sábado, 11 de abril de 2020

LIBRO: DEL TEMOR A LA FE Martyn Lloyd Jones




INTRODUCCIÓN

EL   MISTERIO   DE   LOS   PROCESOS   HISTÓRICOS


   Existen muchos y variados problemas relacionados con la vida de fe. No se nos promete en la Biblia que, como cristianos, nuestra vida estará exenta de dificultades y pruebas. Existe un adversario de nuestras almas que está siempre activo. Su gran objetivo es desanimarnos y, si es posible, aun lograr que renunciemos a la fe. Presenta diversas tentaciones a nuestra mente. Recurre a cualquier cosa que pueda debilitar nuestra fe.

   Uno de los problemas que mayor ansiedad provoca en la esfera de la fe, es lo que podríamos llamar ‘el problema de la Historia’, o cómo interpretar los hechos de la Historia. Muchas personas en este tiempo se encuentran perplejas al enfrentar la situación histórica. No siempre ha sido así. Hacia el final del siglo pasado y quizá hasta 1914, la dificultad principal que asediaba a aquellos que pertenecían a la fe, no era el problema de la historia, sino el problema de la ciencia. En esa época el ataque a la fe se basaba en la autoridad de los científicos y sus descubrimientos. La dificultad entonces radicaba en poder reconciliar la enseñanza de la Biblia con los hechos observados en la naturaleza y las diversas afirmaciones de la ciencia.

   Por supuesto que existe hoy día personas que todavía están perturbadas por este problema, pero no es, en términos generales, el problema principal. El viejo conflicto entre la ciencia y la religión está, en realidad, pasado de moda. Los propios científicos lo han dejado en el pasado al rechazar, en su mayor parte, las nociones materialistas y mecánicas que gobernaban la mente científica popular hasta hace algunos años. Recientes teorías y descubrimientos han desterrado tales nociones en el área de la física y hemos presenciado en nuestro tiempo cómo más de un científico de relevancia ha tenido que admitir que se ha visto impulsado a creer que existe una Mente detrás del universo.

   No es, pues, el problema científico, sino el problema de la Historia, el que produce ahora la ansiedad. Este es el problema de los problemas en este siglo XX. Por lógica, surge como resultado de los eventos de este período. Nuestros padres, y en mayor grado nuestros abuelos, no estaban preocupados con el problema de la historia porque la vida se movía cómodamente, y según muchos pensaban, se progresaba hacia una maravillosa meta de perfección. La tierra prometida estaba por alcanzarse. Debían seguir pausadamente y pronto arribarían. Sin embargo, en los últimos años hemos sido sacudidos por el curso de los eventos de la Historia, y ante estos conflictos muchos han experimentado que su fe ha sido probada gravemente. Por ejemplo, han encontrado difícil el poder dar una explicación a dos devastadoras guerras mundiales, pues tales eventos parecen ser incompatibles con la enseñanza bíblica acerca de la providencia de Dios.

  Debemos establecer de inmediato que este problema jamás debería haber conducido a sentirnos turbados o perplejos. No hay excusa para ello, precisamente en vista de la clara enseñanza de la Biblia al respecto. En un sentido, tampoco ha habido jamás excusa para estar preocupados por la ciencia y su aparente choque con la religión, pero hay menos excusa aún para estar turbados por el problema de la Historia, porque la Biblia lo expone en la forma más clara posible. ¿Por qué es, entonces, que afecta a tantas personas?

   La razón principal parece radicar en que hay personas que utilizan la Biblia en un sentido muy restringido, como si fuera exclusivamente un libro de texto sobre salvación personal. Muchos parecen creer que el único tema de la Biblia es el de la relación personal del hombre con Dios. Por supuesto que es uno de sus temas centrales, y damos gracias a Dios por la salvación que nos ha dado sin la cual quedaríamos en la peor desesperación. Pero éste no es el único tema de la Biblia. En efecto, podemos llegar a decir que la Biblia ubica al tema de la salvación personal en un contexto más amplio. En última instancia, el mensaje central de la Biblia está vinculado con la condición del mundo entero y su destino; y tú y yo, como individuos, somos parte de ese contexto mayor. Es por eso que comienza con el relato de la creación del mundo y no con la del hombre. El problema está en que tenemos la tendencia de ocuparnos con nuestro propio problema personal, mientras que la Biblia comienza más atrás, colocando todos los problemas en el contexto de esta perspectiva mundial.

   Si no reconocemos que la Biblia contiene esta particular perspectiva del mundo, no es de sorprender que el presente estado de cosas nos lleve a desesperar. Si leemos a través de toda la Biblia y tomamos conciencia de su mensaje, en lugar de elegir algún salmo preferido, o el sermón del monte, o nuestro evangelio favorito, descubriremos que contiene una profunda filosofía de la Historia y un particular enfoque del mundo. Nos permitirá entender lo que está ocurriendo en nuestro tiempo y que ninguno de los acontecimientos de la Historia deja de tener su lugar en el programa divino. La grande y noble enseñanza de la Biblia está relacionada con todo el tema del mundo y su destino.

     En el libro del profeta Habacuc tenemos una perfecta ilustración de esto. El profeta afronta el problema de la Historia de una manera sumamente interesante; no como una teoría académica o un enfoque filosófico de la Historia, sino como la perplejidad personal de un hombre, que en este caso es el propio profeta. Escribió este libro para relatar su propia experiencia. Aquí tenemos a un hombre que estaba muy perturbado por lo que estaba ocurriendo. Estaba ansioso por poder reconciliar lo que estaba viendo con lo que él creía. El mismo enfoque del problema se encuentra en otros pasajes de la Biblia, particularmente en los Salmos[1], y cada uno de los profetas trata este mismo problema de la Historia. Pero no sólo los libros del Antiguo Testamento se ocupan de él; el lector atento lo hallará también a través de todo el Nuevo Testamento. Encontrará que el Señor está dando su visión previa de la Historia, y en el libro del Apocalipsis hallará otra visión anticipada de la misma y de la relación de nuestro Señor resucitado y de la Iglesia cristiana, con esa Historia. Deberíamos tomar conciencia de que “el problema de la Historia” es el gran tema de las Sagradas Escrituras.

    Al enfocar el estudio del libro de Habacuc podemos, en primer lugar, considerar la situación que el profeta enfrentaba, personalmente. Luego podremos proceder con la deducción de ciertos principios. De esta manera veremos que, en esencia, todo lo que le causaba ansiedad al profeta es precisamente lo que está preocupando a tantas personas hoy día al procurar relacionar todo lo que está ocurriendo a su alrededor, con la enseñanza de las Escrituras, y particularmente con la doctrina respecto a la persona y el carácter de Dios.

   El profeta vio a Israel en una condición de profunda decadencia. Se había apartado de Dios y lo había olvidado. Se había entregado a falsos dioses y a prácticas indignas. No nos sorprende que tuviera que exclamar: “¿Hasta cuándo, oh, Jehová, clamaré, y no oirás; y daré voces a ti a causa de la violencia, y no salvarás? ¿Por qué me haces ver iniquidad, (y está pensando en su propia nación y pueblo) y haces que vea molestia? Destrucción y violencia están delante de mí, y pleito y contienda se levantan. Por lo cual la ley es debilitada, y el juicio no sale según la verdad; por cuanto el impío asedia al justo, por eso sale torcida la justicia” (Hab. 1:2-4).

  ¡Que cuadro terrible! El pecado, la inmoralidad y el vicio se practicaban en forma desenfrenada, mientras que los que estaban en autoridad y se les había confiado el gobierno eran negligentes e indolentes. No aplicaban la ley con equidad y honestidad. La ilegalidad reinaba por doquier, y cuando alguno se aventuraba a quejarse con el pueblo, tal como lo hizo el profeta, las autoridades se levantaban para sojuzgarlos. La declinación religiosa había producido, como siempre, una degeneración moral y política. Tales eran las condiciones alarmantes que tuvo que enfrentar el profeta Habacuc.

    Tal situación constituía un verdadero problema. Por una parte, no podía comprender por qué Dios lo había permitido. Había estado orando a Dios por el problema, pero Dios no parecía responderle. De ahí su perplejidad cuando dice: “¿Hasta cuándo, oh Jehová, clamaré, y no oirás; y daré voces a ti a causa de la violencia, y no salvarás?”. Desafortunadamente para el profeta, esto era sólo el principio de sus problemas, pues a continuación de su queja de que Dios no le había oído o contestado sus plegarias, Dios sí le contestó pero de una manera totalmente inesperada. “Mirad entre las naciones, y ved, y asombraos; porque haré una obra en vuestros días, que aun cuando se os contare, no la creeréis. Porque he aquí, yo levanto a los caldeos, nación cruel y presurosa, que camina por la anchura de la tierra para poseer las moradas ajenas” (Hab. 1:5,6).  Virtualmente Dios le decía al profeta: Muy bien, he estado escuchando tus ruegos todo el tiempo y ahora te diré lo que voy a hacer. ¡Voy a levantar a los caldeos! Los caldeos eran para esa época un pueblo muy insignificante comparado con los asirios quienes fueron los grandes contemporáneos de Israel. Así tenemos que Habacuc, ya perplejo con el hecho que Dios había permitido la iniquidad en su propia nación tiene que oír la declaración de parte de Dios, de que Él propone levantar un pueblo totalmente pagano e impío, para conquistar la tierra de Israel y castigar a su pueblo. El profeta quedó totalmente abrumado. Este es el problema que hemos de estudiar en los próximos capítulos.

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[1] Una de las declaraciones clásicas al respecto aparece en el Salmo 73

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