INTRODUCCIÓN
EL MISTERIO
DE LOS PROCESOS
HISTÓRICOS
Existen muchos y variados problemas relacionados con la
vida de fe. No se nos promete en la Biblia que, como cristianos, nuestra vida
estará exenta de dificultades y pruebas. Existe un adversario de nuestras almas
que está siempre activo. Su gran objetivo es desanimarnos y, si es posible, aun
lograr que renunciemos a la fe. Presenta diversas tentaciones a nuestra mente.
Recurre a cualquier cosa que pueda debilitar nuestra fe.
Uno de los problemas que mayor ansiedad
provoca en la esfera de la fe, es lo que podríamos llamar ‘el problema de la
Historia’, o cómo interpretar los hechos de la Historia. Muchas personas en
este tiempo se encuentran perplejas al enfrentar la situación histórica. No
siempre ha sido así. Hacia el final del siglo pasado y quizá hasta 1914, la
dificultad principal que asediaba a aquellos que pertenecían a la fe, no era el
problema de la historia, sino el problema de la ciencia. En esa época el ataque
a la fe se basaba en la autoridad de los científicos y sus descubrimientos. La
dificultad entonces radicaba en poder reconciliar la enseñanza de la Biblia con
los hechos observados en la naturaleza y las diversas afirmaciones de la
ciencia.
Por supuesto que existe hoy día personas que
todavía están perturbadas por este problema, pero no es, en términos generales,
el problema principal. El viejo conflicto entre la ciencia y la religión está,
en realidad, pasado de moda. Los propios científicos lo han dejado en el pasado
al rechazar, en su mayor parte, las nociones materialistas y mecánicas que
gobernaban la mente científica popular hasta hace algunos años. Recientes
teorías y descubrimientos han desterrado tales nociones en el área de la física
y hemos presenciado en nuestro tiempo cómo más de un científico de relevancia
ha tenido que admitir que se ha visto impulsado a creer que existe una Mente
detrás del universo.
No es, pues, el problema científico, sino el
problema de la Historia, el que produce ahora la ansiedad. Este es el problema
de los problemas en este siglo XX. Por lógica, surge como resultado de los
eventos de este período. Nuestros padres, y en mayor grado nuestros abuelos, no
estaban preocupados con el problema de la historia porque la vida se movía
cómodamente, y según muchos pensaban, se progresaba hacia una maravillosa meta
de perfección. La tierra prometida estaba por alcanzarse. Debían seguir
pausadamente y pronto arribarían. Sin embargo, en los últimos años hemos sido
sacudidos por el curso de los eventos de la Historia, y ante estos conflictos
muchos han experimentado que su fe ha sido probada gravemente. Por ejemplo, han
encontrado difícil el poder dar una explicación a dos devastadoras guerras
mundiales, pues tales eventos parecen ser incompatibles con la enseñanza
bíblica acerca de la providencia de Dios.
Debemos establecer de inmediato que este
problema jamás debería haber conducido a sentirnos turbados o perplejos. No hay
excusa para ello, precisamente en vista de la clara enseñanza de la Biblia al
respecto. En un sentido, tampoco ha habido jamás excusa para estar preocupados
por la ciencia y su aparente choque con la religión, pero hay menos excusa aún
para estar turbados por el problema de la Historia, porque la Biblia lo expone
en la forma más clara posible. ¿Por qué es, entonces, que afecta a tantas
personas?
La razón principal parece radicar en que hay
personas que utilizan la Biblia en un sentido muy restringido, como si fuera
exclusivamente un libro de texto sobre salvación personal. Muchos parecen creer
que el único tema de la Biblia es el de la relación personal del hombre con
Dios. Por supuesto que es uno de sus temas centrales, y damos gracias a Dios
por la salvación que nos ha dado sin la cual quedaríamos en la peor
desesperación. Pero éste no es el único tema de la Biblia. En efecto, podemos
llegar a decir que la Biblia ubica al tema de la salvación personal en un
contexto más amplio. En última instancia, el mensaje central de la Biblia está
vinculado con la condición del mundo entero y su destino; y tú y yo, como individuos,
somos parte de ese contexto mayor. Es por eso que comienza con el relato de la
creación del mundo y no con la del hombre. El problema está en que tenemos la
tendencia de ocuparnos con nuestro propio problema personal, mientras que la
Biblia comienza más atrás, colocando todos los problemas en el contexto de esta
perspectiva mundial.
Si no reconocemos que la Biblia contiene
esta particular perspectiva del mundo, no es de sorprender que el presente
estado de cosas nos lleve a desesperar. Si leemos a través de toda la Biblia y
tomamos conciencia de su mensaje, en lugar de elegir algún salmo preferido, o
el sermón del monte, o nuestro evangelio favorito, descubriremos que contiene
una profunda filosofía de la Historia y un particular enfoque del mundo. Nos permitirá
entender lo que está ocurriendo en nuestro tiempo y que ninguno de los
acontecimientos de la Historia deja de tener su lugar en el programa divino. La
grande y noble enseñanza de la Biblia está relacionada con todo el tema del
mundo y su destino.
En el libro del profeta Habacuc tenemos
una perfecta ilustración de esto. El profeta afronta el problema de la Historia
de una manera sumamente interesante; no como una teoría académica o un enfoque
filosófico de la Historia, sino como la perplejidad personal de un hombre, que
en este caso es el propio profeta. Escribió este libro para relatar su propia
experiencia. Aquí tenemos a un hombre que estaba muy perturbado por lo que
estaba ocurriendo. Estaba ansioso por poder reconciliar lo que estaba viendo
con lo que él creía. El mismo enfoque del problema se encuentra en otros
pasajes de la Biblia, particularmente en los Salmos[1], y
cada uno de los profetas trata este mismo problema de la Historia. Pero no sólo
los libros del Antiguo Testamento se ocupan de él; el lector atento lo hallará
también a través de todo el Nuevo Testamento. Encontrará que el Señor está
dando su visión previa de la Historia, y en el libro del Apocalipsis hallará
otra visión anticipada de la misma y de la relación de nuestro Señor resucitado
y de la Iglesia cristiana, con esa Historia. Deberíamos tomar conciencia de que
“el problema de la Historia” es el gran tema de las Sagradas Escrituras.
Al enfocar el estudio del libro de Habacuc
podemos, en primer lugar, considerar la situación que el profeta enfrentaba,
personalmente. Luego podremos proceder con la deducción de ciertos principios.
De esta manera veremos que, en esencia, todo lo que le causaba ansiedad al
profeta es precisamente lo que está preocupando a tantas personas hoy día al
procurar relacionar todo lo que está ocurriendo a su alrededor, con la
enseñanza de las Escrituras, y particularmente con la doctrina respecto a la
persona y el carácter de Dios.
El profeta vio a Israel en una condición de
profunda decadencia. Se había apartado de Dios y lo había olvidado. Se había
entregado a falsos dioses y a prácticas indignas. No nos sorprende que tuviera
que exclamar: “¿Hasta cuándo, oh, Jehová, clamaré, y no oirás; y daré voces a
ti a causa de la violencia, y no salvarás? ¿Por qué me haces ver iniquidad, (y
está pensando en su propia nación y pueblo) y haces que vea molestia?
Destrucción y violencia están delante de mí, y pleito y contienda se levantan.
Por lo cual la ley es debilitada, y el juicio no sale según la verdad; por
cuanto el impío asedia al justo, por eso sale torcida la justicia” (Hab.
1:2-4).
¡Que cuadro terrible! El pecado, la
inmoralidad y el vicio se practicaban en forma desenfrenada, mientras que los
que estaban en autoridad y se les había confiado el gobierno eran negligentes e
indolentes. No aplicaban la ley con equidad y honestidad. La ilegalidad reinaba
por doquier, y cuando alguno se aventuraba a quejarse con el pueblo, tal como
lo hizo el profeta, las autoridades se levantaban para sojuzgarlos. La
declinación religiosa había producido, como siempre, una degeneración moral y
política. Tales eran las condiciones alarmantes que tuvo que enfrentar el
profeta Habacuc.
Tal situación constituía un verdadero
problema. Por una parte, no podía comprender por qué Dios lo había permitido.
Había estado orando a Dios por el problema, pero Dios no parecía responderle.
De ahí su perplejidad cuando dice: “¿Hasta cuándo, oh Jehová, clamaré, y no
oirás; y daré voces a ti a causa de la violencia, y no salvarás?”.
Desafortunadamente para el profeta, esto era sólo el principio de sus
problemas, pues a continuación de su queja de que Dios no le había oído o contestado
sus plegarias, Dios sí le contestó pero de una manera totalmente inesperada.
“Mirad entre las naciones, y ved, y asombraos; porque haré una obra en vuestros
días, que aun cuando se os contare, no la creeréis. Porque he aquí, yo levanto
a los caldeos, nación cruel y presurosa, que camina por la anchura de la tierra
para poseer las moradas ajenas” (Hab. 1:5,6). Virtualmente Dios le decía al profeta: Muy
bien, he estado escuchando tus ruegos todo el tiempo y ahora te diré lo que voy
a hacer. ¡Voy a levantar a los caldeos! Los caldeos eran para esa época un
pueblo muy insignificante comparado con los asirios quienes fueron los grandes
contemporáneos de Israel. Así tenemos que Habacuc, ya perplejo con el hecho que
Dios había permitido la iniquidad en su propia nación tiene que oír la declaración
de parte de Dios, de que Él propone levantar un pueblo totalmente pagano e
impío, para conquistar la tierra de Israel y castigar a su pueblo. El profeta
quedó totalmente abrumado. Este es el problema que hemos de estudiar en los
próximos capítulos.
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