian. Esto ha traído
paradojas innecesarias y énfasis peligrosos a la hora de sugerir una teología.
Específicamente hablando del tema que nos compete, muchas personas hacen una
regla de tres simple y afirman que ya que Dios es soberano, la iglesia debe
militar en todas las cosas de igual manera, de forma que todo quede bajo el
señorío de Cristo, incluyendo por supuesto, la política. La otra regla de tres,
en el otro extremo del cuadro, afirma que el señorío de Dios está restringido a
la iglesia, y que lo demás no importa, sacando así a Dios de su injerencia en
los asuntos temporales.
Por supuesto que trazar la línea correcta es un asunto
bastante complejo, pero reconociendo los extremos podemos avanzar en una
distinción importante. Y aunque en este tema de la autoridad civil no llegamos
a todas las concusiones que Calvino llegó y nos apartamos de él en algunas
implicaciones, reconocemos que bastante alumbró con sus conceptos precisos. Si
bien creemos que Dios es soberano sobre todo, no hacer las correctas
distinciones en cuanto al reino de Dios, llevará a conclusiones desacertadas.
Esta es la distinción de los dos reinos que hace Calvino hablando de la
Autoridad civil:
“Primeramente, antes de entrar más adelante en materia,
será necesario traer a la memoria la distinción que ya hemos establecido, a fin
de que no nos suceda lo que comúnmente suele acontecer a muchos, que
inconsideradamente confunden estas dos cosas, aunque son totalmente diversas.
Porque cuando oyen que en el Evangelio se promete una libertad que, según se
dice, no reconoce ni Rey ni Roque entre los hombres, sino solamente a Cristo,
no pueden comprender cuál es el fruto de su libertad mientras ven alguna
autoridad sobre ellos. Y así no creen que las cosas vayan bien, si el mundo
entero no adopta una nueva forma, en la que no haya juicios, ni leyes, ni
magistrados, ni otras cosas semejantes con que estiman que su libertad es
coartada.
“Mas quien sabe distinguir entre el cuerpo y el alma,
entre esta vida transitoria y la venidera, que es eterna, comprenderá a la vez
con ello muy claramente que el reino espiritual de Cristo y el poder civil son
cosas muy diferentes entre sí. Y puesto que es una locura judaica buscar y
encerrar el reino de Cristo debajo de los elementos de este mundo, nosotros,
pensando más bien - como la Escritura manifiestamente enseña - que el fruto que
hemos de recibir de la gracia de Dios es espiritual, tenemos mucho cuidado de
mantener dentro de sus límites esta libertad que nos es prometida y ofrecida en
Cristo.
“A pesar de ello, esta distinción no sirve para que
tengamos el orden social como cosa inmunda y que no conviene a cristianos. Es
verdad que los espíritus utópicos, que no buscan sino una licencia
desenfrenada, hablan de esa manera actualmente y afirman que, puesto que hemos
muerto por Cristo a los elementos de este mundo y hemos sido trasladados al
reino de Dios entre los habitantes del cielo, es cosa baja y vil para nosotros
e indigna de nuestra excelencia ocuparnos de estas preocupaciones inmundas y
profanas concernientes a los negocios de este mundo, de los cuales los
cristianos han de estar apartados y muy lejos. ¿De qué sirven, dicen ellos, las
leyes sin juicios ni tribunales? ¿Y qué tienen que ver los cristianos con los
tribunales? Si no es lícito al cristiano matar, ¿de qué nos servirían las leyes
y tribunales? Mas, así como poco hace hemos advertido de que este género de
gobierno es muy diferente del espiritual e interior de Cristo, debemos también
saber, que de ninguna manera se opone a él”. Hasta aquí Calvino.
Esta precisión es necesaria para que no invadamos las
esferas en las que el señorío de Cristo se manifiesta, sus herramientas
particulares, sus propósitos definidos y las armas de la milicia que Dios le ha
concedido a cada una. Las distinciones son necesarias y sobre todo, bíblicas,
de lo contrario buscaremos la imposición del reino espiritual de Cristo por la
espada o algo similar a este cuadro equivocado.
La Confesión de fe afirma en este párrafo, que es
completamente legítimo que verdaderos cristianos, que tengan la vocación de
servidores públicos, tengan cargos en la autoridad civil. Una vocación temporal
es un llamado de Dios a su servicio de una manera singular. Así como se espera
que todo creyente reconozca la suya, aquellos que tienen vocación de servidores
públicos no enfrentan esencialmente más providencias que los que son llamados a
médicos, abogados, constructores o ganaderos, etc. Aunque reconocemos que la
altura de su llamado los expone a providencias singulares, el punto es que no
se debe ver su vocación espiritual como una violación a su llamado a Cristo.
Ser llamado a Cristo, a un reino espiritual con una ciudadanía singular no
compite en principio, con responder a su llamado temporal, a su respectiva
vocación.
Por supuesto que como toda vocación, debe ser hecha en
los lineamientos Bíblicos, según las expectativas del Señor. Por eso, el
servidor público en este caso, debe procurar ser muy entendido en cuál es su
propósito en su cargo y cuáles son los límites que no debe sobrepasar ni quedar
debiendo. Por esto la Confesión aclara que su deber corresponde a: “mantener
especialmente la justicia y la paz, según las buenas leyes de cada reino y
estado”. Como hemos repetido, la esfera de la autoridad civil es el bien civil,
la justicia y la paz externas, y esto, según se aclara aquí, dentro de las
buenas leyes de cada reino, que es otra manera de decirnos que su búsqueda de
justicia y paz se deben dar en el marco de todo aquello que se alinee con la
Palabra de Dios para estos propósitos específicos (Rom.13:1-7).
Aquí hay otra precisión importante, y es que reconocer
los límites de la vocación civil, no se prestará para la invasión de esferas
que tanta confusión generan. El Comentario a la Confesión de fe de 1689
responde a la objeción de: Si es deber de las autoridades civiles mantener la
justicia y paz bajo la palabra de Dios ¿Por qué no se castigan las
transgresiones de la primera tabla de la ley de Dios así como la segunda?:
“Es reamente cierto que la autoridad civil está sometida
a la Palabra de Dios, pero esto no significa que sea el deber de la autoridad
civil hacer cumplir cada parte de la Palabra de Dios con su propia autoridad
[…] Citando a John Murray dice: “Si la autoridad civil intentara, en su
capacidad de autoridad, llevar a cabo las demandas de la Escritura que le conciernen
en otras capacidades, o las demandas de la Escritura sobre otras instituciones,
serían inmediatamente culpables de violar sus prerrogativas y de contravenir
los requisitos de las Escrituras […] La esfera de la iglesia es distinta a la
de la autoridad civil […] La iglesia no está subordinada al Estado, ni el
Estado está subordinado a la iglesia. Ambos están subordinados a Dios y a
Cristo […] Tanto la iglesia como el Estado están bajo la obligación de
reconocer esta subordinación y la correspondiente coordinación de sus
respectivos campos de acción en la institución divina”.
Positivamente hablando, la autoridad civil (No entes
particulares ni personas individuales), tiene la potestad de hacer guerras si
es que estas son justas. Entiéndase que la Biblia enseña ser pacificadores pero
jamás enseña el pacifismo. Un mal entendido en la historia y la teología de la
redención hará que procuremos vivir en este mundo post-lapsariano (después de
la caída), como si estuviéramos en el Edén, y su equivocación amiga, la de
pretender vivir socialmente con las herramientas que Dios le ha dado a la
iglesia. Muchos quieren persuasión espiritual donde Dios ha dado la espada.
Pero ¿Puede llamarse alguna guerra justa? Por supuesto que en el mundo después
de la caída, la guerra es un instrumento externo para refrenar males externos y
muchas veces la justicia y la a paz, solo serán posibles con la espada.
Sobre esto el comentarista Williamson afirma: “Los que
apoyan la política que básicamente exige que nuestro gobierno nacional renuncie
al poder de la espada y que renuncie a sus esfuerzos por ser un terror al
malhechor, y que renuncie a la ejecución de la venganza sobre ellos, piden nada
menos que la destrucción del mandato de Dios (Rom.13:1-5) […] Este pecado debe
ser denunciado como lo que realmente es. Es un pecado contra Dios, y es un
pecado contra nuestro gobierno”.
TRES RESPONSABILIDADES
CRISTIANAS PARA CON LA AUTORIDAD CIVIL-
«Honrad a todos.
Amad a los hermanos. Temed a Dios. Honrad al rey».
DE LAS AUTORIDADES CIVILES
3. Habiendo sido instituidas por Dios las autoridades
civiles con los fines ya mencionados, se les debe rendir sujeción [1] en el
Señor en todas las cosas lícitas [2] que manden, no sólo por causa de la ira
sino también de la conciencia; y debemos ofrecer súplicas y oraciones a favor
de los reyes y de todos los que están en autoridad, para que bajo su gobierno
vivamos una vida tranquila y sosegada en toda piedad y honestidad [3].
[1]. Pr. 16:14,15; 19:12; 20:2; 24:21,22; 25:15; 28:2;
Ro. 13:1-7; Tit. 3:1; 1 Pd. 2:13,14.
[2]. Dn. 1:8; 3:4-6,16-18; 6:5-10,22; Mt. 22:21; Hch.
4:19,20; 5:29.
[3]. Jer. 29:7; 1 Ti. 2:1-4
Uno de los asuntos más valiosos de la Palabra de Dios es
que no se sitúa por debajo de las leyes humanas sino que las supera. Al ser un
mensaje provisto por revelación divina, entonces corresponde al código más
alto, al estándar de todas las cosas. Es por la Palabra de Dios que podemos
catalogar y clasificar las cosas como buenas o malas, morales o no, correctas o
no. Los gobiernos humanos siempre han pretendido poner al hombre y su
pensamiento en el lugar que deberían ocupar los principios de las Escrituras.
Esto se ve en las leyes y metas que se proponen. ¿Qué sino es esto lo que se
podría afirmar de los famosos Derechos Humanos?
Como afirma un autor: “Los clásicos creían en una ley
natural que era el fundamento para todo sistema legal humano y que representaba
una norma universal a la que todo el mundo tenía que someterse. La democracia
moderna coloca en lugar de la ley natural los Derechos Humanos. El estado
existe para defender los derechos del ciudadano, y estos derechos se convierten
en el fundamento de todo el sistema legal del país. El concepto de la ley
natural presupone una norma trascendental, algo que está por encima de los
seres humanos y los obliga. El concepto de los Derechos Humanos presupone al
ser humano mismo como la meta trascendental […] La Biblia nos dice que la
fuente de toda justicia es Dios mismo. Él es quién da una norma trascendental.
Los derechos humanos presuponen la autonomía del ser humano […] “el libre desarrollo de la personalidad” es la
meta trascendental de la vida” (Posmodernidad y fe).
Pero los cristianos, quienes obedecemos a las autoridades
en los asuntos lícitos y por causa de la conciencia, precisamente lo hacemos
sobre la base de la norma más alta, la Palabra de Dios, de otra manera no sabríamos
qué son las cosas licitas ni sabríamos sobre qué fundamento firme anclar
nuestras conciencias. Entonces es sobre las Sagradas Escrituras y solo sobre
ellas, que como creyentes nos acercamos a las estructuras del mundo, las
estructuras temporales, a sus leyes, y así calificamos todo. Por supuesto que
sobre las Escrituras bien interpretadas y con los principios que le aplican al
creyente del Nuevo Pacto, que tendrá circunstancias y por ende, algunos
principios distintos, con el habitante del Antiguo Pacto.
Ahora a nivel general, ¿Cuáles son las responsabilidades
que este párrafo del Confesión de fe nos señala para con las autoridades
civiles, para el cristiano común? Decimos cristiano común para distinguirlo de
aquel que por vocación, tiene la oportunidad de involucrarse de otras maneras
como gobernante. Al menos vemos tres responsabilidades, que como supondrá,
incluyen muchas más bajo ellas.
1. La Sujeción en todas las cosas Licitas
“Se les debe rendir sujeción en el Señor en todas las
cosas lícitas que manden”. Esta expresión nos libra de la arbitrariedad de los
gobiernos y de la nuestra. Si hay algo licito, ya sea que se encuentre
explícito en la Palabra de Dios, como si va en la misma dirección de lo que la
Palabra de Dios enseña, como si en muchos casos no contradice la Palabra de
Dios, el creyente debe presentar una subordinación general. Para eso es útil
recordar el alcance y los límites de los
gobiernos, para no llegarlos a desconocer en el ejercicio legítimo de su
llamado, como de llegar a conceder su involucramiento en lo que no corresponde
a su esfera. Pero en asuntos que no contienen una sanción bíblica explicita, el
creyente debe responder adecuadamente. No
existe una respuesta fácil y explicita, por ejemplo, al problema del
desempleo, al déficit fiscal, a la recesión económica, a la inflación y más. Las medidas de los gobiernos deben
ser, en este caso, atendidas en el marco de nuestra profesión de fe, mostrando
nuestro apego y amor a Dios y a prójimo.
Y ¿Si algún gobierno de manera ilegítima, vuelca su poder
para dañar a la población? ¿Se tiene el derecho a la revolución? ¿Existe algo
como el derecho a la rebelión? No hay respuestas fáciles aquí, sobre todo por
el alto nivel de subjetivismo con que hoy se miden las cosas. Muchos cristianos
parecen afirmar el tener la razón a rebelarse porque no encuentran diferencia
entre la muerte física injusta propinada por un gobierno arbitrario y los altos
impuestos que “nos van matando poco a poco”. Razonamientos así alejarán el buen
discernimiento para buenas determinaciones. Quizás ver el proceder de la
iglesia en sus primeros siglos nos puede dar una muy buena línea de conducta,
sobre todo por la motivación con la que hacían las cosas. En esos días también
había la posibilidad de revueltas, de pequeñas guerrillas, y los creyentes
en general nunca optaron por la rebelión
armada, aunque dejaron bien en claro que
no obedecerían a sus gobernantes si ellos pretendían regir en contra de Cristo.
Valdría la pena pensar un poco más este asunto, pero el creyente debe discernir
las cosas que dañarían la vida, honra y bienes de forma directa, de lo que es
un mal indirecto. Es decir, que el creyente
debe saber distinguir lo que corresponde a aquellas políticas de parte
de los gobiernos, como cuando de manera directa los judíos fueron blanco del
gobierno alemán, de lo que es un perjuicio indirecto. Aquí, en palabras de los
apóstoles, insubordinación debe ser vista como algo diferente a rebelión
armada.
2. La Oración Perseverante
Que la iglesia no tenga el derecho ni el deber de la
militancia política (puede profundizar este tema aquí), no significa que no pueda involucrarse a la manera
divina. La oración corresponde al espectro de sus responsabilidades. La
continua oración y ruego por aquello que están en eminencia es un deber de todo
creyente y de todas las iglesias de Jesucristo. Esto jamás debe verse como una
reducción de nuestros deberes ni debe disminuir nuestro ánimo, a menos que
pensemos que nuestra militancia es más efectiva que el obrar de Dios en los
corazones de los hombres y en el designio de las naciones. Para los creyentes
que cuestionan ¿Solo obedecer y orar?, les preguntaría si en verdad hemos sido
el tipo de ciudadano luz en el mundo y de oraciones acordes a las demandas de
los eminentes. Cada cristiano debe confesar que ni siquiera hemos puesto a
rodar los métodos de Dios como para saber qué tanto efecto pueden tener y
concluir que no sirven. Hemos sido débiles cristianos, de testimonio tibio y
oraciones frías.
¿Podemos orar de manera imprecatoria por los gobernantes?
Las oraciones imprecatorias en la Biblia tienen su razón de ser, pero no por lo
que a veces deseamos. Estas fueron reservadas cuando al reino de Dios, el
pueblo de Dios y la causa de Dios fueron puestas en estrecho y había peligro
real de un daño irreparable. No se trataba de orar pidiendo la destrucción de
los gobernantes cuando aumentaban los impuestos o no daban al ciudadano
condiciones favorables. Sin embargo, recordemos que como iglesia tenemos
labores singulares a favor de estos tiempos, que son los tiempos de la
paciencia de Dios para salvación. ¿De qué serviría un gobernante muerto si no
es salvo y si en su lugar se levanta otro igual? Quizás pudiéramos orar con más
dirección según lo que Dios nos ha ordenado, para que vivamos quieta y
reposadamente, y rogando que los misteriosos planes de Dios se lleven a cabo
para beneficio de Su causa. Recordemos que bajo una hambruna Dios preservó y
aumentó una familia, que bajo la esclavitud en Egipto Dios levantó un Moisés,
que bajo el absolutismo romano, Dios levantó al Cristo. No sabemos lo que Dios está logrando en la
manera que Él dirige al mundo, pero confiamos en su soberanía más que en
nuestro sentidos. Orar promueve la voluntad de Dios y ella es agradable y
perfecta.
3. Vida Piadosa
Cuatro testigos de manera clara y explícita nos afirman
que hace arte de las responsabilidades cristiana frente a la autoridad civil,
presentar una manera de vivir muy alta, santa y piadosa: Rom.13:3, 7-8; 1
Tim.2:2; Tit.3:1-2; 1 Pd. 2:13-17. Creyentes quieren ver en sus gobiernos, impíos, lo que ellos aun como
cristianos no están dispuestos a hacer. Esto sí que es una contradicción.
Deseamos ayuda al necesitado, buenas condiciones, buena administración, que no
exista corrupción. Muchos creyentes en sus familias, en sus propias iglesias y
en sus trabajos, son tan negligentes que hacen a su medida lo que el gobernante
corrupto hace a la suya, dándonos a entender que la única diferencia que hay
entre el uno y el otro es la posición que ocupan en el mundo, no sus
motivaciones ni su ética. Los cristianos debemos mostrar al mundo que existen
otros valores, unos más altos que aquellos que maneja el mundo y la vida
política. Pero lo ha de hacer,
principalmente por medio de su manera de vivir.
Sí que debemos hablar, ir a través de todos los recursos
legítimos, pero jamás se nos olvide que somos ciudadanos, primeramente de otro reino, y que es esta la
ciudadanía que más ha de pesar y dejarse ver. No conseguimos muchos si
denunciamos los ídolos modernos que promueven la cultura y la política si nosotros ya estamos
postrados a ellos. Por ejemplo, en vano cristianos marchan porque no se cambien
los paradigmas de la familia tradicional si ellos mismos son los que dejan que
sus hijos los críe el estado, si nuestras familias no observan la constitución
y roles bíblicos. En vano nos pronunciamos contra el aborto si al final las
familias cristianas también tiene reservas para con la procreación y prefieren
no tener hijos. Hablamos de creyentes viviendo para buscar solo su propio
beneficio sin ninguna consideración ni solidaridad con otros. Esto es más
evidente cuando cristianos promueven a otros cristianos al gobierno con el fin
de que les favorezca de manera particular. Coma apunta un autor: “Estamos
hablando del clientelismo y oportunismo de los evangélicos que procuran sacar
ventaja personal y colectiva a sus representantes en el congreso” (Ibid). ¿No
es lo mismo que hacen los demás?
Como ve, al llegar a las responsabilidades, el dedo que
en un comienzo habíamos usado para señalar las estructuras temporales, se
vuelve contra nosotros y nos presiona. Que el Señor nos conceda gracia y
conocimiento para andar en esta patria mientras avanzamos hacia la nuestra, la
que verdaderamente es nuestra.
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