lunes, 4 de febrero de 2013

¿Y QUÉ DE LOS CASADOS Y SU SERVICIO A DIOS?


¿Y qué de los casados y su servicio a Dios?

Con toda certeza, en las Escrituras vemos que el tema del matrimonio es tratado con cierta amplitud. Desde su bella institución en Génesis, su protección en el decálogo, su deleite y gozo en libros como Cantar de los Cantares, sus principios rectores en general en toda la Biblia, sus ejemplos, su modelo y más, se revelan tanto en el antiguo como en el Nuevo Testamento. De hecho, aunque la Biblia no tenga como tema central el matrimonio, es una de aquellas instituciones que vienen desde la creación, que nos hacen ver, hasta cierto punto, el interés de Dios con respecto al tema.

Aprovechando tan vastos recursos, solo deseo apuntar hacia las expectativas que como iglesia tenemos de los matrimonios cristianos y su servicio a Dios. Seguramente hemos escuchado la frase: Primero Dios, segundo la familia, luego la iglesia y lo demás. Son tal vez frases que hemos intuido como ciertas y por supuesto, en ellas reconocemos cierto grado de verdad, aunque de otro lado, ponemos en duda que sea eso lo que las Escrituras indican. Que Dios sea lo prioritario, eso es innegable, pero que Dios ponga a enfrentarse, casi a modo de rivalizar, dos instituciones que Él mismo creó, es lo que no suena correcto.

Para muchos casados, el matrimonio ha sido un escape justificado para aislarse y ausentarse del servicio a Dios. Como para otros, el servicio a Dios y en su iglesia, ha sido la justificación perfecta para abandonar sus roles y responsabilidades matrimoniales. No hay nada que la Biblia no conozca y por ello en 1 Cor. 7, nos ayuda a entender que nadie, bajo excusas de servir a Dios, puede dejar de cumplir su papel de conyugue. Pero que nadie, bajo el principio de responsabilidad marital, debe dejar a un lado el servicio a Dios. El que creó dichas instituciones, ha dejado principios, deberes y nos ha mostrado su expectativa hacia el creyente tanto en medio de su familia como en la iglesia.

Y es aquí donde se requiere sabiduría de parte del hijo de Dios, pues no puede vivir su profesión cristiana bajo la idea de lo uno o lo otro, sino mas bien, lo uno sin dejar de hacer lo otro. La frase de Pablo hacia los solteros: quisiera que estuvieses sin congoja (1 Cor.7:32), pudiera sugerir que, de cierta manera, el matrimonio trae una especie de sufrimiento, al ver, según el contexto, que el servicio a Dios puede verse estorbado por algunas dificultades propias de un matrimonio y eso frustra porque el deseo primordial del creyente es: buscar primeramente el reino de Dios y su justicia, o al menos, eso es lo que se asume.

Muchos matrimonios en la actualidad, han hecho de sí mismos, un fin. Dichos matrimonios se han encerrado en sí mismos, y se han anulado para el servicio al Señor. Hombres y mujeres cristianos, que siendo solteros mostraron dedicación a la oración, el estudio Bíblico, el servicio en los ministerios de la iglesia, la generosidad, el evangelismo, ahora como casados, se han perdido entre el común de las personas, solo sosteniendo una exposición y dedicación que se cuenta en minutos a la semana. Esta forma de proceder sugiere que lo que más anhelaban era casarse y ahora lo han conseguido para después dejar de buscar a Dios y servirle.

Matrimonios que tienen todo a su favor para vivir más fielmente los caminos del Señor, porque la providencia de una compañía legitima, de la misma fe, convicción, prioridades y deseos, pudiera hacer que cada conyugue experimentara un crecimiento en el servicio a Dios más firmemente, se han visto minimizados a causa de las expectativas mundanas sobre ellos. Estos matrimonios se han desenfocado de su solemne llamamiento, pues antes de que cada conyugue sea ‘esposo’ o ‘esposa’, fueron llamados como hijos de Dios, profesión que han abandonado por una confusa profesión marital. Y no solo eso, aun estando casados, nunca deberían poner una bendición divina como obstáculo para el servicio en el reino de Dios. El apóstol inspirado dice: Pero esto digo, hermanos, que el tiempo es corto; resta, pues, que los que tienen esposa sean como si no la tuviesen (1 Cor.7:29).

¿Cómo llega a estas palabras si también  nos dice que: el casado o casada tienen cuidado de las cosas de este mundo de cómo agradar a sus conyugues? (1 Cor.7:33-34). La respuesta no es sencilla por la tensión que esto produce en la mente y en la práctica. Nos hubiese sido más cómodo que se nos dijera qué sí o qué no. Pero el hermano casado debe considerar que su existencia debe estar enmarcada en su prioridad máxima, prioridad que la puso el Señor a quien sirve y es: Cristo, su reino y su justicia. Estando orientado y en procuras del reino, no debe abandonar sus responsabilidades ni gozos de su matrimonio. Su matrimonio debe evidenciar que está por encima del matrimonio del mundo, al concentrarse en el Señor de una manera que el matrimonio se vea beneficiado y el reino de Dios promovido crecientemente.

El apóstol estaba lejos de sugerir, que el ‘ocuparse’ del conyugue significa correr tras sus caprichos. La realidad de algunos matrimonios, lamentablemente es esa. Esposos que crearon un nivel de vida que ahora los presiona y obliga a correr a un lado su prioridad como cristianos y ni promueven el reino y paso a paso abandonan sus responsabilidades matrimoniales. Matrimonios que van tras sus caprichos de ‘tener’, ‘progresar’, ‘conseguir’. Finalmente la cultura ha hecho que bajo engaños, se saque al creyente casado, de los asuntos del reino y luego de su matrimonio, porque aceptémoslo, ese círculo es interminable. Esposos que persiguen lo que el común de los matrimonios persiguen, una casita promedio donde vivir, un estrato medio, un pequeño carro, una estabilidad económica promedio, la tranquilidad promedio, salir, cenar, vacaciones y todo esto en detrimento de su servicio a Dios. Esto pasa año tras año, luego vienen los hijos y el asunto está hecho. Una familia promedio, viviendo en las cosas promedio, en la espiritualidad promedio, la mejor forma de desaprovechar la profesión de fe e inutilizarse como cristianos.

¿Eso es el propósito y fin del cristiano? ¿Haber conocido a Cristo y servirle por un tiempo para luego perderse en el promedio? ¿Se trata de esto la vida? ¿En eso consiste la vida cristiana matrimonial? ¡Claro que no! Si bien, el matrimonio nos arroja a varias responsabilidades que harán que servir a Dios, por un lado sea desafiante, por otro lado, la providencia ha juntado a dos creyentes que viven juntos para la gloria de Dios que se animan en la fe y pueden servir a Dios con más eficacia. Luego, tendría que verse un doble resultado. Es decir, si como creyente individual doy fruto, ¿Cuánto fruto daré si soy ayudado por mi conyugue? Si como creyente individual crezco ¿Cuánto creceré si soy animado y edificado por otro, mi conyugue? Se esperaría que los matrimonios cristianos muestren más dedicación a sus devociones, a la iglesia, al evangelismo, sin dejar de alimentar su matrimonio.
Habría un gran provecho a favor del reino de Dios, si cada matrimonio se encausara con fidelidad a su solemne llamado cristiano. Sabemos que nuestro peor enemigo vive en nuestro matrimonio, es nuestra propia carnalidad que procurará que nunca nos aunemos a los propósitos divinos. De hecho, es más fácil para el esposo, mirar hacia el otro lado y no reparar en la profesión de fe de su esposa, porque de cierta manera le conviene que ella no sea ‘tan comprometida con Dios’ (ni con su hogar) y así, él mismo promueve una organización familiar que hace que palabras como crecimiento, progreso, conseguir, procurar, sean enmarcados por el mundo en perjuicio de la obediencia de su esposa. Es más fácil par la esposa mirar hacia otro lado y no reparar en la profesión de fe de su esposo, porque de cierta manera le conviene que no sea ‘tan dedicado al Señor’ pues esto le traería un ajusta de carácter donde él sería más sobrio en gastos, en servicio, y no estaría corriendo tras el mundo para tener contenta a su familia. Pero hermanos, no estamos aquí para lo fácil sino para lo correcto.

Pero que diferente puede llegar a ser para la iglesia y el mismo matrimonio al recordar nuestras prioridades. Recordemos que el matrimonio es una unión e institución solemne pero es temporal, mientras que como creyentes hacemos tesoros en el cielo donde ni la polilla ni el orín corrompen. No sería sabio haber usado tan bella bendición como una excusa para no trabajar en el reino de Dios, bendición que Dios nos dio, como una solemne oportunidad para servirle en otro contexto y con la recompensa diaria de tener a la persona más amada bajo el cielo, procurando mi mayor bien: Que me conforme al carácter de Cristo.

P. Jorge Castañeda

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