Ningún ser humano puede llegar a pensar que es completamente libre de su época. Todos, de alguna manera y unos más que otros, son hijos de su propia cultura. En un sentido genérico, esta realidad no tiene que verse como algo malo, sin embargo, cuando la cultura expresa los vicios y falencias de una sociedad que se aparta de Dios, independientemente si es o no religiosa, ser hijos de nuestras culturas es más bien un defecto.
El
cristianismo en nuestras tierras suramericanas, es más bien nuevo, si lo
comparamos con otros continentes, aun el Africano, el que fue en los primeros
siglos, beneficiado con el cristianismo. La historia del conocimiento de la
Biblia, puede remontarse al periodo de la conquista de los españoles a nuestras
tierras a finales del siglo XV. La historia de Brasil, por supuesto, es una
distinta, sus conquistadores y su propia lengua, casi que de alguna manera, le
protegieron de la versión de catolicismo romano que le llegó a la demás Suramérica.
Sin embargo, no podemos hablar de un conocimiento correcto del Evangelio ni de
Dios, sin embargo en términos generales, nuestras tierras supieron de forma
sostenida, otro sistema religioso que el autóctono.
Si hablamos de
la entrada del cristianismo evangélico, la historia es aún más reciente. Los mediados
o finales de 1800’s, marcaron para unos y otros, la llegada de misiones foráneas
que trajeron el evangelio, el cual, como habría de suponerse, fue altamente
resistido por el catolicismo romano. Sin desconocer el esfuerzo de misiones
conservadoras, el evangelio llegó a ser más promovido y extendido por las
misiones pentecostales, aun así no podemos hablar de una mayoría cristiana en
nuestros países del sur del continente. Esto hizo que por un gran lapso de
tiempo, el evangelio de acuerdo a como lo entendieron los reformadores, no
representara un grupo considerable, aun entre los confesos cristianos evangélicos.
En otras palabras, ya en nuestros países ser cristiano evangélico es una minoría,
cuanto más confesarse como heredero teológico de la reforma.
Hablamos de
una diferencia descomunal, porque mientras en otros continentes se puede
hablar, no solo de una tradición evangélica sino reformada, de siglos
probablemente, en Suramérica, no podemos hablar ni siquiera de medio siglo
sostenido de una reforma consistente. No negamos la existencia ni ministerios
de hombres fieles, solo hacemos un barrido en lo que más bien ha sido general.
Puede ser que los 60’s o 70’s, hayan sido décadas que vieron el surgimiento de
iglesias históricas de confesión reformada, las que han tenido que abrirse
campo, no solo como evangélicos sino como reformados en un cristianismo evangélico
que olvidó sus propias raíces.
En los
primeros años de este siglo, se ha visto un resurgimiento de las doctrinas
reformadas en nuestros países, algo así como un nuevo vigor o si se quiere, una
promoción, publicidad y/o masificación, y a juzgar por lo general, casi que
hablamos de la última década. Sin embargo, esta explosión de esa doctrina
reformada, o si quizás pudiéramos afirmar, esta versión de ella, ha sabido
ganarse un campo creciente en el pensamiento de muchos cristianos y en general
de la cristiandad. Sin embargo, hablamos de una versión de las doctrinas
reformadas, porque estrictamente hablando, esta nueva reforma, se ha desligado a
conveniencia, de algunos postulados confesionales que eran intocables para la
reforma confesional cuando surgió.
Por ello,
aquellos que hemos visto, de alguna manera el avance de la Reforma Confesional
e Histórica, logramos notar la diferencia con la Nueva Reforma y cómo nuestras
cultura latina, ha sido más tierra fértil para el movimiento de la Nueva
Reforma que para la Reforma Confesional e Histórica. No podemos ser ligeros y
atribuirle, como lo hicieron los pentecostales en su tiempo, este avance a un
avivamiento, porque de hecho, esto puede tener unas explicaciones más naturales
y lógicas.
1. Nuestro Fuerte Trasfondo Católico Romano.
Cuando todos
los complejos asuntos religiosos, políticos y sociales se estaban dando en
Europa en los siglos XV y XVI, Suramérica no representaba casi nada para la
historia del momento. Por la Reforma, la vida en el viejo mundo cambió, los
poderes e influencias tradicionales tuvieron que reacomodarse. La Reforma había
permeado Europa e Inglaterra y se extendía. El Catolicismo Romano se armó de
nuevo en un frente contra reformador, y cada cosa empezó a tomar un lugar
permanente. Para nuestros intereses, y de forma muy general, lo que para la
Reforma llegó a ser Inglaterra, para el Catolicismo Romano llegó a ser España.
Esta providencia no es de poco valor, porque cada intento colonizador, tendría
una repercusión, dependiendo la afiliación de la Corona que apoyaba las
expediciones.
En otras
palabras, los asuntos son tan distintos como que el Nuevo Mundo, América del
Norte, fue ocupado por algunos puritanos (los peregrinos) que salieron de
Inglaterra, poniendo un talante tan distinto a las tierras donde llegaban, a
diferencia del intento Español de conquistar las tierras del Sur. La historia
para el Norte de América sería radicalmente distinta en sus comienzos que la
suerte del Sur del mismo continente. Así, nuestras tierras Suramericanas, no
pueden escribir su historia sin un profundo arraigo del Catolicismo romano
desde sus comienzos como civilización.
El catolicismo
romano se impuso en nuestras tierras, a veces con convicción misionera, a veces
por mera lealtad al imperio o estrategia colonizadora y los nativos, aceptaron
el catolicismo o más bien, lo adaptaron a sus creencias en muchas ocasiones,
como una forma de supervivencia y otras, porque no tenían otra opción real. Sin
embargo, es bien conocido que el catolicismo fue resistido por la obstinación
indígena, por lo que hubo un no pequeño sincretismo entre el catolicismo romano
y la cultura nativa para que este pudiera sobrevivir y progresar. Nada extraño
que el trasfondo de algunas prácticas católicas sea una superstición ancestral
que ha sobrevivido y ha tomado un rumbo particular en nuestras tierras.
Esta es quizás
una razón por la que doctrinas que en el fondo sigan identificándose con el
sincretismo romano-indígena, sean nuestra experiencia más familiar y de más
fácil adaptación en nuestras tierras que otras que difieran más. Pensamos en
doctrinas como el sacramentalismo, el sacerdotalismo, el continuismo, el
misticismo, una adoración no regulada por la Palabra de Dios y más, que han
hallado espectacular cabida tanto en tierras católicas romanas como evangélicas
en nuestro medio. Algunos católicos romanos han pasado a considerar al
sacerdote romano como una especie de mediador, un ungido especial con alguna
influencia mayor, que puede conectar al individuo común con la divinidad. Se
les ha instruido que Dios habla por la Biblia, pero también por sus portavoces
autorizados. Se les ha instruido que la divinidad por vía de todos sus santos,
opera milagros. Se ha hecho dependiente al individuo, no de Dios sino de una estructura
autorizada que media en su relación con Dios. Además, se ha puesto al adorador
como parámetro de la adoración y no a Dios, por lo que adorar a Dios ha tenido
que ver más con el individuo que con la Palabra de Dios.
Ahora, ¿Qué
sino esto es lo que en el fondo subyace en iglesias carismáticas? Hay solo un
cambio externo y una precisión en doctrinas, pero en el fondo, el lugar que
ocupaba el sacerdote, lo ha ocupado el pastor, siendo este, un ungido especial
del cual se depende. Para el carismático no es nada extraño esperar que Dios,
además de la Biblia, le hable por sus profetas autorizados y que Dios continúe
operando milagros tal cual como aparecen en las páginas de la Biblia. Para el
carismático no es extraño adorar a Dios como le parezca aun usando los
elementos caídos de su cultura. Por supuesto que estos son tres meros ejemplos
de todo un andamiaje de doctrinas que pueden sobrevivir en ese arraigo cultural
del que no podemos huir fácilmente.
Luego, viene
la Reforma Confesional e Histórica, y señala un camino distinto. Se habla del
sacerdocio de todos los creyentes, de un oficio pastoral delimitado por las
Escrituras, del Cesacionismo de dones apostólicos, de la Sola Escritura (Sola
de verdad) como único medio de revelación de Dios y de su voluntad para los
creyentes, y este camino no es para nada cómodo. Es difícil, adverso,
completamente contrario a nuestro arraigo cultural. Se habla de una adoración
regulada, no de libertad del adorador, se habla de la dependencia absoluta de
la Biblia y no de subjetivismo. De hecho, todas estas cosas, hasta llegan a
desecharse por parecer una imposición foránea sobre nuestra cultura. Pero lo
que ésta representa es el llamado Bíblico de renuncia a la conformidad con este
mundo y por supuesto, todos sentimos el rigor de lo que sería adoptar el
evangelio tal y como lo entendieron los mejores reformadores. Por supuesto que
los que han cortado su mano, los que no han cosido un paño nuevo en vestido
viejo, ven crecer lentamente sus aparejos espirituales, contraculturales y
bíblicos.
Pero, y he
aquí el lamentable pero, la Nueva Reforma viene como otro intento de
reconciliar, ahora el evangelio como se entendió en la reforma, con lo que nos
es más familiar. Provee una seguridad intelectual en algunos puntos, pero en el
fondo, deja los puntos de la cultura sincretista, sin tocar, solo las modifica
someramente para sus intereses. Así, alguien puede ser cristiano reformado y a
su vez idolatrar a sus representantes cristianos, seguirlos en cada conferencia
y negarse a aceptar que en algunos puntos pueden tener puntos ciegos. Ahora,
según se ve, se puede ser reformado y a su vez creer que Dios pueda hablar por
otras vías además de la Biblia. Se puede ser reformado y a su vez, adorar a
Dios sin observar el principio que la regula, más bien echando mano de los
elementos de su cultura popular. Es el camino donde más nos sentimos seguros
culturalmente, es el camino que no incluye una renuncia fundamental o esencial.
Por lo que no es nada raro que la Nueva Reforma, se adapte y crezca con más
facilidad en nuestro medio que lo que ocurrió por varios años con la Reforma
Confesional e Histórica.
No solo porque
el conocimiento de Dios que nos llegó a Suramérica estuvo tan lejos de la
reforma, sino porque como cultura hemos sabido adaptar la religión a nuestras
maneras ancestrales de entender la religión,
queda más fácil tener una creencia que no nos arroje a una doctrina verdaderamente
evangélica, histórica y confesional y mucho menos llevarla a sus implicaciones
necesarias. Es un costo muy alto, por lo que es más cómodo quedarse en la mitad
del camino, tranquilizando nuestra conciencia con la certeza que al menos hemos
avanzado en algo. Pero si usted se fija bien, el fundamento es el mismo. He
aquí una buena razón por la que Suramérica es una tierra fértil para todo tipo
de doctrina que no implique renunciar a los vicios y supersticiones populares y
por qué como reformados históricos y Confesionales debemos seguir siendo fieles
aunque no tan populares.
Continuará…
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