Lejos de lo que se pueda pensar hoy, la
juventud y menos la adolescencia, son la edad ideal del hombre. Esto solo puede
haber venido de lo que el mundo sugiere y sabemos que el mundo, es decir, esa organización
impía de ideas, filosofías, ideales, recursos, contrarios a Dios y su Palabra,
siempre va a llevar al hombre en sentido contrario a los propósitos divinos. De
esta manera, es la inexperiencia y debilidad juvenil, pero su gran sensualidad
y vigor, la que este mundo, no hace mucho, puso como la edad ideal.
Pero el mundo ha ido un paso más
adelante y es haber logrado inventarse un rango de edad llamado adolescencia, a
saber, ese espacio de tiempo que hay entre ser niño y ser un joven. Ese rango
que todos hemos intuido como cierto, tiene una característica especial, ser
niño y por ende débil e irresponsable para unas cosas, pero ser adulto,
responsable y capaz para otras. Así, el pecado del ‘adolecente’ puede maniobrarse
con mucha libertad, porque a la hora de asumir responsabilidades y compromisos,
da un paso hacia el costado de la infancia, pero para disfrutar del beneficio
de una persona grande, dará el paso hacia el costado de la adultez.
Esa manera de concebir la vida es tan
atractiva, que los sociólogos del mundo han calificado esta era posmoderna,
como la era de la adolecentización de una cultura. Y para nada le hablo
asuntos desconocidos. Podemos encontrar, aun en medio de nuestras iglesias,
hombres y mujeres que en otro tiempo por su edad, ya debían tener una vida más
o menos definida, en una desubicación de vida y proyecto serio, huyéndole a la madurez
y a los compromisos serios de esta vida, principalmente los que tienen que ver
con su vocación cristiana. Pero más lamentable aún, que aun gente mayor, esté
queriendo imitar a los adolescentes, en porte y filosofías, debido a que se ha ridiculizado
en tan gran escala la vejez, que parece ser que quien llega allí, está
confinado a la burla, a la segregación, al
aburrimiento y al fin de su vida social y por qué no, como se ve en
muchas iglesias, el fin de su vida eclesial también.
Sabiendo que nuestros hermanos mayores
de edad, aquellos que ya tienen canas sobre sus cabezas, son quizás abuelos y
bordean la edad de jubilación o ya lo están, merecen nuestro mayor respeto,
consideración y atención, me dirijo a ellos como a padres, delante de los
cuales me levantaría gustoso en su presencia. Sin embargo, la experiencia
actual nos lleva a ver que los ancianos cristianos, han bebido indiscriminadamente
la propuesta de la cultura impía hacia ellos y se han suscrito a la agenda que
el mundo les puso a vivir.
Muchos hermanos en su adultez, fueron
convencidos que deberían proyectarse a su vejez para por fin jubilarse y dejar
de trabajar, incluyendo lo que tiene que ver con su servicio al Señor. Así, el
adulto mayor, cuando llega a una edad determinada, intuye que lo suyo ya caducó
y que debe dejar que los jóvenes-adolescentes, tomen el puesto que dejó. Quiero
preguntarte ¿Ha sido sabia su decisión? Creo que sin quererlo, quizás, esa
manera de ver las cosas, ha dejado que hoy tengamos de manera general en el
poder político, educativo, eclesial, personas que destacan por su ineptitud, irresponsabilidad,
sensualismo, pragmatismo, llevando a la sociedad a un retroceso, cuando
deberíamos ir hacia adelante.
El anciano cristiano, debe entender que
si bien, las fuerzas de la juventud ya no le acompañan como antes y cada día se
verán más reducidas, no obstante las Escrituras nos señalan la gran importancia
de tener una vida activa en el reino de Dios como parte de nuestra profesión
cristiana que terminará cuando seamos recibidos en gloria y no antes. Soy de
aquellos que alcanzó a ver el ejemplo de personas ancianas en medio de una comunidad
cristiana. Eran personas dadas a la oración congregacional de tal manera que en
muchas iglesias se optó por darles el ‘ministerio de oración’. Ellos estaban en
todos los cultos programados, animaban con su ejemplo al evangelismo, servían
como maestros, diáconos, consejeros, hospedadores, etc. Seguramente, vidas como
la mía, se vieron altamente moldeadas por el impacto que eso tiene sobre un
alma.
¿Qué pasó? En parte la iglesia secularizada,
permitió la oleada de adoración donde era preciso un líder de alabanza, músicos
hábiles, jóvenes, intrépidos y bonitos. Se empezaron a desarrollar programas
juveniles lúdicos, deportivos, de entretenimiento, la enseñanza cayó de su
puesto en muchas iglesias y ahora cada joven podía sustituir lo que antes era
una enseñanza, por un ‘tip’ religioso, pues no se necesitaba ni madurez ni
experiencia para decir lo que dijo. Así, los ancianos fueron intuyendo que eso
era lo correcto, lo viable, lo que debía pasar, y que su labor había caducado
en las iglesias.
Sin embargo, qué grandes cosas puede
hacer un anciano a causa del reino de Dios. Apartándonos de la deformación que
hay hoy en muchas comunidades, la iglesia bíblica espera de sus ancianos, una
mayor participación en los asuntos del reino de Dios, conforme sus
posibilidades y capacidades. Lo que nunca esperaremos es que se aúnen a la
corriente cultural de una jubilación espiritual ni se confinen al puesto del
espectador eclesial. Si bien, habrá asuntos que por edad, fuerzas o capacidad
no puedan realizar, seguramente en el reino de Dios, que avanza por medio del
evangelio bíblico, siempre hay qué hacer.
Permítame aclarar que no es que automáticamente
el hecho de ser anciano, traiga consigo la capacidad para la realización de
cualquier cosa a favor del reino. Ni que la experiencia en sí sea un beneficio
para otros. Eso tiene que ver más bien, con la entrega real y seria a la causa
del Señor, lo que le habilita para ser una persona útil. Necesitamos el consejo
de los ancianos, su experiencia santificada, su serenidad afanosa, su oración
sosegada, su ejemplo constante, sus palabras de aliento o reprensión si fuera
el caso y ésto no necesariamente detrás de un púlpito sino en la vida común
del pueblo de Dios. Hay una generación con un vacío que busca modelos, seres
reales, personas de carne y hueso en las que podamos darnos una idea precisa de
lo que es el resultado de vivir una vida consagrada para Dios, y sin duda que
una persona mayor puede serlo.
Doy gracias a los abuelos, ancianos,
gente mayor, que no han abandonado su labor en la causa de Cristo. Ellos saben quiénes
son y les animaría a seguir como la voz que clama en el desierto. Quizás esa
generación del vacío generacional, no quiera tropear más y voltee hacia una de
las mayores fuentes de sabiduría que Dios nos dejó aquí y ahora. Sin embargo,
seamos jóvenes, adultos, o ancianos, bien haríamos en reconocer humildemente
las palabras de Eliú a sus amigos: En los
ancianos está la ciencia, Y en la larga edad la inteligencia. Con Dios está la sabiduría y el poder; Suyo es el
consejo y la inteligencia. (Job 12:12-13).
P. Jorge Castañeda
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