viernes, 24 de febrero de 2012

Mito N° 8 Los Reformados son machistas.

Si de algo estamos seguros es que tanto el machismo como el feminismo son una abierta distorsión pecaminosa de los roles que Dios le dio al ser humano y que no corresponden ni a las enseñanzas bíblicas ni a lo que pretendemos en el desarrollo de nuestro cristianismo. De otro lado el pretender y forzar que en todo sentido hombres y mujeres seamos iguales es otra distorsión del mismo plan de Dios, plan que nos imposibilita colocar nuestro criterio por encima del criterio mismo de Dios nuestro creador.


Creo que el remedio para el machismo no es el feminismo, ni que la solución a ambos sea un igualitarismo absoluto. Estas son posturas subjetivas, pecaminosas, culturales, humanistas, pero no bíblicas y por ende no divinas. Por ello solo podemos apelar a la única base y regla infalible que como cristianos podemos tener, a saber, las Sagradas Escrituras y aceptar con fe gozosa la evidencia de la sabiduría infinita de Dios puesta sobre hombres y mujeres hechos a imagen y semejanza suya con la diversidad que esto implica.


La confusión ha venido, tal vez, de no diferenciar entre lo que hombres y mujeres somos como seres creados a imagen de Dios y nuestra participación en el evangelio de Cristo y lo que hombres y mujeres somos a la luz de nuestros roles (palabra que el machismo, feminismo e igualitarismo absoluto odian). Reconocemos que tanto hombres y mujeres somos creados a semejanza divina y que tanto cuerpo como alma reflejamos esa imagen de Dios. Hombres y mujeres por igual no solo tenemos sino que somos imagen de Dios. Además, Dios no ha permitido ninguna restricción ya sea de hombres y mujeres en cuanto a ser recibidos en Cristo ni en su iglesia. En este sentido no hay esclavo o libre, judío o gentil, hombre o mujer, pertenecemos por igual al mismo Cristo y al mismo cuerpo. En este sentido básico y fundamental hombres y mujeres cristianos estamos en pie bajo el mismo sacrificio, por la misma sangre y se nos dio un mismo Espíritu de adopción.


De otro lado, Dios imprimió en el ser humano roles distintos que quiso que se expresaran en la familia, la sociedad y claro, la iglesia misma. Estos roles no vienen como producto de una maldición pecaminosa sino que también los tenemos producto de ser portadores de la imagen de Dios. De hecho, no podemos reclamar ser imagen de Dios y desatender a las distintas funciones propias que hombres y mujeres tenemos por esta causa y que no solo nos reflejan la sabiduría del Creador sino su orden y belleza. Debe ser así que de la misma forma que Dios es uno en esencia, también existe en tres Personas distintas que comparten los mismos atributos y poder, sin que esto signifique igualdad de roles. Cristo siendo igual a Dios y no menor a Él en el sentido de deidad, se sometió al Padre en el plan de salvación. Este es solo un ejemplo que los roles no deberían ser vistos como algo malo ni perjudicial ni como producto de la entrada del pecado a este mundo, sino como el más sabio orden divino.


Además de esta realidad, por preceptos positivos y negativos, la misma Biblia exhorta a la observancia de dichos roles como una manera de evidenciar la obra de Cristo en un alma que restaura las cosas a su prototipo original. Es aquí donde se nos critica con rudeza, pues tomamos sin vacilación las exhortaciones claras de las Escrituras en la definición y expresión de cada rol. Como creyentes que la Biblia es Palabra de Dios infalible e inspirada, no podemos más que ser consecuentes y tomar como Palabra de Dios mismo, lo que nos señala a través de ella. Así reconocemos que el marido es cabeza de su esposa, es decir, líder, guía, proveedor, etc. Reconocemos que Dios ha llamado a varones calificados para el ministerio eclesiástico de predicación pública y pastorado y no a mujeres quienes no deben ejercer dominio o liderar la iglesia del Señor. Pero reconocemos que salvo roles de dirección, guía, enseñanza eclesiástica, la mujer siendo parte de la iglesia, tiene como responsabilidades ¡El resto de la Biblia! Y no por el hecho que el pulpito o la dirección de su hogar le sean vetados, se deba anular pecaminosamente o celar el único árbol que está cercado, mientras tiene todo un millar de arboles de los cuales puede disfrutar.


No es cierto pues, que los reformados somos machistas, honramos nuestras mujeres, honramos la maternidad, su rol dentro de los hogares e iglesias, su participación diligente, sus oraciones, sus aportes y honramos la manera humilde en que han sabido ocupar su lugar, procurando glorificar al Señor antes que gratificar sus deseos pecaminosos. En una época bien feminista, es costoso hablar así, pero asumimos el costo en aras de la mayor gloria de Dios al hacer las cosas de acuerdo a su voluntad, única y real garantía de hallar nuestra verdadera felicidad.


P. Jorge Castañeda

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