La iglesia, en este momento, necesita de hombres, el tipo correcto de hombres, hombres osados. Se afirma que necesitamos de avivamiento y de un nuevo movimiento del Espíritu; Dios sabe que necesitamos las dos cosas. Sin embargo, Él no quiere avivar ratones. No llenará conejos con su Espíritu Santo.
La iglesia suspira por hombres que se consideren sacrificables en la batalla del alma, hombres que no puedan ser amedrentados por las amenazas de muerte, porque ya murieron a las seducciones de este mundo. Tales hombres están libres de las compulsiones que controlan a los hombres más débiles. No serán forzados a hacer las cosas por el constreñimiento de las circunstancias; su única compulsión vendrá de lo íntimo y de lo alto.
Este tipo de libertad es necesaria, si queremos tener nuevamente, en nuestros púlpitos, predicadores llenos de poder, en lugar de mascotas. Estos hombres libres servirán a Dios y a la humanidad a través de motivaciones muy elevadas como para ser comprendidas por el gran número de religiosos que hoy entran y salen del santuario. Estos hombres jamás tomaron decisiones motivados por el miedo, no siguieron ningún camino impulsados por el deseo de agradar, no ministraron por causa de condiciones financieras, jamás realizaron cualquier acto religioso por simple costumbre; ni se permitieron a sí mismos ser influenciados por el amor a la publicidad o por el deseo de una buena reputación.
La iglesia suspira por hombres que se consideren sacrificables en la batalla del alma, hombres que no puedan ser amedrentados por las amenazas de muerte, porque ya murieron a las seducciones de este mundo.
Mucho de lo que la iglesia hace en nuestros días, lo hace porque tiene miedo de no hacerlo. Asociaciones de pastores se lanzan a proyectos motivados solamente por el temor de no involucrarse en tales proyectos. Siempre que su reconocimiento es motivado por el miedo (del tipo que observa lo que los otros dicen y hacen) los conduce a creer en lo que el mundo espera que ellos hagan, ellos lo harán el próximo lunes por la mañana, con toda especie de celo ostentoso y demostración de piedad. La influencia opresiva de la opinión pública es quien llama a esos profetas, no la voz de Jehová.
La verdadera iglesia jamás sondeó las expectativas públicas antes de lanzarse a sus iniciativas. Sus líderes oyeron a Dios y avanzaron totalmente independientes del apoyo popular o de la falta de este apoyo. Ellos sabían qué era voluntad de Dios y lo hacían, y el pueblo los siguió (a veces en triunfo, pero más frecuentemente con insultos y persecución pública); y la recompensa de tales líderes fue la satisfacción de estar correctos en un mundo errado.
Otra característica del verdadero hombre de Dios ha sido el amor. El hombre libre, que aprendió a oír la voz de Dios y osó obedecerla, sintió la misma carga moral que partió los corazones de los profetas del Antiguo Testamento, quebrantó el corazón de nuestro Señor Jesucristo y arrancó abundantes lágrimas de los apóstoles.
El hombre libre jamás fue un tirano religioso, ni procuró ejercer señorío sobre la herencia que pertenece a Dios. El miedo y la falta de seguridad personal han llevado a los hombres a aplastar a sus semejantes bajo sus pies. Este tipo de hombre tenía algún interés que proteger, alguna posición que asegurar; por tanto, exigió sumisión de sus seguidores como garantía de su propia seguridad. Pero el hombre libre, jamás; él nada tiene que proteger, ninguna ambición que perseguir, ningún enemigo que temer. Por tal motivo, él es alguien completamente descuidado con respecto a su prestigio entre los hombres. Si lo siguen, muy bien; en caso de que no lo sigan, él nada pierde que sea querido a su corazón; más aún, sea que él sea aceptado, sea que sea rechazado, continuará amando a su pueblo con sincera devoción. Y solamente la muerte puede silenciar su tierna intercesión por ellos.
Sí, si el cristianismo evangélico ha de permanecer vivo, necesita nuevamente de hombres, el tipo correcto de hombres. Tendrá que repudiar a los débiles que no osan hablar lo que debe ser expresado; necesita buscar, en oración y mucha humildad, el surgimiento de hombres hechos de la misma cualidad de los profetas y de los antiguos mártires. Dios oirá los clamores de su pueblo, así como Él oyó los clamores de Israel en Egipto. Habrá de enviar liberación, al enviar libertadores. Es así que Él actúa entre los hombres.
Y, cuando vengan los libertadores… serán hombres de Dios, hombres de coraje. Tendrán a Dios a su lado, porque tendrán cuidado de permanecer al lado de Él; serán cooperadores con Cristo e instrumentos en las manos del Espíritu Santo…
Tomado de: https://www.editorafiel.com.br
Traducción: Javier Martínez. IBMLG
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tus comentarios son importantes. "Que tus palabras sean las necesarias a fin de edificar a quienes las lean".