Usted puede
adornar y perfumar un montón de basura en estado de descomposición y finalmente
tendrá eso mismo: ¡Basura! Puede hacer todo esfuerzo por hacerla parecer
agradable y especial, pero la basura se seguirá descomponiendo sin cambiar su
esencia por más adornos que posea.
Usted puede
adornar el aborto y la eutanasia, pero finalmente tendrá un homicidio. Puede
tratar de justificar todas y cada una de las vías que llevan a un individuo a
optar por ello, puede engalanar las palabras y rebuscar adornos, pero al final tendrá
que enfrentar el mal olor de la filosofía
del desprecio a la vida que viene de una cultura que se ha querido independizar
de Dios y pretende ser soberana en cuándo y cómo debe usted empezar a vivir y
cuándo y cómo debe usted abandonar la vida.
Es posible que
se haga un idilio de esto, como en efecto ocurre en el caso de Brittany
Maynard, una estadounidense de 27 años que sufría un cáncer terminal quién
cumplió con su decisión de morir voluntariamente apoyándose en las leyes del
estado de Oregón, para no tener que sufrir con el dolor de su enfermedad. Se
puede adornar todos y cada uno de los asuntos que rodean su eutanasia, se puede
justificar y engalanar cada argumento para presentar esa decisión como la
decisión más valiente, racional, lógica, apropiada, necesaria y bella, pero
solo tendrá el testimonio de una mujer, que como otros, prefiere atribuirse el
derecho que Dios no le ha dado a la humanidad caída.
Por supuesto
que no desconocemos el dolor de una enfermedad, ni teorizamos con el dolor ajeno,
pero cuando se promociona la transgresión del sexto mandamiento entre videos,
poemas, canciones y fiestas, entonces es necesario quitar el perfume y los
adornos y descubrir lo que realmente es la eutanasia: Atribuirse el derecho de
suicidarse con orgullo.
El valor de la
vida debe ser el que se deriva de ser hechos a imagen y semejanza de Dios, por
Él mismo. Este valor no debe depender del país, región, posición o situación en
el que un individuo esté. El valor de la vida no debe ser un valor democrático o
pragmático, el valor de la vida debería ser inviolable y cada uno debería hacer
temblar su mano antes de estirarla para usarla o tomarla impíamente. Todo debe
interpretarse a la luz que el ser humano no se pertenece sino que se debe a
Dios. Mientras tanto, tendremos que tapar la nariz de nuestra conciencia para
que parezcamos estar disfrutando del fétido olor del pecado adornado con muchos
olores atractivos.
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