- Desde la misma iglesia en la epidemia-
Literalmente la un paradigma es algo que sirve como modelo o ejemplo alrededor del cual varios elementos se estructuran. Hemos visto en corto tiempo como los paradigmas morales, por ejemplo, han cambiado, lo que ha resultado en nuevas maneras de concebir lo correcto o incorrecto. Paradigmas nuevos en cuanto a la familia ya no nos permiten hablar de “la familia tradicional”, sino de sinnúmero de maneras de ser familia. Estos paradigmas no cambian de un día para otro; para darles un viraje se tienen que emplear estrategias masivas, con técnicas de “goteo continuo”, con el fin de implementar una nueva visión de algo que tradicionalmente se había visto de otra manera.
La avalancha de información, el bombardeo de avisos, la
andanada de advertencias, el goteo permanente de opiniones, la insistencia
continua de mensajes, ciertamente están cambiando los paradigmas de lo que es
la realidad, es obvio; la idea común de hoy, impulsada de manera masiva, es que
vivamos bajo una “nueva realidad o normalidad”. Pasando por alto este infeliz
concepto de que la realidad la definimos
nosotros como algo subjetivo, señalo hacia la intencionalidad con la que el
mundo de hoy, por todos los medios posibles, procura que el ser humano asimile,
acepte y viva según las normas dictadas a causa del virus actual, al menos esa
es la excusa de hoy. Esto de ninguna manera es novedoso, raro o inquietante: es el mundo, son sus estructuras,
son sus intereses y agendas en las que somos encausados querámoslo o no.
El punto lamentable a resaltar es que la iglesia, que
tiene el solemne llamado de parte de Dios a: «No [conformarse] a este siglo, sino [transformarse] por medio de la
renovación de [su] entendimiento, para que [compruebe] cuál [es] la buena
voluntad de Dios, agradable y perfecta» (Rom.12:2), se ha aunado a la definición
y procura de la “nueva realidad” eclesial, desde su práctica, pero desde su
teología. Esperamos de la iglesia que tiene un fundamento único desde su fundación,
a saber, la Palabra inmutable de Dios, no cambie sus principios por los que en
cada oleada de cambios de paradigmas se ponen vigentes, sin embargo, eso es
exactamente lo que ha empezado a ocurrir. Definiciones, practicas, doctrinas,
hoy día están siendo redefinidas desde el pulpito (virtual) de las iglesias,
afianzadas con el lenguaje de los hechos y refrendada por las continuas
omisiones de una iglesia débil y frágil: “la iglesia del pandemia”, que ha
tomado los nuevos paradigmas planteados por la voz de las autoridades humanas
como su biblia práctica, para matizar lo que debe ser y hacer una iglesia, la
iglesia de Jesucristo.
Si hoy se escribiera la historia de la Iglesia bajo los principios
de la “nueva normalidad”, si hoy se escribieran los “Hechos de la iglesia actual”,
tal y como aparece en la Biblia el libro canónico, ¿Cómo se describiría la vida
de ella? Tenemos algunos textos demasiado relevantes, muy prominentes, que definieron
históricamente la expresión de lo que es el modelo de la iglesia y sus prácticas
inalienables, que antes fueron el paradigma, la norma, el modelo, pero que hoy
se han cambiado en poco tiempo. Lamentamos que Hechos 2:42 no defina lo que es
la iglesia actual: «Y perseveraban en la
doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del
pan y en las oraciones». Quizás lo más acertado que se podría especular de “la
iglesia de la pandemia”, es su “perseverancia en las predicaciones
impersonales, en las conexiones unos con otros, suspirando por el pan de la
Cena y en oraciones virtuales”.
Esta iglesia medrosa cada vez más se aleja del modelo o
ejemplo que nos fue dado por inspiración divina, de una iglesia de la cual se
decía en Hechos 2:43-47: «Y sobrevino
temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los
apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas
las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según
la necesidad de cada uno», donde a lo sumo hoy se podría decir que: “Y
sobrevino el temor a toda persona (por el virus) y muchas cosas buenas eran
dichas (no hechas) por sus líderes, y que todos los que habían creído estaban dispersos
y tenían como común las prevenciones y miedos, y acapararon sus bienes para el bien
de cada uno en esa crisis económica que les azotó”.
Lejos está la indestronable descripción de: «Y perseverando unánimes cada día en el
templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez
de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor
añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos», pues la iglesia
bajo la “nueva realidad” es una de la que se va a recordar como que solo “perseveraban
de vez en cuando conectados, lejos de sus templos, evitando el visitarse,
comiendo cada uno en su casa, con ansiedad y miedo de corazón…y eran añadidos a
los Fan Pages del Facebook de cada iglesia, cada semana, los que se mostraban
interesados en el “evangelio virtual”.
Hemos corrido ahora tan lejos del modelo, que lo que en
un momento se dio por cierto en cuanto a las reuniones presenciales
(redundancia), basados en textos tan obvios con los que pastores e iglesia animaban
a los profesantes, ahora no son atendidos. Hebreos 10:23-24 que nos había proveído
la estructura, no solo para las reuniones presenciales sino que las situó como
uno de los beneficios de la libertad en la sangre de Cristo y una de nuestras
solemnes responsabilidades ante el día final, al decir: «Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque
fiel es el que prometió. Y considerémonos unos a otros para estimularnos al
amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por
costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca»,
ahora ha sido ridiculizada por el nuevo paradigma de: “Considérense unos a otro
para compartirse los enlaces, no dejando de conectarse como algunos tienen por
costumbre, tanto más cuando ven que la pandemia se alarga”.
¿Qué decir del nuevo paradigma del Día del Señor? ¿Qué
decir de los cultos de adoración regulados y de los elementos irreducibles que
componen un culto al Señor? Es increíble notar cómo bajo los nuevos paradigmas
de la “nueva realidad”, los creyentes están dispuestos a vivir en una
hipocresía práctica, pues los cuidados, prevenciones, temores que pueden y
deben manejar para mantenerse en su vida familiar, laboral y de esparcimiento,
son ajustados al máximo y puestos en todo su rigor, solo el día del Señor, solo
en asuntos de iglesia. Por supuesto que la “nueva normalidad” no contempla la
adoración a Dios como Él la reguló. Hoy la “normalidad” de muchas ex-congregaciones
diría: “acuérdate del día del reposo para acomodarlo, seis días te expondrás, tú,
tu familia y hasta tus empleados, a todo contexto y criatura para hacer tu
obra, pero el día del Señor, justamente ese día, te acordarás de activar todos los
protocolos y cuidados para la salud y serás en gran manea prudente, recordando todo tipo de exigencia y medidas,
por lo que no te congregarás, hasta que pase el día del Señor cuando vuelvas a
tu obra y puedas hacer tu propia obra sin dejar de cuidar tu salud, porque lo
que no se puede en la iglesia sí se puede en los demás contextos”.
La nueva realidad no contempla asuntos esenciales de la
iglesia como el canto congregacional, la Cena del Señor, ni las expresiones de
afecto y comunión, el paradigma es el de un creyente egoísta, solitario,
privado, aislado, blindado, cantando con gracia “solo” en su corazón, en el
contexto de un día del Señor desdibujado, en el ambiente máximo de su familia, porque
en estos cambios de paradigmas a alguien se le ocurrió uno de los atropellos
más grandes nunca jamás vistos, de “una iglesia en cada familia”; sí, hasta
allá hemos llegado, a considerar que cada miembro tiene en su familia una
iglesia, y que la final salimos ganando porque ahora “hay más iglesias”. ¿Puede
dimensionar el daño irreparable que estos cambios de definiciones, teología,
costumbres pueden llegar a hacer? Y todo esto porque la iglesia de la “nueva
normalidad” ha cambiado el paradigma de lo que es ser una iglesia, la cual en
otrora, fue definida como «la casa de
Dios viviente, columna y baluarte de la verdad», la que era su tesoro, su
depósito a cuidar (1 Tim.3:15), para ahora convertirse en columna y baluarte de
la salud, don de dones, patrimonio de patrimonios, depósito de depósitos a
guardar al precio que sea, aun al precio de desdibujar el modelo de iglesia neo
testamentaria.
Y es que si esto ya no fuera suficiente, esta iglesia que
jamás sería encomiada por practicar su fe sino por acomodarla, le ha comunicado
a sus propios miembros y al mundo, bajo estos nuevos paradigmas de la “nueva
realidad”, que sobre todo, “es necesario desobedecer a Dios antes que a los
hombres”. Y si esta descripción somera le suena completamente ridícula y
exagerada, es porque al estar tan encerrado en su virtualidad no se ha
percatado del extenso terreno cedido en esta batalla por la verdad y por el
reino de Dios. Si mira sin prevención este artículo, este solo ha descrito un
buen número de iglesia hoy, esta es “su nueva normalidad”. Entonces, le ruego no
molestarse con el espejo que revela la condición, sino con la condición misma
de la iglesia, aun si la iglesia descrita es la suya.
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