sábado, 31 de octubre de 2020

TRES CONCEPTOS ECLESIOLÓGICOS A RECTIFICAR EN LOS TIEMPOS DE PANDEMIA


Uno de los textos más singulares que podemos encontrar y que nos evidencian el sumo cuidado con el que los creyentes deberíamos andar en el contexto de la iglesia es 1 Timoteo 3:15: «para que si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad». Este maravilloso texto nos indica que la Iglesia tiene un Dueño, es la casa del único Dios que existe y vive. Además, que esta iglesia del Dios vivo, es la estructura singular, única y central en los propósitos de Dios encargada de recibir, asimilar, retener, salvaguardar, expresar y anunciar la verdad, verdad que nos fue dada como un depósito y que por le Espíritu Santo hemos de celar (2 Tim.2:13-14). Entonces, la iglesia no es nuestra, nosotros los creyentes solo participamos como convidados por gracia pero no participamos de la estructura de gobierno de ella.

La pureza de las iglesias está íntimamente ligada al hecho de ser fieles “al modelo que les ha sido mostrado” en el monte de la palabra de Dios, y su impureza, en cambio, está relacionada con la edificación de ella con los materiales de la prudencia humana, la sabiduría de los hombres, de las conveniencias y hasta del pragmatismo. Si esto se ha hecho evidente es, en efecto, en los días de la llamada pandemia, donde las iglesias en su intento de estar a la altura de las demandas actuales, han echado a andar varias estrategias pragmáticas con serios vacíos Escriturales, cuando no, modificando doctrinas, redefiniendo términos, corrigiendo y acomodando, por medio de la semántica, conceptos inalienables de lo que es una iglesia y sus tareas específicas en los propósitos divinos. Recordemos que la iglesia al ser «del Dios viviente», nos impide que hagamos de ella y con ella lo que bien nos parece, aun cuando nazca de la buena intención.

En las variadas maneras en las que las iglesias han intentado estabilizar la braca en estos tiempos dificultosos, han empezado a relucir algunos conceptos que si bien, algún grado de verdad llevan, y sin duda, muy buenas intenciones, se quedan cortas en expresar de manera bíblica la doctrina de la iglesia, cuando no, conllevan una contradicción de lo que ella es, insistimos, en términos bíblicos. Déjeme plantearle las tres que vemos más peligrosas: “Las iglesias no han cerrado porque la iglesia somos nosotros”, “Ahora Dios tiene una iglesia en cada familia”, “Cultos online”. Empecemos:

 

“LAS IGLESIAS NO HAN CERRADO 

PORQUE LA IGLESIA SOMOS NOSOTROS”

Si hay algo que reconocer en esta frase, es el intento de resaltar que la estructura de la iglesia supera el hecho de estar reunidos. La iglesia en su aspecto invisible y/o universal implica que existe fuera de las estructuras locales aunque se expresa en ellas, de manera que la iglesia de Cristo sigue existiendo aun por fuera de sus reuniones. Esto pone sobra la conciencia de los creyentes una solemne responsabilidad de andar siempre de acuerdo a la iglesia, de actuar en nombre de la iglesia y de trabajar por su conformación, aun cuando ella no esté reunida.

Sin embargo, esta frase yerra en desconocer que la iglesia, que en su aspecto universal es invisible, también tiene un aspecto local que es visible. Así lo entendieron los redactores de nuestra Confesión de fe al tratar la invisibilidad de la iglesia en su aspecto universal y su visibilidad en su aspecto local. El punto es que las iglesias locales, que son la representación concreta de la iglesia universal, requieren de sus reuniones presenciales, es más, iglesias locales que no se reúnen semanalmente como algo continuo son una realidad bastante extraña, como hemos señalado, tal como una asamblea que no se reúne, una reunión que no se junta y cosas así. El concepto mismo de iglesia local, donde hay miembros visibles y donde la adoración goza de ser corporativa, es un asunto que no podemos sacrificar a nombre de la pandemia. Las expresiones de 1 Corintios 11:17-18: «porque no os congregáis para lo mejor […] cuando os reunís como iglesia», dan por sentado que la iglesia se reúne, se congrega, que hay asuntos que como creyentes individuales pueden hacer en casa, pero que no aplican cuando «toda la iglesia se reúne en un solo lugar» (1 Cor.14:23).

Esta expresión “Las iglesias no han cerrado porque la iglesia somos nosotros”, parece confundir lo que es la iglesia con lo que son los edificios de reunión, o al menos es ambigua en distinguirlos. Por supuesto que un edificio cerrado no implica una iglesia sin funcionamiento, pero una iglesia sin congregarse sí implica una cesación de una de sus tareas fundamentales y que la Palabra de Dios da por hecho. No puede ser que las “santas convocaciones” del Antiguo Pacto gocen de mayor precisión que las del Nuevo. De hecho, es todo lo contrario, pues sabemos que la vida cristiana se desarrollaba en una fuerte dinámica de congregarse como puede confirmar en Hechos 2:42 y 46; 11:26; 15:30; 1 Corintios 14:34-35; Hebreos 10:25; Santiago 2:2, que haría bien en repasar.

Además, esta expresión ambigua, señala que la iglesia somos cada uno de nosotros en particular, asunto que la Biblia no señala jamás. Más bien, la precisión bíblica es tal que afirma que los creyentes somos, en los términos de 1 Corintios 12:27: «el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular». Como notará, un asunto distinto es ser miembros de la iglesia, aun cuando esta no esté reunida, y ser cada uno en particular la iglesia, concepto que no es preciso bíblicamente hablando. Estas expresiones solidarias, que se usan coloquialmente para exacerbar el ánimo patriótico, no aplican a la iglesia en su expresión visible. Fuera de las reuniones seguimos perteneciendo a la iglesia, seguimos siendo miembros, pero decir que cada miembro es la iglesia por aparte es el equivalente a decir que un solo jugador es el equipo, que un solo soldado es el batallón. La iglesia en su realidad visible para oficios de culto lo es solo cuando están “asambleadas”, “sinagogadas” (La palabra original de Mt.18:20), es decir cuando nos reunimos como tal.

Hay templos cerrados, lo que no indica que el cristianismo ha desparecido, pero hay iglesias que sí han cesado o “cerrado” su ministerio al sustituirlo por los medios virtuales, iglesias no congregadas, iglesia no asambleadas o sinagogadas. Mientras no se reúnan como iglesia, en su realidad visible y presencial, convocadas en nombre de Cristo para culto público, no se puede hablar estrictamente de “ser iglesia”. Para el bien y la restauración de lo que se ha perdido en estos tiempos de pandemia, es mejor reconocer los vacíos teológicos en eclesiología y no sugerir que la iglesia es una estructura moldeable como la plastilina según las demandas que se presenten. Si bien, las iglesias debemos ser dinámicas, no significa que podamos moldear la iglesia y acomodarla pragmáticamente para que ella sea lo que nosotros queremos que ella sea en determinado momento. La iglesia es Casa de Dios y en casa que es propiedad de otro, no imponemos nuestro criterio.

Las iglesias bíblicas siempre deberíamos reformarnos de acuerdo a la Palabra de Dios. Estos tiempos de epidemia nos conceden un buen momento para reconocer las fisuras, para el arrepentimiento y la reforma en aquello en lo que aun somos deficientes. Pero se requerirá claridad bíblica y no ambigüedad pragmática, las grandes reformas se han dado sobre un fundamento sólido y profundo de Sola Escritura, así que al precisar las doctrinas y prácticas no perdemos jamás, sino que ganamos conformidad. Que Dios nos ayude.

 

“AHORA DIOS TIENE UNA IGLESIA EN CADA FAMILIA”

En el lenguaje cristiano se emplean algunas expresiones que han dejado su uso técnico y preciso para llegar a ser parte del coloquialismo evangélico. La palabra adoración es una de ellas que muchas veces no comunica su significado prístino. Si bien, de manera amplia e informal adoración puede ser vista como todo aquello que hacemos para Dios, ya no se hace honor a su significado ni se hace distinción entre la adoración en general y la adoración religiosa propiamente dicha. Esto para distinguir el ámbito más extenso de servir al Señor con todo nuestro ser haciendo todas las cosas para Su gloria, y el servir a Dios especial y específicamente, en invocarle de manera singular como pueblo de Dios. De la mano, esta falta de distinción ha traído la equiparación de principios y promesas, sin las respectivas distinciones de sus objetivos previstos, es decir, que los creyentes suelen tomar los principios o promesas bíblicas y las aplican, sin ninguna distinción ni cuidado a los contextos que las generaron aplicándolas como bien les parece, olvidando que existen principios específicos que se aplican en contextos específicos.

Lo que estamos señalando bien puede verse en uno de esos textos bastante conocidos y usados para invocar la compañía divina. Es Mateo 18:20: «Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». La lógica a seguir es fácil: Dios es omnipresente, hay unas pocas personas que invocan su nombre, Dios está en medio de ellas. Sin duda que cada una de las cláusulas de esta preposición es cierta, salvo que el contexto de este pasaje no está exponiendo el caso de la omnipresencia divina, ni está señalando cualquier tipo de reunión de creyentes, y la presencia de Cristo prometida allí no es de cualquier índole. La intención del Espíritu Santo, a la luz de su contexto, no era engrandecer cualquier tipo de reunión entre creyentes, sino darnos un principio singular de los recursos divinos para los creyentes bajo Cristo reunidos de manera oficial.

Asuntos como estos, y sobre todo, esa idea subyacente en la mente de muchos cristianos, ha hecho que en épocas de pandemia se haya buscado un aliciente para justificar las reuniones familiares viendo una transmisión como si fueran cultos al Señor, y atribuyéndoles el mismo valor. Quizás elevando los principios generales que deben regir toda la adoración a Dios, al nivel de la adoración regulada de la iglesia en sus cultos públicos. Muchas personas han tratado de equilibrar el sentido de perdida de no tener su iglesia reunida afirmando que, ya que la iglesia no se puede reunir para culto formalmente hablando, el pueblo de Dios resultó ganando y propinándole un duro golpe a Satanás, porque ahora hay una iglesia con cada familia. Es decir, que si bien, una iglesia reunida es lo ideal, en otro sentido, no hay nada distinto entre la iglesia reunida y una familia que se reúne para adorar al Señor, al final son dos formas legítimas de ser iglesia. Parece que si se siguen las actividades que también se siguen en los cultos de la iglesia, o si se sigue el espíritu de lo que es la iglesia reunida, no hay nada esencialmente distinto, solo es cuestión de forma y oportunidad.

Las implicaciones son muchas y muy negativas. Este concepto de “hacer iglesia” en cualquier contexto, se ha visto expresada en prácticas bien cuestionables, despojando a los cultos de adoración, al día del Señor, a las ordenanzas del Nuevo Pacto, de su carácter oficial y distintivo. Las transmisiones online, han creado una atmosfera distractora, pues en un sentido, llegan a crear una impresión de presencialidad, donde se concluye que es prácticamente igual estar que virtualmente estar. Son este tipo de asuntos con los que hoy se debe lidiar y con el que muchas congregaciones tendrán un lazo que ya les impedirá actuar como una iglesia de Cristo de aquí en adelante.

El Capítulo 22 de la Confesión de fe y su párrafo 6 dice: 

“Ahora, bajo el evangelio, ni la oración ni ninguna otra parte de la adoración religiosa están limitadas a un lugar, ni son más aceptables por el lugar en que se realizan, o hacia la dirección que se dirigen; sino que Dios ha de ser adorado en todas partes en espíritu y en verdad; tanto en cada familia en particular diariamente, como cada uno en secreto por sí solo; así como de una manera más solemne en las reuniones públicas, las cuales no han de descuidarse ni abandonarse voluntariamente o por negligencia, cuando Dios por su Palabra o providencia nos llama a ellas".

Comentando este párrafo el teólogo Waldron afirma: 

“Algunas cosas deben alertarnos en contra de una suposición demasiado fácil de que este párrafo aplica el principio regulativo de igual manera a la familia y a la adoración en secreto […] el enfoque de la aclaración precisa en [La Confesión de fe en] 1:6 acerca de la adoración de la iglesia debería alertarnos de concluir con demasiada prontitud que los puritanos tenían en mente que el principio regulativo se aplicara de igual manera a la adoración doméstica y personal. Finalmente, incluso suponiendo que este pudiera haber sido el caso, creo que hubiera sido visto como una oscuridad restante en su declaración, la cual podía ser disipada con clarificación sin afectar la sustancia de sus puntos de vista.

[…] Me parece que una de las mayores piedras de tropiezo intelectuales que obstaculiza que los hombres abracen el principio regulador es que este presupone la idea de que la iglesia y su adoración están ordenadas y reguladas de un modo diferente al resto de la vida. Para el resto de la vida, Dios da a los hombres grandes preceptos y principios generales de Su Palabra, y dentro de los límites de estas instrucciones, les permite ordenar sus vidas como a ellos mejor les parezca […] Claramente presupone que hay una distinción entre la manera en la que la iglesia y su adoración ha de ser ordenada y la manera en que el resto de la sociedad humana y la conducta ha de ser ordenada […] Esta distinción entre la iglesia y el resto de la vida que estoy sugiriendo significa que la sola scriptura tiene una aplicación diferente para la iglesia de la que tiene para el resto de la vida.

[…] Esa realidad eclesiástica única es que la iglesia es el lugar de la presencia especial de Dios y es, por tanto, la casa o el templo de Dios —y como tal, es santa en una manera distinta en la que el resto de la vida no lo es. Una vez que entendemos la cercanía peculiar de la iglesia a Dios, y la santidad especial de la iglesia en comparación con el resto de la sociedad humana, no estaremos sorprendidos por el hecho de que la primera esté especialmente regulada por Dios […] El carácter especial de la iglesia de Dios como el lugar de Su presencia especial es presentado en Mateo 18:15-20 […] La promesa del versículo 20 viene unida a una muy clara condición o limitación: “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. La limitación establecida que se encuentra en estas palabras es la iglesia local en asamblea, la reunión formal o pública del pueblo de Dios […] No es, por lo tanto, cualquier reunión de hombres, o incluso cualquier reunión de cristianos la que cumple con la condición especificada de esta promesa, sino el reunirse en el nombre de Cristo. Esta frase hace referencia a la reunión del pueblo de Cristo en su carácter oficial como Su iglesia y bajo Su autoridad.

[…] Ahora, permítame enunciar la clara significación de esto. Aunque Dios está presente en todo lugar en el mundo y en la sociedad humana, aun así, esta promesa debe significar que Él está presente en una manera especial con Su iglesia. La iglesia reunida es un lugar santo, es el templo de Dios (1 Cor.3:16), es la posesión especial de Dios con una relación peculiar para con Dios. De todas las altas, solemnes y ennoblecedoras realidades que rodean la adoración evangélica, la mayor —y por tanto la que determina, es la realidad de que Dios está presente en Su santidad y gracia”. (Waldron, El principio Regulativo, Cahpel Library. Pags.11-16).

 

Las reuniones oficiales de la iglesia para sus cultos públicos son irremplazables, son singulares y son el contexto de la presencia especial de Cristo. Por lo tanto, hablar de muchas iglesias con cada familia que presencia una transmisión online, y pensar que es el buen reemplazo temporal de las reuniones de la iglesia, es un concepto pragmático, sentimental, más no bíblico. El Señor estableció que las iglesias locales tienen el solemne deber de reunirse (“reuniones públicas, las cuales no han de descuidarse ni abandonarse voluntariamente o por negligencia”), tiene el deber de hacerlo cada día del Señor (“cuando Dios por su Palabra… nos llama a ellas”), y cuando en ocasiones providenciales la iglesia sea convocada para este ejercicio público.

 

Así entendido, tenemos que señalar que, al contrario de las banderas triunfantes que muchos quieren ver con la virtualidad en épocas de pandemia, la iglesia no ha ganado al no tener iglesias reunidas para culto público, iglesias se han abstraído de la manifestación de la presencia especial de Cristo al haber omitido sus reuniones públicas, y de sus bendiciones adjuntas. La cesación de los cultos de adoración, ha venido a ser la rendición de uno de sus propósitos más solemnes sobre la tierra, a saber, la adoración a Dios desde cada uno de los candeleros por Él sembrados. La vida privada, familiar y personal de la fe, ha sustituido en la mayoría de los casos, los cultos públicos al Señor, y al parecer, mientras permanezca el virus, esta será la realidad permanente de la iglesia, para su debilitamiento sistemático.

 

Por supuesto que el desafío a la sabiduría divina tendrá consecuencias, y suponemos que los creyentes sensibles que se niegan a usar los mismos principios de la “nueva normalidad” en su vida de iglesia, ponderarán si este es el escenario en el que desean permanecer.  Al fin, la iglesia es la Casa de Dios, y el modelo ya fue revelado, sin ninguna cláusula de excepciones permanentes para los creyentes que pertenecemos a ella, ni para establecer nuevos significados, definiciones y doctrinas, ni para establecer nuevas prácticas santificándolas con el espíritu de esta época.

 

“CULTOS ONLINE”

Los medios virtuales han puesto serios desafíos para creyentes e iglesias en la actualidad. Estos recursos crecientes puestos al servicio del avance del evangelio, son en sí un arma de doble filo. Frente a ellos, vemos la gran capacidad que tiene de llegar donde la presencialidad no puede, de ofrecer un sinnúmero de conocimiento que quedaba sin acceso a la gente del común, que si existe una época sin precedentes donde hay facilidad de acceder a recursos para edificar nuestra vida cristiana es este. En mayor o menor grado iglesias han adoptado lo que estos medios ofrecen y que bien aprovechados son una gran ayuda. Que el medio sea nuevo, no significa que tomar medios masivos para la propagación del evangelio lo sea. Antes el medio escrito luego de la imprenta, los medios radiales y audiovisuales, han puesto el mismo desafío a las iglesias que los han visto nacer a su lado.

Pero como advertimos, el otro filo es la utilización indiscriminada de dichos medios, y el avance progresivo hacia la desnaturalización de los medios establecidos por Dios, tal y como el mismo Señor los ha señalado. El peligro de la descentralización de la iglesia tal y como ella es considerada en los propósitos de Dios y varios conceptos y prácticas bíblicas que hacen parte de la iglesia no pueden modificarse sin cambiar en sí su esencia y la de la iglesia. Los peligros deben ser advertidos, dimensionados y evitados. La virtualidad de hoy ha arrojado a muchos creyentes a cambiar su forma de ver la iglesia y a formar su teología y práctica tomando un poco de aquí, un poco de allá, todo y nada a la vez. La mezcolanza ha crecido a tal grado que se aprecia una especie de ecumenismo en línea sin precedentes del que los creyentes beben sin cuidado. Los creyentes expuestos a las redes de forma indiscriminada y sin una guía pastoral bíblica, cada vez se alejan de la unidad de la fe y de la procura de ser uno con la iglesia, pues la avalancha de información a la que están expuestos, es interminable e incontrolable.

Pero a diferencia de los otros medios que ya teníamos, es muy obvio que el internet ha provisto una especie de presencialidad llamada virtualidad. Entiéndase algo virtual, como lo definen los diccionarios, es algo que está en oposición a algo efectivo o real, que llega a tener existencia aparente y no real. Así, hay amigos virtuales, clases virtuales, visitas virtuales, reuniones virtuales y demás, asuntos a los que nos estamos acostumbrándonos a vivir. El mundo en esto es pragmático y en muchos contextos nada debe ser dramático. Pero en los asuntos de la iglesia, donde reunirse o congregarse  y perseverar en comunión hacen parte de su esencia, donde existen realidades insustituibles en medio, la virtualidad es solo un espejismo. Si bien, hay provecho en la Palabra predicada por estos medios, y en algo suplen la distancia, la despersonalización de la vida de la iglesia es un problema de grande envergadura. Sermones impersonales, comunión impersonal, fragmentación, individualismo, lejanía de las ordenanzas, entre otras cosas, hacen parte del paquete completo al aceptar la virtualidad como sustituto de la iglesia reunida.

Somos conscientes que la palabra ‘culto’ puede tener un significado popular que se puede aplicar para la adoración a Dios. Por ejemplo, es esta la manera en que se entiende el culto familiar, esto es, la búsqueda y adoración a Dios de manera familiar. Pero cuando hablamos del significado restringido y litúrgico de este término, de la convocación de la iglesia para la adoración congregacional, entiéndase pública, la virtualidad no existe. O es una convocación del pueblo de Dios en su carácter oficial bajo Cristo para la adoración formal, o estamos hablando de la búsqueda personal y privada de Dios. Y en esto, la iglesia debe ser cuidadosa, porque los elementos del culto público y oficial exigen presencialidad. «Ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza» le encargó Pablo a Timoteo (1 Tim.4:13), donde se refiere a su lectura pública y litúrgica, así como los demás ejercicios que se le ordena. «Hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales» (Ef.5:19), no puede ser sustituido por un canto donde el “entre vosotros” sea un mero hablar, sea un “entre vosotros” virtual, insistimos, si de un culto oficial se refiere. La Cena del Señor tiene el antecedente de “cuando, pues, os reunís” (1 Cor.11), de modo que no puede llevarse a cabo en la fragmentación del pueblo sino en su expresa unión.

En harás de claridad, esperamos que esto no se lleve a un extremo innecesario de arrojar lo útil junto con el mal entendimiento. No estamos afirmando que la virtualidad no sirva de nada, pero de seguro, su provecho es el particular, el privado, siendo este el contexto donde ha de ubicarse. La virtualidad, así se sigan los elementos del culto, no es adoración publica, es adoración privada. Esta no goza de las promesas de la presencia especial de Cristo cuando se reúnen de manera oficial y bajo su nombre, aunque llegue a ser provechosa para suplir alguna dificultad de distancia y oportunidad. Sabemos que aun antes de la pandemia iglesias transmitían sus cultos. Quizás, y sin caer en un juego semántico, es distinto hablar de un culto online (lo que hemos insistido que no es posible), que la transmisión online de un culto ¿Nota la diferencia? Lo uno implica que el culto es hecho de manera virtual (lo incorrecto), lo otro señala hacia un culto presencial que se está realizando en algún lugar, pero que también se retransmite para otros, quienes lo aprovecharán privadamente, y es en lo que iglesias deben meditar hasta donde dejan llegar la transmisión de sus cultos presenciales para apartarse del peligro de tomar la virtualidad como “otra manera” de ser iglesia.

Ningún creyente puede huir de la esencialidad de las iglesias reunidas para sus varios propósitos (Hch.11:26; 15:30; 1 Cor.11:17; 14:34-35; Hb.2:12; 10:25; St.2:2). Solo una generación que está perdiendo la noción de lo que la Palabra de Dios enseña acerca de la iglesia, la adoración a Dios y su regulación singular, no verá ni peligro ni problema en continuar su virtualidad en la epidemia, animando a sus congregantes a imponer el nuevas prácticas y lineamientos en una casa que no es nuestra, pues es la casa del Dios viviente.  Mediante la acomodación y redefinición, de “los elementos que Dios mismo nos ha designado a la adoración, la sabiduría de Cristo y la suficiencia de las Escrituras son puestas en tela de juicio […] Con toda nuestra debilidad, pecado e insensatez, ¿nos dejará Cristo sin una guía adecuada para el asunto más importante que es la adoración?” (Waldron). Que las iglesia volvamos al modelo que traspapelamos por el temor de estos días y no expugnemos de ninguna manera la sabiduría divina con la que el Pastor Jesucristo edifica su iglesia.

  

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