martes, 31 de agosto de 2010

DEFECTOS DEL PASADO

DEFECTOS DEL PASADO

Horatius Bonar




La tragedia de un ministerio estéril
       Los campos son arados y sembrados, ¡pero no dan fruto! La maquinaria está en constante movimiento, ¡pero sin producir ni una partícula! Las redes son echadas al mar y extendidas ampliamente, ¡pero no atrapan ni un pez! Todo esto durante años – ¡durante una vida entera! ¡Qué extraño! Pero es cierto. No es algo que imaginamos o exageramos. Pregunte a algunos pastores, ¿y qué otra respuesta pueden dar? Le pueden contar acerca de los sermones que han predicado, pero nada pueden decir de sermones bendecidos. Pueden hablar de discursos que fueron admirados y elogiados, pero nada pueden decir de discursos a los que el Espíritu Santo ha hecho eficaces.


Pueden decirle cuantos han sido bautizados, cuántos miembros recibidos, pero nada pueden informar sobre almas que fueron despertadas, convertidas y madurado en la gracia. Pueden enumerar los sacramentos que han administrado, pero nada pueden decir si alguno de ellos fueron “tiempos de refrigerio” o tiempos de despertar. Le pueden decir qué y cuantos casos de disciplina han pasado por sus manos, pero nada pueden informar si algunos de estos han generado un arrepentimiento santo por el pecado, si los que pretendían ser penitentes que fueron absueltos por ellos daban evidencia de ser “lavados y santificados y justificados” ¡Nunca se les ocurrió pensar en los resultados!


Pueden decir qué asistencia tienen a la escuela dominical, y que habilidades tiene el maestro, pero no pueden decir cuántos de esos preciosos pequeños que han jurado alimentar están buscando al Señor, ni si su maestro es un hombre de oración y consagración. Pueden decir cuántos habitantes hay en su parroquia, cuántos miembros tienen en su congregación o la condición temporal de sus rebaños; pero en cuento a su estado espiritual, no pueden pretender decir cuantos se han despertado del sueño de la muerte, cuántos son seguidores de Dios como sus hijos amados. Quizá lo consideran una desconsideración y presunción, si no fanatismo, averiguarlo. ¡Y eso a pesar de que han jurado, ante Dios y los hombres, cuidar sus almas porque tendrán que rendir cuenta de ellas!


Pero, ¡de que valen los sermones, sacramentos y escuelas dominicales, si dejamos que las almas perezcan, si hemos perdido la visión de la religión viviente, si no buscamos al Espíritu Santo, si dejamos madurar y morir a los hombres sin tenerles compasión, sin orar por ellos, sin darles advertencias!


Para la gloria de Dios y el bien del hombre
      No era así en otros tiempos. Nuestros padres cuidaban a las almas. Pedían y esperaban bendiciones. Y no les eran negadas. Eran bendecidos al poder conducir a muchas almas hacia la justicia. Sus vidas registran sus labores exitosas. Que vigorizante son las vidas de aquellos que han vivido solo para la gloria de Dios y el bien de las almas. Hay algo en la historia de ellos que nos impulsa a sentir que eran ministros de Cristo –verdaderamente custodios del evangelio.


¡Qué alegría leer acerca de Baxter y sus labores en Kidderminster! ¡Qué impresionante ori acerca de Venn y su predicación, de la que se dice que los hombres “caían ante él como cal muerta”! En las labores de aquel hombre de Dios que fue el apostólico Whitefield, ¿no encontramos mucho para humillarnos, al igual que para estimularnos? Acerca de Taner, quien despertó bajo Whitefield leemos que “rara vez predicaba un sermón en vano”. Acerca de Berridge y Hicks dicen que en sus viajes misioneros a lo largo y ancho de Inglaterra en un año tuvieron la bendición de despertar cuatro mil almas. ¡Oh, que volviéramos a vivir esos días! ¡Oh, volver a tener con Whitefield un solo día!


Sobre esto, alguien ha escrito: “El lenguaje que nos hemos acostumbrado a adoptar es este: usemos los medios y dejemos el resto a Dios, no podemos hacer otra cosa que emplear los medios, este es nuestro deber y habiéndolo hecho tenemos que dejarle el resto a Aquel que dispone de todas las cosas.” Eso suena bien, porque parece ser un reconocimiento de nuestra propia insuficiencia y una sumisión a la soberanía de Dios. Pero no es más que ruido – en realidad no contiene nada de substancia, porque aunque exteriormente sea verdad, no lo es en su raíz. Hablar de sumisión a la soberanía de Dios es una cosa, realmente someternos a ella es algo distinto y muy diferente.


Sumisión incluye renunciación
        Someternos realmente a los designios de Dios obligadamente incluye siempre una renunciación de nuestra propia voluntad en relación con el asunto entre manos. Y tal renunciación de la voluntad nunca es una realidad sin que el alma haya pasado interiormente por pruebas severas y humillantes. Por lo tanto, mientras estemos tranquilamente satisfechos en usar los medios sin obtener el fin, y esto no nos lleva a pruebas interiores dolorosas y profundamente humillantes, nos engañamos si creemos que estamos dejando el asunto a cargo de Dios y no conocemos la verdad en cuento a este asunto.


No; realmente dejar cualquier cosa a Dios implica que la voluntad, que enfáticamente es el corazón, se ha propuesto hacerlo y si el corazón realmente ha decidido que conseguir la salvación de los pecadores sea el fin de los medios que usamos, no podemos renunciar a este fin sin que, como hemos comentado ya, el corazón sea probado severa y dolorosamente por la renunciación de la voluntad que esto incluye.


Por lo tanto, cuando nos contentamos con usar los medios para salvar almas sin verlos salvos, es porque no hay ninguna renuncia de la voluntad, no hay una entrega real del asunto a Dios. El hecho es que, la voluntad – es decir el corazón- nunca se propuso lograr ese fin, de lo contrario, no podría renunciar a dicho fin sin ser quebrantado por el sacrificio.


Cuando podamos estar satisfechos con usar los medios sin obtener el fin y hablemos de ellos como si nos estuviéramos sometiendo a los designios del Señor, usamos una verdad para esconder una falsedad, exactamente como lo hacen esos formalistas de la religión, que continúan con sus formulismos y deberes sin ir más allá, aunque saben que no salvarán y que cuando les advertimos del peligro que corren y les exhortamos sinceramente a buscar a Dios con todo su corazón, nos responden que saben que se tienen que arrepentir y creer, pero que no pueden hacer ni lo uno ni lo otro por sí mismos y que tienen que esperar hasta que Dios les de gracia para hacerlo.


Ahora bien, esto es cierto, pero la mayoría podemos ver que están usando este argumento como una falsedad para ocultar y excusar una gran insinceridad del corazón. Percibimos en seguida que si sus corazones estuvieran decididos a lograr la salvación, no podrían quedarse tranquilos sin ella. Su contentamiento es el resultado, no de la sumisión del corazón a Dios, sino en realidad de una indiferencia del corazón a la salvación de sus propias almas.


Ocultar la falsedad con la verdad
Es exactamente así con nosotros los pastores cuando nos quedamos satisfechos con usar los medios para salvar almas sin verlas realmente salvas y nosotros mismos no nos sentimos quebrantados por ello, y al mismo tiempo hablamos tranquilamente de dejar el asunto en manos de Dios. Hacemos uso de una verdad para ocultar y excusar una falsedad. Nuestra habilidad de dejar el asunto así, no es, como imaginamos, el resultado de someter nuestro corazón a Dios, sino de una indiferencia del corazón a la salvación de las almas, con las cuales tratamos. No, de veras, si el corazón está realmente decidido a lograr este fin, lo tiene que obtener o quebrantarse por no lograrlo.


El que salvó nuestra alma nos ha enseñado a llorar por los no salvos. ¡Señor, haya ese sentir que hubo en ti! Danos las lágrimas para llorar, porque Señor, nuestro corazón está endurecido hacia nuestros semejantes. Podemos ver a miles morir a nuestro alrededor y en nuestro profundo sueño ni nos inquietamos, nunca nos asusta la visión de su terrible condenación, ni lloramos por sus almas perdidas transformando nuestra paz en amargura.


Nuestras familias, nuestras escuelas, nuestras congregaciones, sin mencionar nuestras ciudades, nuestra patria, nuestro mundo, deberían ponernos diariamente de rodillas, porque la pérdida de siquiera un alma es más terrible de lo que podemos concebir. El ojo no ha visto, el oído no ha escuchado, ni ha entrado en el corazón del hombre lo que el alma en el infierno tiene que sufrir para siempre. ¡Señor, haz que sintamos misericordia! “¡Que misterio! ¡El alma y la eternidad de un hombre dependen de la voz de otro!”

Horatius Bonar
Palabras Para el Ganador de Almas
Extracto del capítulo 3.
1808 – 1889

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