Aquellos que hemos visto, de alguna manera el avance de la Reforma Confesional
e Histórica, logramos notar la diferencia con la Nueva Reforma y cómo nuestras
cultura latina, ha sido más tierra fértil para el movimiento de la Nueva
Reforma que para la Reforma Confesional e Histórica. No podemos ser ligeros y
atribuirle, como lo hicieron los pentecostales en su tiempo, este avance a un
avivamiento, porque de hecho, esto puede tener unas explicaciones más naturales
y lógicas:
2. El Arraigo Cultural Particular Latinoamericano.
La creación de
Dios es diversa. Aun cuando hablamos del ser humano, podemos ver la diversidad
cultural existente. Es interesante apreciar las particularidades de cada región
aun dentro de un mismo país y las expresiones folclóricas que colorean la
humanidad de tonalidades diversas. Como en otros asuntos, esto no debe verse
como malo en sí mismo, pero tampoco bueno en sí. Existen particularidades
culturales que corresponden a un valor agregado y otras a defectos marcados que
hacen que conformarse a la cultura, sea un perjuicio.
Para los
creyentes, que perseguimos una cosmovisión cristiana basada en la Palabra de
Dios, la cultura debe ser sopesada, discernida, evaluada y no tan solo asumida.
La Biblia provee los lineamientos de una novedad de vida, unos rasgos
distintivos del ciudadano del cielo que muchas veces chocarán con su propia cultura
y a veces coincidirán en algunos puntos periféricos con ella. Sin embargo, el
hijo de Dios se esfuerza, no solo por adoptar un tipo de vida bíblico sino uno
que nazca de su cosmovisión particular subordinada a los principios de las
Escrituras que expresan los valores del nuevo nacimiento.
Si bien, el
evangelio no debe convertirse en una imposición de una cultura terrenal
particular sobre otra, no podemos huir que culturas más permeadas por la
Palabra de Dios, pueden ser un referente, aunque definitivamente la meta será adoptar
las particularidades de una cultura que entiende y aplica las Escrituras a su
vida diaria. He aquí el cuidado con la contextualización del evangelio, pues a
nombre de ella, se ha adaptado, por no decir rebajado, el cristianismo bíblico,
y diluido en una cultura particular, creando una versión propia de
cristianismo.
Precisamente
es lo que se aprecia en Latinoamérica, donde no podemos hablar de una cultura transformada
por la Palabra de Dios, ni siquiera permeada por ella, sino de una Biblia
matizada por los arraigos culturales. Así, palabras más o menos, quedamos con
una versión propia del cristianismo, que a veces se estira casi al modelo bíblico
y que otras veces perece bajo la idiosincrasia suramericana. De hecho, el
carismatismo ha sabido cómo explotar la cultura latina para sus propios
intereses, ofreciéndoles a las masas, precisamente aquellas cosas que como
cultura anhelamos, aquello que venimos arrastrando desde nuestros aborígenes.
Una cultura
latina que en sus grandes defectos es particularmente emocional, pragmática,
facilista, autocompasiva y que vive de apariencias, es vulnerable en muchos
sentidos. No es este el espacio para señalar que hemos recibido precisamente un
gran mal social a causa de nuestros defectos culturales, pero de hecho, usted
puede discernir que detrás de cada mal que vivimos en nuestras tierras aparte
de andar lejos de las Escrituras, se debe a que nos han golpeado por el lado de
nuestras debilidades. Sin embargo, el engaño religioso también ha usado como trampolín,
estos mismos defectos, dejándonos al final como una iglesia vacía, cada vez más
lejana de los principios bíblicos y destinada a acrecentar su propio fracaso.
La predicación
propia del carismatismo ha elaborado su estructura a partir del consumidor.
Nuestros pueblos poco reflexivos, emocionales, son el campo fértil para
cualquier doctrina que llegue a los sentimientos no importan si deja
desprovista la razón. Una cultura del pragmatismo donde medimos el valor o la
eficacia de las cosas por su funcionalidad no por su legitimidad, donde las multitudes,
prestigio y fama son sinónimo de éxito cristiano, es el ambiente adecuado donde
lo que menos importa es la doctrina como sí la sensación. Somos los pueblos de
falta de disciplina a los que mejor les funcionan los métodos fáciles para conseguir
lo que desean, no importa si son procedimientos interminables, aun así son más
ligeros que una estructura de trabajo y esfuerzo. Hablo de lo fácil que los
latinos han estado dispuestos a asistir a grandes rituales, retiros,
encuentros, conferencias, conciertos, etc., para conseguir la santificación o
una espiritualidad viva, que viene solo por la mortificación diaria del pecado,
por al auto negación, por la vía de la exposición disciplinada a los medios de
gracia. Así, no es raro que el carismatismo haya sacado grandes dividendos de nuestro
espíritu facilista.
Una religión
que vive de apariencias, de números, de estatus, de invitaciones y pulpitos es
bien vulnerable a ser seducida por los valores del mundo que se rige por los
ojos y la vanagloria de la vida. Usted y yo conocemos gente que se profesa
creyente que anhela los pulpitos pero su vida devocional y familiar es un desastre,
y su conocimiento verdadero y solido de las doctrinas reformadas es más bien
incipiente, superficial y no asentado. Aun así defenderían a capa y espada su
liderazgo. Pero completando el cuadro, somos esa iglesia que siempre estira la
mano para recibir algo, porque nada de lo que nos pasa aquí es nuestra responsabilidad.
Así, hemos creado una cultura evangélica dependiente de la aprobación extranjera
para sentirnos seguros. Pero no cualquier aprobación foránea, sino aquella que
encaja perfectamente con nuestros arraigos culturales.
La Reforma
Confesional e Histórica es en este sentido un llamado contracultural y por lo
cual, de difícil recepción en nuestro medio. Es una doctrina que nos llama a
perseguir lo legítimo independientemente los resultados, es una doctrina que no
engaña la razón ni la pasa por alto, sino que la sitúa en el legítimo lugar de
un culto apropiado. La manera como la reforma histórica entendió el evangelio,
no descansa en la popularidad sino en la fidelidad y no teme denunciar la
cultura, así sea como cortarse su propio ojo. Los reformadores nos enseñaron
acerca del libre examen de las Escrituras y de nuestra responsabilidad personal
y eclesial por aplicarla a un mundo impío. La reforma no dependió de grandes
personalidades y prueba de ello es que sobrevivió a sus representantes. No
necesitó de grandes convocatorias ni de métodos estandarizados de
santificación. No se trataba de números ni estadísticas, se traba de apego
doctrinal y santidad personal. Se necesitó convicción más que emoción, para
dejar el testigo bien puesto para la siguiente generación.
La nueva
reforma, por darle un nombre, definitivamente ha quedado en la mitad del
recorrido de nuevo. Al menos en Latinoamérica, esta ha asumido los mismos arraigos
culturales y no es extraño que con el tiempo la consuman. Miles de personas han
sido reformados por internet, es decir, leyendo frases reformadas, lejos de
serlo producto del estudio esforzado de años, de los textos que la enseñan. El
facilismo ha hecho que solo entender a medias las doctrinas de la salvación, dé
el aval para confesarse heredero de la reforma. La nueva reforma ha entendido muy
bien que mantener una adoración en la sencillez de la Palabra de Dios, no
influencia al latino, por lo que ha sido necesario atender al clamor cultural
emocional, de luces, jóvenes a la moda, puestas en escena, para vindicar una
adoración masiva. Esta nueva reforma ya tiene sus propias personalidades, su
propio departamento de prensa, la cual le genera ese estatus de multitud, de
mega, de globalización que tanto seduce al latino.
Las conclusiones
en la mente de la mayoría son claras, “esto debe ser legítimo en todas sus
partes”, “Dios está bendiciendo”, “estamos en avivamiento reformado”. ¿Cómo se
llega a esta conclusión? Hay grandes multitudes, grandes personalidades, grandes
adoradores, grandes sensaciones, grandes ministerios. Por supuesto que la
predicación cristológica parece dar legitimidad, el amor por las misiones deja
sin lugar a dudas la puerta cerrada para cualquier crítica. Sin embargo valdría
la pena discernir, si eso es lo que en verdad está pasando.
En la vida de
piedad, donde las cosas se pesan, no se miden, encontramos que falta aún mucho
camino por recorrer. Al pesar en la balanza de la renuncia a los valores del mundo,
a sus estándares, a la no conformidad con los vicios de nuestra cultura, la
nueva reforma se queda bien corta y debe escuchar por consecuencia Mene Mene Tekel Uparsin. Dios sabrá
bendecir su Palabra, a pesar y no por estos fenómenos contemporáneos. Será la
fidelidad y apego a las Escrituras de las iglesias locales y sus piados y
eruditos pastores, los que den testimonio, no solo de las palabras sino del poder
del verdadero evangelio. Por ahora, mientras exista una versión de la reforma
que evidencie más los arraigos culturales que la Palabra de Dios como se
entendió en los mejores momentos de la historia de la iglesia, será necesario
seguir con la espada y el palustre, lo uno para defender el sano evangelio
histórico y lo otro para seguir edificando la iglesia, no con heno ni hojarasca
de los arraigos culturales sino con el sólido fundamento de la Palabra
infalible.
Continuará…
Gracias pastor Jorge.
ResponderEliminarGracias pastor Jorge.
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