J.C. Ryle
Vivimos en un
mundo de tantos placeres y dichas –estamos muy rodeados de tantos que nos
sonríen y son joviales- que si vivimos a menudo obligados a probar de
enfermedad, tribulación o decepciones, olvidamos nuestro hogar celestial y nos
vemos obligados a plantar nuestras tiendas frente a Sodoma. El pueblo de Dios
pasa por grandes tribulaciones; es a menudo llamado a sufrir la picadura de la
aflicción y la ansiedad, o llorar sobre la tumba de aquellos a quienes se ha amado
con el alma.
Es la mano de
su Padre que les castiga. Cómo Él detesta el afecto que ellos tienen por las
cosas inferiores, los inclina hacia Sí mismo. Él es quien capacita para la
eternidad, y corta los hilos uno por uno que unen sus corazones vacilantes a
esta tierra. Sin duda, tal castigo es molesto al presente, pero aun así, trae mucha
gracia escondida a la luz y reduce mucho la semilla secreta del mal; pero
veremos los que han sufrido, más brillantes entre las estrellas más brillantes
en el conjunto de los cielos. El oro puro es el que ha estado más tiempo en el
horno del refinador.
El diamante
más brillante es a menudo el que ha exigido el mayor esmerilado y pulido. Pero
esta leve tribulación permanece sólo por un momento, y produce en nosotros un
cada vez más excelente peso de gloria eterna. (2 Corintios 4:17). Los santos son hombres que han salido
de la Gran Tribulación –ellos nunca perecerán en esto.
La última
noche de llanto pronto habrá pasado, la última ola de problemas habrá rodado
sobre nosotros, y entonces tendremos una paz que sobrepasa todo entendimiento:
Estaremos en casa para siempre con el Señor.
Tomado de: Herald Of Grace
Traducción:
Laura C. Torres
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